La mansión Evernight, otrora un símbolo de lujo y poder, se había convertido en una prisión de sombras y recuerdos oscuros. Lucian caminaba por los pasillos adornados con arte y antigüedades, pero todo lo que veía era el vacío dejado por la ausencia de Ethan. Cada día sin noticias suyas era una herida abierta, una confirmación de su impotencia.
Lucian había utilizado todos los recursos a su disposición para encontrar a Ethan. Había contratado a los mejores investigadores, revisado cámaras de seguridad y rastreado cualquier pista posible, pero todo había sido en vano. Ethan parecía haberse desvanecido en el aire, y la obsesión que lo consumía se transformaba en desesperación y rabia.
Los días pasaban lentamente, cada uno más sombrío que el anterior. Lucian se sentía atrapado en un ciclo de frustración y vacío. La perfección de su apariencia y el control que siempre había ejercido sobre su entorno ya no significaban nada. El rostro de Ethan lo perseguía en cada esquina, en cada espejo. No había escape de su propia mente torturada.
Una noche, incapaz de soportar la soledad y el tormento interno, Lucian decidió entregarse a los vicios que el dinero podía comprar. Organizó una fiesta privada en su mansión, invitando a la élite de la ciudad, personas que, como él, buscaban llenar el vacío con excesos y placeres efímeros.
El salón principal de la mansión se llenó de música, risas y luces deslumbrantes. Los invitados bebían champán, consumían sustancias ilícitas y se entregaban a la decadencia sin reservas. Lucian se sumergió en el caos, intentando ahogar su dolor en un mar de alcohol y drogas reflejando así la decadencia humana.
Lucian se movía de un grupo a otro, su carisma habitual ocultando la tormenta interna que lo devoraba. Bebía sin parar, cada trago un intento de silenciar la voz de la obsesión que gritaba dentro de su cabeza. Las drogas que consumía proporcionaban un alivio temporal, una ilusión de paz que desaparecía tan rápidamente como llegaba.
Rodeado de gente, Lucian se sentía más solo que nunca. Las risas y las conversaciones a su alrededor eran solo ruido, incapaces de llenar el vacío en su corazón. A medida que la noche avanzaba, la desesperación se profundizaba. Las imágenes de Ethan se volvían más vívidas, más torturadoras.
Las risas de los invitados se volvieron ecos que parecian provenir de demonios burlandose de su dolor tan intenso como desgarrador.
Hacia el final de la noche, cuando la mayoría de los invitados se habían ido o estaban demasiado ebrios para notar algo, Lucian se retiró a su despacho. La música seguía sonando a lo lejos, pero él se encontraba en un silencio abrumador. Se desplomó en su silla, con la cabeza entre las manos, susurrando el nombre de Ethan como si fuera un mantra.
Los vicios no habían logrado liberarlo de su obsesión; al contrario, la habían intensificado. Cada intento de olvidar solo reforzaba su deseo, y cada deseo insatisfecho era una nueva herida en su mente y alma.
Lucian levantó la cabeza y miró alrededor de su despacho. Las paredes decoradas con premios y recuerdos de sus éxitos parecían burlarse de él. ¿De qué servía todo ese poder y riqueza si no podía tener lo único que deseaba?
La desesperación se transformó en una fría determinación. Sabía que tenía que encontrar a Ethan, no importaba el costo. La idea de perderlo era insoportable, y estaba dispuesto a cruzar cualquier línea para recuperar el control.
Esa noche, en la soledad de su despacho, Lucian aceptó una verdad amarga: su vida ya no tenía sentido sin Ethan. Los vicios y excesos eran solo paliativos temporales que no podían llenar el vacío. Sabía que su obsesión lo estaba destruyendo, pero no podía ni quería detenerse.
Mientras el amanecer comenzaba a teñir el cielo de un gris pálido, Lucian tomó una decisión final. Debía encontrar a Ethan, a cualquier precio. La obsesión había consumido su vida y su mente, y ahora, más que nunca, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para poseerlo.
Con esta determinación sombría, Lucian se levantó de su silla, sabiendo que el camino que había elegido era peligroso y destructivo. Pero para él, no había otra opción. La búsqueda de Ethan se había convertido en su única razón de existir.