GREG
Cuando la señorita Marshall sale de la oficina, me permito seguirla. Hasta ahora es la única pista que tenemos de mi pasado y su nerviosismo solo la hace una sospechosa.
“¿Será ella la niña que estaba con nosotros el día del accidente? Si no es… ¿Por qué su nombre me suena?” pienso mientras la sigo por unos pasillos anchos.
Algunos niños corren de aquí para allá, riéndose; otros solo se muestran temerosos y alejados del resto. La luz del sol ilumina el lugar y percibo varios salones con pizarras mientras subimos unas escaleras.
Ella abre la puerta de, lo que parece ser, su habitación. Es una simple cama individual, una mesita de noche con una lámpara, una ventana muy pequeña con garrotes y hay una cruz sobre la cabecera. El lugar es del tamaño de un cubículo, las paredes de cemento no han sido pintadas y el suelo se ve rocoso. Parece más una celda de castigo que una habitación.
Sobre la mesita hay una foto enmarcada, donde aparece la monja. Tal vez sea su familia: una pareja, un bebé, un perro labrador y ella.
Captura mi atención cuando se arrodilla en el suelo, frente a la cruz, colocando sus manos sobre el colchón en forma de oración. Oculta su rostro en el hueco de sus brazos y lloriquea.
―Señor, no sé por qué de la nada hay jóvenes interesados en Gregory, pero por favor aléjalos ―reza sin alzar la mirada―. No dejes que la curiosidad les gane e investiguen. Padre, te lo suplico, no pongas a esos muchachos en peligro. Déjame a mí hacer justicia por mi hermana, déjame interceder por ti. Solo yo. Te lo suplico, Señor. Ten misericordia de esos jóvenes, del alma del pobre niño y su familia destrozada.
Mis ojos se llenan de lágrimas y la confusión me embarga, llenándome la cabeza con más preguntas: ¿Justicia por qué? ¿Qué sucedió con su hermana?
―Es riesgoso, Señor ―continúa―. Protege a esos muchachos, así como a Luke, Ian y Nathan. Sé que ellos están bien, lejos de todo este lugar oscuro, que han avanzado y olvidado todo lo que vivieron aquí. Deja que vivan la vida que… ―un sollozo la corta y alza el rostro a la cruz―… La vida que Greg no pudo vivir porque le fue arrebatada.
Empieza a rezar el Padre Nuestro y yo me dejo caer contra la pared. La cabeza me duele de tantas dudas y cosas que recordar, porque no puedo olvidarme de esos tres nombres: Luke, Ian y Nathan. ¿Serán los niños de mi recuerdo? ¿Cómo es que ella sabe de ellos?
Unos toques en la puerta nos sobresaltan. A través de la mirilla con barrotes puedo ver el rostro de la Madre Superiora, quien mira con curiosidad a la joven monja.
―Hermana Julianne ―la llama y esta se levanta, limpiando sus lágrimas antes de abrirle la puerta―. ¿Todo en orden?
―Sí, Madre. Usted sabe cómo me pongo cuando hablo con Dios ―le responde, mostrando sumisión al estar cabizbaja.
―La comprendo, no se preocupe. Y lamento interrumpirla, pero debe dar clases de matemáticas a los niños ―le recuerda la señora.
―No se preocupe, ya mismo voy ―cede, asintiendo con la cabeza.
―Muchas gracias, hermana Marshall. Nos vemos en un rato ―se despide la Madre Superiora.
Julianne le da una última mirada a la cruz y la escucho musitar un “amén” antes de salir de su habitación.
***
Sin querer, sobresalto a Lucy al parecer de la nada en su habitación. Luego de que la señorita saliera del cubículo, la vi dar clases. Es a quien más quieren esos niños allí. Sin más nada que encontrar, me devolví a casa y me encontré con los tres escuchando un audio.
― ¿Qué sucede? ―pregunto, tomando asiento frente a ellos.
Lucy procede a explicarme lo que hablan en la grabación. Al parecer no huía del lugar, sino del castigo por usar la bicicleta sin autorización.
Perdí la vida por un capricho de niño, según la directora del orfanato. Sin embargo, hay algo en mí que todavía me dice que hay gato encerrado.
Yo le cuento todo lo que logré apreciar y ella se los cuenta a su hermano y a su amiga, quien toma nota de todo. Veo que tiene tres marcadores de colores junto a ella y subraya muchas cosas en sus apuntes.
El rojo es el que más predomina, hay muy poco verde y azul. ¿Qué significarán? Aunque el rojo nunca es buena señal.
―Hay un detalle con los niños que menciona Greg ―dice Serena, mirando a Lucy―. Pueden ser sus nombres reales o los adoptivos. Además, hay demasiados niños con esos nombres. No sabría cómo reducir la búsqueda.
―Greg tendrá que ir más seguido a vigilar el lugar entonces, ¿no? ―inquiere Dylan, quien también mira a Lucy.
Ella se siente un poco abrumada y termina viéndome, buscando aprobación. Asiento con lentitud en su dirección y ella les da la luz verde.
―Necesitamos saber sus apellidos. Tal vez así podamos investigarlos mejor y dar con ellos, podríamos interrogarlos un poco. Deben de tener más o menos la edad de Greg ―explica la rubia, anotando algunas cosas. No ha parado de escribir―. También tenemos que saber a qué se refería la monjita con justicia y por qué por su hermana. Así como debemos saber para qué querían tres niños los policías.