Me encuentro en un estado de letargo constante, arrastrando mi cuerpo cansado a través de los días. La depresión ha comenzado a tomar un fuerte control sobre mí, envolviéndome en su abrazo oscuro y sofocante. Cada día que pasa, siento cómo mis fuerzas se desvanecen aún más, como si una invisible losa de plomo descansara sobre mis hombros.
Mi energía ha menguado hasta niveles alarmantes. Ya no tengo la vitalidad ni la motivación para llevar a cabo las tareas más simples de mi rutina diaria. Incluso concentrarme se ha convertido en una tarea ardua y desafiante. Mi mente se dispersa y se pierde en un mar de pensamientos sombríos, dificultando mi capacidad para realizar cualquier actividad con claridad.
El apetito también ha sido víctima de esta oscura tormenta. Mi estómago se ha convertido en un pozo vacío, incapaz de experimentar el más mínimo interés por la comida. Cada bocado se vuelve insípido. Como resultado, mi peso ha disminuido, y mi figura se desvanece.
Estos síntomas, lejos de ser simples molestias, se han convertido en las cadenas que me mantienen prisionera de la desesperanza y la desolación. Me siento atrapada en un ciclo interminable de sufrimiento, donde cada día se funde con el siguiente en una monotonía gris y sin esperanza.
Hoy, Tía Alicia, que ahora es mi única familia además de Carlos, me ha preguntado si me gustaría acompañarla a la fiscalía para ver cómo avanza el caso del asesinato de nuestra familia. Su voz, cargada de preocupación y afecto, rompe el silencio que me envuelve.
Tía Alicia se acerca a mí con cautela y se sienta a mi lado en el sofá. Su mirada refleja la tristeza que también carga en su corazón.
—Vanessa, cariño, sé que estos días han sido difíciles para ti. Quiero que sepas que estoy aquí para ti, siempre. ¿Te gustaría venir conmigo hoy? Quizás ver el progreso del caso pueda traerte un poco de alivio, una sensación de justicia en medio de tanta oscuridad.
La mirada perdida en mis ojos se cruza con la preocupación en los suyos. Sin embargo, una barrera invisible parece separarnos, impidiendo que mis palabras y emociones fluyan libremente. Me siento atrapada en mi propio abismo de tristeza.
—Tía Alicia, lo siento—, balbuceo con un hilo de voz.— No puedo... no puedo enfrentar eso ahora. Es demasiado doloroso revivirlo una vez más. No quiero seguir removiendo mis heridas una y otra vez.
Sus ojos se llenan de lágrimas mientras toma mi mano entre las suyas.
—Lo entiendo, querida. No quiero presionarte ni forzarte a hacer algo que no estás lista para hacer. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, sin importar lo que decidas. Si alguna vez necesitas hablar o compartir tus sentimientos, sabes que puedes confiar en mí.
El silencio se cierne sobre nosotros, un manto pesado que refleja la carga emocional que ambas llevamos. Me siento agradecida por tener a mi tía a mi lado, a pesar de la dificultad que tengo para expresar mis sentimientos en este momento.
Mientras nos separamos, tía Alicia me da un abrazo reconfortante. Siento su amor y su apoyo, aunque mi corazón parece estar envuelto en una neblina de tristeza y desesperanza.
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En medio del frío y solitario comedor escolar, una inesperada invitación se presenta frente a mí. Un grupo de chicas, sonrientes y aparentemente amigables, me invita a unirme a ellas para almorzar. Un destello de esperanza se asoma en mi corazón, empujándome a dejar atrás mi aislamiento y formar parte de algo más grande.
Mientras compartimos la comida, la camaradería se desvanece rápidamente. Una de las chicas, con su rostro radiante y perfectamente maquillado, comienza a burlarse descaradamente de mi aspecto. Sus palabras cortantes y llenas de veneno me perforan el corazón, recordándome todas mis inseguridades y debilidades.
— ¿En serio crees que alguien podría encontrar algo atractivo en ti? Mira cómo te vistes, cómo te comportas. Eres tan insignificante que los chicos ni siquiera se fijan en tu existencia.
Intento ignorar sus palabras hirientes, pero cuando menciona mi falta de atractivo y asegura que ningún chico podría interesarse en mí, una ráfaga de recuerdos dolorosos se apodera de mi mente. Lucas, con su desprecio en los ojos y sus palabras crueles, se manifiesta una vez más. El dolor de su traición y sus heridas aún no sanadas reverberan dentro de mí.
Mis piernas se debilitan, y una ola de mareo me envuelve repentinamente. No puedo soportar más el peso de la humillación y la tristeza acumulada. Me alejo de la mesa y me dirijo hacia el baño, desesperada por encontrar un refugio momentáneo donde ocultar mi tormento.
El zumbido en mis oídos se intensifica mientras entro en el baño. El reflejo que encuentro en el espejo parece desvanecerse, como si mi existencia misma estuviera perdiendo forma. Siento cómo mi cuerpo se desploma lentamente, incapaz de soportar la carga de la depresión y el sufrimiento.
La oscuridad se cierra a mi alrededor, envolviéndome en su abrazo gélido y profundo. Los murmullos y las voces de mis compañeros de escuela se desvanecen, reemplazados por un silencio opresivo. Mi conciencia se desvanece y me rindo al vacío abisal.
En medio de la negrura, una voz se filtra, como un susurro lejano que se acerca a mi oído. Es Alex, una compañera de clase que, preocupada por mi bienestar, ha encontrado mi cuerpo inconsciente en el baño. Con determinación y urgencia, intenta reanimarme, luchando para que recupere la conciencia.
La luz comienza a filtrarse entre las sombras mientras mis sentidos titubeantes regresan lentamente. Mi visión se aclara y el dolor punzante de la realidad se instala nuevamente en mi mente. El rostro preocupado de Alex se convierte en el faro que me guía de regreso al mundo de los vivos.
El aliento agitado y los latidos acelerados de mi corazón se hacen presentes, recordándome que aún estoy aquí, que la vida sigue. En ese momento de vulnerabilidad y gratitud, impulsada por una mezcla de emociones, mis labios encuentran los suyos en un beso apasionado.