Caminar por las calles de París es una locura, están llenas de turistas y gente que va de un lado a otro sin levantar la mirada de su teléfono móvil. Es fácil chocarte con alguno de ellos.
Me molesta mucho que la gente se pierda las bonitas vistas de nuestra ciudad, porque yo no tengo la suerte de poder verlas todo lo que me gustaría. Pocas veces salgo de casa y si lo hago es siempre acompañada de Noel.
He escogido el camino más largo para poder realizar unas cuantas paradas antes de llegar a mi destino, una de ellas ha sido en una cafetería, a la que iba mucho con mi madre de pequeña, y me he pedido una crepe con crema de chocolate para llevar.
Lo primero que te encuentras al entrar en el barrio de Batignolles son bares y restaurantes llenos de gente, tiendas de recuerdos y alimentación y jardines con céspedes bien cuidados.
Me detengo en el bloque de apartamentos número 17 y llamo al timbre del Ático B. La espera se está haciendo eterna y sin darme cuenta me encuentro estrangulando con las manos la correa del pequeño bolso negro que tengo colgado del hombro.
—¿Quién es? —Escucho la voz de Celine a través del telefonillo.
—Soy Olivia.
—¡Ya has llegado! —dice emocionada y acto seguido me abre la puerta.
Mientras subo en el ascensor no paro de darle vueltas a como he podido dejar que mi madre me obligara a venir.
A mediodía, nada más llegar de clase, mi madre me ha acorralado en la cocina para pedirme que le hiciera un favor con ese tono tan característico que más que una petición ha sonado a obligación. No sé qué hago realmente aquí, solo sé que tengo que ayudar a Celine con algo muy importante.
Las puertas del ascensor se abren y me encuentro cara a cara con Celine. Me pilla por sorpresa cuando coge mi mano y me arrastra al interior de su apartamento. Me da la espalda para acercarse al perchero y coger su abrigo.
—Muchas gracias por venir, me tengo que ir ya. Tienes mi número apuntado en una nota en la nevera por si ocurre alguna emergencia, aunque no creo que lo necesites.
Le miro confusa y debe notarlo porque rápidamente vuelve a hablar otra vez.
—¿No te lo ha comentado tu madre?
—Me comentó que necesitabas ayuda con algo urgente, pero creo que omitió algunos detalles.
—Típico de Lana —dice llevándose la mano a la frente y negando con la cabeza—. Necesito que cuides de Malorie mientras hago unos recados. Marc no podía quedarse con ella y tu madre me dijo que no había ningún problema, que podías hacerlo tú.
—Claro, no hay ningún problema, puedes ir a hacer tus recados tranquila. Yo me quedo con la pequeña Malorie.
Mi respuesta la hace sonreír.
Mientras sale por la puerta se coloca el abrigo y enseguida se coloca el teléfono en el oído para mantener una conversación con alguien, quien supongo que será mi madre.
El silencio me rodea, es como si estuviera completamente sola en el apartamento. Parece un lugar acogedor y me tomo la libertad de recorrer con la mirada cada rincón del lugar.
Todos los muebles del salón son de color crema. Tienen dos sofás del mismo color, a cada lado de la sala, y una gran televisión colocada en la pared. En un extremo de la habitación hay una estantería llena de libros y su lado unos grandes ventanales desde los que tengo una bonita vista del patio comunitario, que está lleno de plantas.
El pasillo está a oscuras, pero consigo distinguir una pequeña sombra asomada por la puerta de una de las habitaciones. Si no supiera que no estoy sola en el apartamiento, ya habría salido corriendo.
—¿Malorie? —La llamo.
No se mueve de donde está, así que decido acercarme. Su comportamiento me sorprende, porque no me da tiempo a llegar a la puerta cuando la cierra con brusquedad. Intento abrirla, pero está haciendo fuerza por el otro lado y me es imposible.
—Malorie, soy Olivia, una amiga de tu mamá —Le digo con un tono dulce—. Abre la puerta, por favor, quiero saber que estás bien.
Pasan unos minutos y sigue sin abrir la puerta. No quiero abrirla a la fuerza para no asustarla, así que decido sentarme a esperar a que ella decida salir.
Cuando abro los ojos me doy cuenta de que me he dormido y sigo sentada en el pasillo. Han pasado un par de horas y Malorie sigue sin abrir la puerta, desesperada sopeso la idea de llamar a Celine, pero no sé si ella estará cerca para poder venir cuanto antes.
De pronto, como si alguien hubiera escuchado mis pensamientos, la puerta principal se abre y se cierra con la misma velocidad. Escucho el tintineo de unas llaves y unos pasos que se acercan a donde me encuentro yo.
Me levanto de un salto y abro la boca dispuesta a contarle a Celine lo que ha pasado, pero no es ella. Marc abre los ojos sorprendido cuando me ve y se acerca rápidamente a mí.
—¿Por qué la puerta de la habitación de Malorie está cerrada? —me pregunta preocupado.
—No lo sé, he llegado hace unas horas y no he podido hablar con ella. Ha cerrado la puerta desde dentro y por mucho que le he pedido que la abra, no lo hace. Es como si no pudiera escucharme.
—Es que no puede hacerlo —responde más preocupado aún.
Marc abre una de las puertas y se pierde en el interior de la habitación. Sale poco después con un papel y un bolígrafo. En él escribe algo que no consigo leer y lo cuela debajo de la puerta.
—¿Qué le has escrito? —le pregunto.
La puerta se abre rápidamente y Malorie salta a los brazos de su hermano. No puedo evitar sentirme mal porque no se me hubiera ocurrido a mí eso antes.
Marc deja a Malorie en el suelo y ella comienza a hacer movimientos con sus manos, los cuales no consigo entender. Marc le contesta también movimiento las manos y hace sonreír a la pequeña.
Malorie entra de nuevo en su habitación y Marc me pide que le acompañe al salón.
—Lo siento por lo de antes, Malorie pasa la mayoría del tiempo con mi madre y le cuesta conocer gente nueva. No es nada personal, hemos probado con un montón de niñeras y ninguna ha conseguido conectar con Malorie. Estamos un poco preocupados, solo quiere estar con nosotros y lo pasa realmente mal cuando la dejamos en la escuela.