En una terrible noche de 1985, Victorino Alberti aquejado desde hace días por altas fiebres, trató de aprovechar la oscuridad para escapar de aquella casa maldita. La misma que construyó su hermano César y que por años también fue su propio hogar, hasta que cosas terribles comenzaron a suceder sin que nadie pudiera hacer algo para detenerlas.
En pocos días, varios miembros de su familia habían caído bajo el influjo de sombras malignas que poseían sus almas y los convertían en seres dementes ávidos de destrucción y ruina. Todo por culpa de su sobrino Lucio, quién había jugado con artes oscuras con las que no debió meterse nunca. Ahora esas cosas infernales que Lucio desató querían poseerlo a él, el último de la familia que seguía en pie. Pero Victorino planeaba escapar de allí antes que le arrebataran su alma y lo convirtieran en otro de esos espectros de pesadilla que usurparon la casa.
—No, no, no. ¡Aléjate de mí! —ordenó asustado, hablándole a la oscuridad que lo envolvía.
Aunque no podía verla con sus propios ojos, sintió en la nuca la proximidad de la perversa presencia que lo perseguía. Corrió hacía la puerta de salida, tratando de poner la mayor distancia posible entre él y los terrores que lo hostigaban esa noche, abandonando todo cuanto poseía. A diferencia de sus hermanos, para él era más importante salvar el pellejo que las riquezas materiales que su familia había atesorado con tanto celo durante años.
Una figura siniestra se descolgó delante de la puerta de la casa evitando que Victorino escapara. Se acercó amenazante a él y Victorino no dudó en dar media vuelta e intentar huir por otro lado. Una segunda efigie deplorable lo interceptó en el lobby antes que pudiera darse de nuevo a la fuga. Desesperado, intentó burlar a sus horribles perseguidores, pero una tercera figura le cortó el camino acorralándolo.
Rodeado por los tres demonios que se preparaban para convertirlo en otra abominación más, maldijo a Lucio por desatar aquel mal sobre su familia y los condenara a todos a ser los recipientes de aquellas entidades del averno, pues ese era el uso que le daban a los hombres; poseer sus cuerpos para andar a sus anchas en este mundo terrenal. Victorino esperaba que su sobrino estuviera quemándose en el infierno donde muy pronto le rendiría cuentas.
Las criaturas se acercaban a por él con la paciencia del cazador que sabe que tiene dominada ha su presa, pero Victorino no se entregaría pacíficamente. Pensó en luchar por su conciencia, su alma, su vida.
—¡Vamos! ¿Qué esperan? ¡Desgraciados! —les desafió, pero las criaturas al parecer ya no tenían prisas por someter a su víctima.
Victorino tiritaba aterrado y enfermo. El mismo miedo que lo hacía huir en un principio le dio valor para luchar como una rata acorralada, pero no sabía por qué no lo atacaban después de hostigarlo por toda la casa. Ahora ni se molestaban en provocarlo para que corra.
Uno de los seres se acercó un poco más, y Victorino asombrado, pudo distinguir en su cara deformada el rostro de su hermano Vicente. La criatura lo había poseído desfigurándolo de manera indescriptible, pero aun así Victorino sabía que era él. Sintió un dolor muy hondo que rivalizó con el terror que aquellos seres le imputaban. Las otras dos criaturas se acercaron imitando a la primera, e igual que a su hermano, Victorino reconoció en ellos ah otros miembros de su familia.
Debilitado por la fiebre cruda que lo consumía, la pena y el miedo que menguaron sus pocas fuerzas y deseo de luchar, se rindió ante lo inevitable queriendo que todo acabara rápido.
Las criaturas seguían tranquilas, observándolo con paciencia, esperando a que pasara algo que Victorino desconocía.
—¡Vamos! ¿Qué demonios esperan? Querían atraparme y lo consiguieron. ¡Aquí estoy, listo para unirme a mis hermanos en el infierno! ¡Vengan, malditos! Soy el último que les queda.
Las criaturas lo rodearon con una sincronización perfecta de movimientos. Lo empujaron, zarandearon como si intentaran despertar a Victorino de algún sueño, o pesadilla. El hombre los manoteaba tratando que no lo tocaran hasta que sintió náuseas. Un chorro de vomito escapó por su garganta y se derrumbó sobre el charco de inmundicia que había desaguado. Entró en un estado convulsivo y sintió como su cuerpo se rompía asaltado por otra entidad que poco a poco tomaba control de su ser. Victorino trató de tomar control de sí mismo y salir huyendo despavorido del lugar, pero las piernas con las que pensaba correr ya no eran suyas y su raciocinio se perdió en la oscuridad de otra conciencia invasora y desconocida.
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Editado: 29.01.2019