Solo te quiero para mí [1]

Capítulo 27

Llevaba un buen rato ya con Julieta en la biblioteca, hemos venido a sacar un par de libros de química orgánica para preparar la exposición de mecanismos de reacción que teníamos para el jueves. Ella ya había tomado varias notas al respecto, la veía escribir y escribir en su pequeño cuaderno, yo por mi parte, seguía estancada en el mismo párrafo.

—Vamos a tener que presionar a Eduardo para que nos ayude con la presentación. —Comunica Julieta—. Siempre hace todo tarde, me choca.

Fijé la mirada en una pareja que corría por los pasillos, han fallado en su intento tratando de mantenerse en silencio, sus risas bajas los delataban, ella se abalanzó sobre él y lo besó con euforia, seguramente buscaban un rincón en la biblioteca para poder besarse en paz, como yo solía hacerlo en los buenos tiempos que tuve con Matías. Me negué con la cabeza, ¿por qué de repente se me vino a la cabeza eso? Además, ¿por qué hacían eso en la biblioteca? Bastantes áreas verdes tiene esta universidad para que se vayan a otro lugar, aghh, no supe en qué momento comencé a detestar las muestras de afecto en público.

—¿Qué dices?

—¿Qué? —Cuestiono.

—Que encontré un esquema súper bonito sobre la reacción de reactivos de grignard. ¿Anette en verdad estás aquí?

—Sí, sí, el esquema está bien. Ahmm... Ya vuelvo, voy por el McMurry, el Morrison y Boyd siempre me ha confundido un montón.

Me puse de pie y caminé hacia las computadoras, para buscar si había libros disponibles para tomar en los estantes. Le tomé una foto a la pantalla y posteriormente me dirigí hacia el pasillo F, buscando el libro. Apenas lo tomé, me quedé estática por un momento, regresé la vista mi celular y cerré la galería, digiriéndome hacia WhatsApp. Fue raro volver a teclear su nombre en el buscador, pero toda la mañana le he dado vueltas a lo que Oliver me dijo el sábado. Está en línea, ¡Dios mío! Ni siquiera sé qué escribirle, cómo decirle que he estado pensando en hablar con él, que creo que merece explicarme por qué hizo lo que hizo.

Anette Ibarra: ¡Hola! ¿Cómo has estado? Sé que probablemente esto te va a sorprender pero siento que necesitamos vernos. Nos debemos una conversación.

Bloqueé el teléfono y regresé mi vista al estante, como si con eso ignorara el hecho de que acababa de escribirle a Daniel. Suspiré, uno largo, no de alivio pero de preocupación. Tomé el último ejemplar del McMurry para regresar a la mesa con Julieta y así continuar leyendo y sacando ejemplos para nuestra exposición.

—Tenías razón, me encantaron los esquemas de colores del McMurry. —Me dice Julieta.

Una vez más no le presté atención, mi celular vibró y rápidamente lo saqué para mirar el mensaje que he recibido.

Daniel Morán: Creo que sí. ¿En dónde estás? Estoy libre.

Anette Ibarra: En la universidad, aún tengo cosas que hacer.

Daniel Morán: ¿A qué hora sales?

Anette Ibarra: Como en una hora y media. ¿Por?

Fijé la vista en Eduardo, venía caminando hacia nosotras, con la camiseta arrugada y un poco despeinado. Ha llegado cuarenta minutos más tarde de lo que acordamos inicialmente, se ha sentado a un lado de Julieta y ha puesto su iPad sobre la mesa.

—Llegas tarde. —Le digo—. Entiendo que la LP está muy buena en la facultad pero...

—Lo sé, lo sé, perdón. Hago lo que ustedes quieran, en serio.

Julieta buscó mi mirada y posteriormente, tomó sus tarjetas de trabajo, extendiéndoselas a Eduardo.

—Ve armando la presentación.

 

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Salí con Julieta de la biblioteca después de las tres de la tarde, con dirección hacia el estacionamiento después de lidiar un poco con el compañero que el profesor Arroyo nos asignó para trabajar, el cual, no trabajaba tan bien como pensábamos. Me dolía un poco la cabeza, quizás porque me está costando entender los mecanismos de reacción o porque Julieta y Eduardo se la pasaron peleando todo el rato que pasamos juntos trabajando. Solo quería irme ya.

—Ann, te buscan.

No podía creerlo, Daniel estaba ahí, parado junto a mi auto en mi lugar habitual de estacionamiento. ¿Acaso no habíamos quedado que nos veríamos a las cinco en dónde trabaja Liz?

—Ahmm... Hola, ¿qué haces aquí?

—Andaba por la zona, te traje esto. —Dan me entrega una bolsa de papel—. Es una empanada, de atún a las vizcaínas, como te gusta.

—Gracias ahmm no esperaba verte ahora, ¿llevas mucho tiempo aquí? ¿Cómo te dejaron pasar?

Abrí la cajuela del auto para meter mi mochila y Dan vino detrás de mí, explicando cómo fue que entró.

—Entonces le dije que venía a pedir informes para inscribirme y me hizo registrarme en una lista, me pidió mi INE y listo, acá terminé.

—¿Se quedó con tu INE?

—Sí, creo que voy a tener que ir por ella y me vas a tener que recoger allá afuera. ¿Hay algún problema?

Me negué con la cabeza, abriendo la puerta del piloto, voltéandome para mirarlo una vez más. Han pasado cuatro meses y parece que nos hemos visto ayer, ni siquiera ha cambiado un poco, mismo corte de cabello y misma forma particular de vestir. ¡Claro! Nadie cambia en cuatro meses drásticamente, pero se sentía muy raro tenerlo frente a mí de nuevo. Sentía que en verdad no habían pasado cuatro meses, sentía como si hace tan solo cuatro horas lo hubiese visto.



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En el texto hay: romance, jovenadulto, exnovio

Editado: 30.12.2023

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