El rugido de un trueno me sobresalta y me incorporo en la cama con el corazón latiendo a mil por horas. Siento que alguien se mueve a mi espalda y me abraza dejando un beso en mi hombro desnudo.
Por unos segundos estoy desorientada y miro a mi espalda. Dejo salir el aire que he estado conteniendo y me vuelvo a tumbar, dando media vuelta para quedar frente a TaeJoon y que me cobije entre sus brazos mientras escucho cómo la lluvia cae repicando en la ventana.
—¿Estás bien? —Me pregunta él medio dormido.
—No te preocupes, ha sido la tormenta. No esperaba ese trueno —contesto al pegarme a su cuerpo cálido y rodeo su cintura con mi brazo.
Ambos cerramos los ojos y los abrimos unos minutos más tarde cuando su móvil suena. Él se queja con un gruñido, tienta el suelo en busca de su pantalón y saca el dispositivo para contestar sin mirar quién es:
—¿Sí?
—¡¿Se puede saber dónde estás?! ¡Estamos preocupados por ti! —escucho la voz de uno de sus compañeros retumbando en el altavoz del teléfono.
—Lo siento, se me olvidó avisar. ¿Qué hora es para que estéis despiertos? —Aleja el móvil unos segundos de su oreja para ver la hora y abre los ojos de par en par—. Es tarde. Lo siento. No os preocupéis, estoy muy bien.
—¿Te quedaste en casa de tus padres?
—No, en otro lugar. Regresaré esta noche.
—Ah, vale, lo he pillado. Que te lo pases bien y, por favor, avisa la próxima vez. Casi nos da un infarto al no verte en la habitación —le pide su compañero por la otra línea.
—De acuerdo. Hasta luego —cuelga y me mira con una sonrisa—. ¿Desayunamos?
—¿Ya es hora de levantarse? —Ronroneo pegándolo a mí para oler su colonia y sentir su calor.
—Más bien es la hora de almorzar.
—Imposible —le digo mirando la hora en su móvil cuando me lo enseña—. Pues sí es posible. Me van a matar —me levanto de la cama, me atavío con una bata de seda y me encamino al salón para sacar el teléfono del bolso—. Me matan —confirmo al ver las llamadas perdidas de mis padres e ignorando los mensajes de Jeremy, el editor.
—¿Qué ocurre? ¿Quién te va a matar? —Quiere saber él al salir de la habitación con los pantalones puestos y sin nada por arriba.
—Mis padres. Tenía que llevarlos al aeropuerto y me he quedado dormida por tu culpa —contesto trasteando en mi móvil para llamar a mis progenitores y disculparme.
—¿Mi culpa? ¿Por qué?
—Anoche me dejaste exhausta.
—Pero lo pasamos genial, ¿no? —me dedica una sonrisa seductora y se acerca a mí para abrazarme y dejarme besos en los labios.
—Me estás desconcentrando otra vez. Déjame llamarlos para que no se preocupen y disculparme.
—Muy bien, continuaré mi camino por el cuello y podrás hacer lo que quieras con esa preciosa boquita tuya —me susurra rodeando mi cuerpo para quedar en mi espalda y besar mi cuello.
Me dejo llevar por el placer unos segundos y aterrizo de las nubes cuando me doy cuenta de que aún no he hecho la llamada.
Me llevo el teléfono al oído e intento que los besos de ese hombre no me dejen la mente en blanco. Es complicado, no obstante, necesito llamar a mis padres. Ya me despedí de ellos el día anterior, pero quería llevarlos al aeropuerto para verlos una última vez.
—Al fin. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no contestabas las llamadas? —Me interroga mi madre en español y a una velocidad de infarto.
—Perdóname. Me dormí tarde y estaba tan cansada que no he escuchado el móvil. ¿Ya estáis en el avión?
—No. Hemos cambiado el billete. Nos has preocupado tanto que hemos perdido el vuelo. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, mamá. ¿Para cuándo es el nuevo billete?
—Esta tarde a las cinco.
—De acuerdo, os recogeré a las tres y media —le aseguro intentando concentrarme en la conversación y no en los besos y las manos del chico.
—No hace falta, podemos ir en taxi.
—No, no. Yo os llevo y me despido de vosotros. Os veo más tarde —cuelgo al recibir el beso de mi madre, me doy la vuelta entre los brazos de él y dirijo sus labios a los míos rodeando su cuello con mis brazos—. Eres muy malo.
—Y, sin embargo, te gusta —me susurra en el interior de mi boca mientras me guía hacia el dormitorio.
—¿No íbamos a almorzar?
—Puede esperar a que termine con el postre.
***
Almorzamos una pizza que tenía en el frigorífico, nos vestimos y me sigue hasta la puerta del apartamento. Freno observando cómo se atavía con el abrigo y pregunto:
—¿A dónde vas?
—Contigo. ¿Pensabas que me quedaría aquí esperando? —Inquiere asombrado.
—¿Y si te reconocen? No quiero escándalos con la prensa —le advierto con los labios fruncidos en una mueca infantil y tímida.
Me dedica una sonrisa tierna, me coge una mano para dejar un beso en ella y me dice: