Sombras del Destino

Capitulo Diez: Bajo la luna

Una ventisca me azota y, a pesar de eso, me siento ajena a este lugar, así como me he sentido ajena a todo después de que el hielo calara mis huesos y ese sentimiento de pánico me atravesara. Todo se ha sentido ajeno, sin embargo, sé que es real. Sé que en realidad no estoy en ese extraño lugar del que recuerdo poco antes de despertar. Sé que no continúo en ese estado o que esto es obra de mi mente, porque de ser así no tendría dudas; ¿o sí? Mi mente no es capaz de ser tan cruel como para inventar mis acciones, el movimiento de mi cuerpo y mis sentimientos.

Mi cabeza no podría recrear nada de lo que estoy sintiendo o viendo, no podría lograr que mi palma sienta estas texturas que captan mi atención, no podría lograr que las puntas de mis dedos sientan cada una de las curvas que recubren estas imponentes paredes, porque en mi corta vida no he visto tanta belleza. Nunca he visto esta tela sobre la que se cuelgan cuadros, los cuales también admiro, curiosa y atraída por la mirada de una sonriente niña con pelo oscuro y una expresión que demuestra felicidad verdadera. Me acerco hasta quedar a centímetros del cuadro y, para separar mi distancia con su rostro, acerco mi mano y la paso por sus facciones, sintiendo cómo la pintura se acumula en algunas partes de los colores vivos que lo adornan. Pero al acercarme a sus ojos, me detengo, cayendo en cuenta de que no hay tiempo que perder.

Con paso apresurado, recorro los largos pasillos que me separan de lo que he venido a buscar en este lugar. A pesar de lo hermoso que este lugar luce con sus techos adornados con preciosas imágenes y pilares con formas fluidas, me digo a mí misma que esta belleza resguarda lo que me quitaron y mantiene seguro a aquellos se merecen el desprecio de alguien a quien le arrebataron todo. Mientras medito, sé que mis emociones pueden fallarme ante cosas que no he visto. Sacudo mi cabeza aclarando mi objetivo, así que me detengo frente a la puerta que lo resguarda y me fijo bien en ella. Es mucho más grande que yo, hecha de una madera tan oscura que parece absorber la luz de los candelabros que iluminan todo mi alrededor, con espirales que fluyen a través de ella, rodeando en el centro una luna menguante en medio de dos montañas. Al ver este símbolo, mi humor se arruina y mi enojo se adueña de mis pensamientos.

Con paso resuelto, entro y me encuentro con un paraíso de libros y estanterías llenos de ellos, de todos los colores y tamaños. Sin embargo, sus pastas duras y grabados no me conmueven lo suficiente y paso de largo directo hacia el cuadro que acapara toda mi atención. Detrás de un gran escritorio y en medio de dos ventanales, por los que se atraviesa la luz de la luna, se halla una mujer con un pelo negro tan intenso que se asemeja a la oscuridad de una noche carente de luz, con sus ojos igual de oscuros y una nariz perfilada. Sus labios delicados y su mirada posada en un hombre que la mira con un profundo cariño me hacen preguntarme cómo ese pelirrojo ser fue capaz de hacerle daño a niños como yo. Pero esos ojos grises no demuestran arrepentimiento alguno por cargar con la vida de inocentes, y eso es lo que más me molesta. Me molesta que le sonría de esa manera tan arrogante a la mujer que lo acompaña. Dirijo mi mirada nuevamente hacia la mujer y mientras la analizo con detenimiento me pregunto cómo puede dedicarle esa mirada a alguien como él.

Lo repaso una y otra vez hasta que veo la posición de sus manos y noto un pequeño bulto debajo de su mano derecha, casi imperceptible, y la izquierda acariciando la cara del dueño de estas tierras. Caigo en cuenta de la razón por la que comparten esa complicidad en sus miradas, lo que nuevamente me lleva a los labios de esa mujer que le dedica una sonrisa cerrada. Sonrisa que conozco bien porque esa sonrisa me cantaba canciones para dormir cuando tenía pesadillas; porque esa sonrisa fue la última que me dedicó la mujer que me amó más que nada, dedicándome sus últimas palabras antes de dejarme en el lago.

-Madre-, pronuncio en un suspiro, sintiendo cómo mis ojos se nublan y las lágrimas inundan mis ojos. A pesar de contenerme, un sollozo sale de mis labios y, cargada de recuerdos, quemo la tela de ese maldito cuadro, encontrándome con la puerta de una caja fuerte, la cual, por la ira contenida, derrito más rápido de lo que me esperaba, ignorando el metal derretido. Introduzco mi mano y de esa caja saco un collar, que brilla con la luz de la luna en mis manos, hecho de plata pura, con pequeños diamantes que resplandecen y tan solo vuelven más bella a la piedra que se encuentra en el centro con una forma de corazón no más grande que la palma de mi mano, una piedra de un azul tan intenso como lo profundo de un océano adornado de estrellas. Esto solo provoca que mis lágrimas se vuelvan más espesas al recordar cómo ella lo llevaba siempre consigo y no lo soltó ni cuando sus ojos se cerraron por última vez.

Un ruido logra que me ponga alerta y rápidamente coloco el collar alrededor de mi cuello. He bajado la guardia, así que me apresuro a salir de aquí dejando atrás esa habitación. Apresuro mi paso aún más cuando escucho como unas patas hacen eco en los pasillos persiguiéndome, tratando de alcanzarme. Me concentro en correr, pues usar mis poderes en este momento delatarían lo que soy. Mejor lo dejo atrás y cuando sea seguro me largo. Pero no estoy segura de que mis planes salgan como espero y el sentimentalismo me jugó una mala pasada distrayéndome.

Echo una mirada atrás y lo que veo me sorprende. Su mirada y su atención estaban puestas completamente sobre mí. Me miraba con una intensidad que logra erizarme la piel y cortar mi respiración.

Es él, el mismo lobo que en el bosque me persiguió.

-Rayos, Moriely, ¿por qué fuiste tan tonta? -, me reprendo mentalmente. Por fortuna, logro poner una distancia considerable entre nosotros, así que me dirijo al bosque y cuando abandono la calidez del castillo, el exterior me recibe con una ventisca nuevamente.




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