Sombras del Caos

Capítulo 10: Ecos de la Caída

El campo de batalla, ahora en silencio, estaba cubierto de cuerpos, humo y las cicatrices de una victoria que no se sentía como tal. Yuna caminaba entre los restos, sintiendo la mirada de los pocos soldados sobrevivientes sobre ella. Cada paso que daba resonaba en su mente, una mezcla de duda, culpa y algo más oscuro que no quería reconocer.

Había salvado la fortaleza, pero al mismo tiempo, había destruido mucho más de lo que pretendía.

El soldado, a quien había conocido desde el comienzo de este viaje, la miraba a la distancia, sin acercarse. Sus ojos ya no eran los de alguien que confiaba en ella. Había visto lo que era capaz de hacer, y aunque habían ganado la batalla, sabía que algo en Yuna había cambiado para siempre.

—¿Qué has hecho, Yuna? —preguntó, su voz más apagada que de costumbre. Pero no había enfado en su tono, solo un cansancio profundo.

Yuna no respondió de inmediato. Se detuvo frente a los restos de una de las criaturas que había destruido. Sus manos aún sentían el calor residual del poder que había desatado, y en su mente, las sombras seguían susurrando, tentándola.

—He hecho lo que tenía que hacer —dijo finalmente, con una frialdad que la sorprendió incluso a ella.

El soldado se acercó, sus ojos llenos de frustración y algo más que no podía ocultar: miedo.

—¿Y a qué costo? —preguntó él, su tono subiendo ligeramente—. Míralos, Yuna. No solo destruimos a los enemigos. Los nuestros también murieron por tu mano.

Yuna bajó la mirada hacia el suelo, observando los cuerpos de los soldados caídos. Sabía que él tenía razón. El precio por su poder había sido más alto de lo que esperaba, pero una parte de ella se sentía extrañamente tranquila, como si hubiera aceptado esa realidad mucho antes de que ocurriera.

—No podemos detenernos ahora —dijo Yuna, su voz cortante—. Si no hubiera hecho lo que hice, todos habríamos muerto. A veces, las decisiones difíciles son las únicas que valen la pena.

El soldado la miró, incrédulo.

—¿Eso te dices a ti misma? ¿Que el fin justifica cualquier medio, incluso si nos destruyes a nosotros también?

El silencio entre ellos era tan espeso como la niebla que cubría el campo. Yuna podía sentir el abismo creciendo entre ellos, una brecha que parecía insalvable. Pero no podía retractarse ahora. Había cruzado esa línea, y no había vuelta atrás.

—Hiciste tu elección —dijo el soldado finalmente, su voz más suave, casi con tristeza—. Pero no esperes que todos te sigamos ciegamente. No después de esto.

Y sin más, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la fortaleza, dejando a Yuna sola entre los cuerpos, los escombros y el eco de su poder.

Más tarde, mientras la noche caía sobre la fortaleza, Yuna se encontraba en la cámara de entrenamiento, sola. El psíquico no había dicho nada desde la batalla. Sabía que él la estaba observando, pero se mantenía a distancia, como si esperara que ella diera el siguiente paso. Y ese paso estaba a punto de llegar.

Sentada en el centro de la sala, Yuna cerró los ojos y dejó que el silencio la envolviera. Las sombras, que una vez le parecieron ajenas, ahora se movían con familiaridad a su alrededor, respondiendo a cada uno de sus pensamientos. Pero en el fondo de su mente, aún había una pequeña chispa de resistencia, algo que le decía que no todo estaba perdido. Que aún podía elegir un camino diferente.

¿Por qué dudas? —la voz familiar apareció de nuevo, suave y persuasiva—. Sabes lo que eres. Has sentido el poder, lo has desatado. No hay nada que temer. Solo debes aceptarlo completamente.

Yuna apretó los dientes, sintiendo el conflicto interno que ardía dentro de ella. El poder le ofrecía control, fuerza, una solución a todos sus problemas. Pero también sabía que había un precio que seguía pagando, un coste que se hacía más grande con cada uso.

—No puedo seguir destruyendo a los que me rodean —murmuró, casi para sí misma.

La voz se rió suavemente, como si la idea le resultara divertida.

No te engañes, Yuna. Ellos te temen, y con razón. Nunca te aceptarán. Nunca comprenderán lo que eres. Pero tú... tú tienes el poder de hacer lo que ellos nunca podrían. De crear un nuevo orden en este caos. Todo lo que tienes que hacer es dejar que el control te consuma por completo. Solo entonces serás libre.**

Yuna abrió los ojos, sintiendo el peso de sus palabras. La libertad que la voz le ofrecía era tentadora, pero también vacía. Sabía que, en el fondo, si lo aceptaba por completo, se perdería a sí misma. La línea entre lo que era y lo que podía convertirse se desdibujaba más con cada decisión.

Pero había algo más.

Se levantó lentamente, las sombras moviéndose a su alrededor como si estuvieran esperando su comando. El poder la seguía, pero aún podía elegir. Aún podía decidir qué haría con él, aunque el precio seguía siendo alto.

—No —murmuró—. No seré tu instrumento.

La risa de la voz se desvaneció en el aire, pero su presencia aún la rodeaba.

Ya lo eres. Solo es cuestión de tiempo. Y cuando llegue el momento, lo sabrás. Lo habrás sabido desde el principio.

Yuna salió de la cámara, sus pensamientos más oscuros que nunca. Había ganado una batalla, pero la guerra dentro de ella solo acababa de comenzar. Y con cada paso que daba, sentía que las sombras la seguían, esperando el momento en que finalmente cediera.

No había vuelta atrás.

Esa noche, el soldado la encontró en los pasillos de la fortaleza. No dijo nada al principio, solo la observó. Había algo distinto en él también, una distancia que antes no existía.

—Vamos a necesitarte otra vez —dijo finalmente—. Las criaturas no tardarán en volver.

Yuna asintió, pero no respondió de inmediato. Sentía que, aunque él la necesitaba, ya no la veía de la misma manera.




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