Para cuando la cena familiar que compartían cada noche llegó, Salomé ya había hablado con sus hermanas menores y todas estaban al tanto de lo que estaba aconteciendo en la vida de Micaela.
Aunque Lucero había sentido un poco de miedo al imaginarse mintiéndole a su madre, se tranquilizó cuando entendió que todas la apoyarían y que no sería la única en tejer dicha mentira.
Sabían que tenían que encontrar una excusa para sacar a su hermana de la casa sin que su madre sospechara y, como faltaban un par de meses para la navidad, no se les ocurrió mejor idea que usar esa excusa para respaldar su ausencia por un largo tiempo.
Aunque sabían que sería una mentira provisoria y que no aguantaría mucho, no se les ocurrió otra mejor idea que esa, además, no tenían mucho tiempo para pensar en algo mejor.
Pía acomodó la mesa y distribuyó el pan fresco con la ayuda de la madre de Brant, la pareja de su hermana mayor y quien se había acoplado a ellas de muy buena manera.
Cuando la jovencita tuvo la atención de todos, supo que era hora de empezar.
Como era ella quien siempre estaba al tanto de todos los chismes que pasaban por la televisión o los programas de radio, era más creíble que ella comenzara.
—Oye, Mica —llamó Pía. Su hermana la miró con grandes ojos—. Escuché que tu empresa va a dar una gran fiesta navideña. En el canal de entretenimiento vi que ya llegaron a la ciudad y que será una fiesta enorme.
Micaela se preparó para responder, pero su padre intervino.
—¿No falta mucho para eso? —preguntó el señor Torres.
Todas se miraron alteradas. No se habían preparado para que su padre entrara en la conversación.
—No, claro que no —refutó Salomé y se largó a reír. Su madre clavó sus profundos ojos en ella y la mujer supo que ya tenían su atención—. Para planear ese tipo de fiestas, nunca es suficiente.
Todas se alegraron y se rieron, incluida Priscilla, quien no entendía muy bien de lo que estaban hablando sus hermanas menores.
—Sí, es cierto —afirmó Mica con timidez—. Los preparativos comienzan esta semana —susurró a duras penas, bajo la mirada curiosa de todos.
Cada vez le costaba más y más mentirle a su madre. Sus hermanas lo notaron y tuvieron miedo de que se retractara a último segundo.
Sus miradas cómplices colmaron la mesa y decidieron atacar rápido.
—Y como ahora eres la asistente oficial del tóxico, supongo que tendrás mucho más trabajo, ¿no? —especuló Pía y se sentó a su lado.
—¿Más trabajo? —interrumpió su madre y la miró con descontento—. Y no me gusta que le digan así al señor Black… sabemos que es un desgraciado y un patán desconsiderado, pero a las personas se les llama por su nombre.
—Sí, mamá —respondió Pía con tristeza.
A Micaela no le gustó su tono. Parecía que no la creía capaz de trabajar más duro. No la creía capaz de nada y eso la enfurecía, puesto que ella sabía mejor que nadie que, era capaz de mucho.
—Sí, tendré más trabajo, pero nada fuera de lo normal —respondió Mica con firmeza y solo allí supo que seguiría con su plan, costase lo que costase—. Tendré mi oficina no muy lejos de aquí y, por fin, conoceré a las empleadas de todas las agencias —mintió descarada.
Todas se quedaron boquiabiertas cuando entendieron que su mentira había cogido otro camino y las jóvenes miraron a Salomé. Esperaban a que las rescatara y las ayudara a entender de qué demonios hablaba Micela.
Michelle carraspeó liada y no supo qué decir. Todo su diálogo estudiado se había visto arruinado.
—¿Tendrás tu propia oficina? —preguntó Priscilla y sonrió feliz—. Estoy muy contenta por ti, hermanita… —Las dos se miraron con dulzura—. Me alegra saber que tu jefe por fin vio lo valiosa que eres.
—Gracias —respondió Mica y miró a sus hermanas menores con desesperación.
—Entonces se te acabaron las vacaciones —bromeó Michelle—. Ahora tendrás que cumplir con tu horario de oficina.
Todas se rieron, incluida Priscilla, quien también estaba cayendo en las mentiras de todas sus hermanas. No habían querido incluirla, puesto que ya tenía suficiente con sus problemas con Brant Heissman.
—Sí, el lunes comienzo a primera hora. —Todas se mantuvieron calladas, incluida Gretchen, la madre de Brant—. Trabajo doce horas y…
—¡¿Doce horas?! —preguntó su madre, totalmente ofendida.
—Antes trabaja las veinticuatro horas —bromeó Gretchen y le regaló una mueca—. Es un avance, ¿no?
—Claro que si —suspiró Micaela, aliviada.
Su madre refunfuñó entre dientes. Se iba a guardar sus comentarios, puesto que todas parecían felices del avance de su hermana.
—Ojalá te paguen las horas extras —ayudó Salomé, puesto que sabía bien que, cuando el lunes llegara, Micaela no regresaría otra vez y en mucho tiempo.
Micaela asintió divertida y, de reojo, miró a su madre.
La mujer la estaba mirando agudamente y no tuvo miedo de regalarle una simpática sonrisa.
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Editado: 17.06.2022