Son las 7:30 a.m. Me estoy vistiendo para ir a clase. Mi habitación está desordenada, así que cierro la puerta para que mi madre no lo vea. Bajo corriendo por las escaleras y allí está mi padre en la cocina, preparando el desayuno. Me sonríe y me hace un gesto para que me siente. Mi padre siempre ha sido extremadamente estricto conmigo, exigiéndome lo máximo, pero nunca he dudado de su amor. Es un buen hombre y solo quiere protegerme. Quizás ha visto demasiadas cosas en su trabajo como policía, por eso es así.
—Aquí tienes tu desayuno. Date prisa o llegarás tarde. Tu madre te llevará hoy a clase —dice, mientras me sirvo unos pancakes.
Asiento mientras como lo más rápido posible. Antes de irse a trabajar, me da un beso en la frente.
—¡LEAH! ¿Puedes cuidar a tu hermano? Tengo que vestirme.
—Sí, mamá. Dame cinco minutos.
—¡LEAH! ¡POR FAVOR, AHORA! —grita.
Dejo la mesa rápidamente y voy a coger a Daniel. Mi madre es más firme y estricta que mi padre. Es una mujer extremadamente bella, mide 1.70 m, y a sus 32 años tiene una figura muy atractiva, ojos verdes y cabello dorado. Su piel es brillante y su cara angelical. Cuando salimos, todos los hombres la miran y la halagan, a veces quedándose perplejos ante su belleza. Pero, a pesar de tener tantos hombres detrás de ella, eligió a mi padre y se casó con él cuando ella tenía 18 años y él ya superaba los 30.
Aun así, mi madre ama a mi padre y se siente protegida y segura cuando él está a su lado. Mi padre, en sus cuarenta, tiene el pelo abundante y canoso. Sus ojos son de color miel, es alto y corpulento. Es muy estricto con su rutina de ejercicio, lo que lo mantiene en forma. Yo no me parezco en nada a mi padre; me parezco más a mi madre, con sus mismos ojos y color de cabello. Me gustaría tener su seguridad y personalidad firme. Siempre me dice que soy muy blanda y que debo endurecerme para que nadie me pueda hacer daño.
Corro hacia Daniel y lo levanto con cuidado. Sus ojitos soñolientos me miran con curiosidad, y siento una ola de ternura. Mientras lo sostengo, veo a mi madre salir de su habitación, impecable como siempre, lista para llevarme a la escuela. Nos subimos al coche, y mientras conduce, no puedo evitar pensar en cómo me esfuerzo cada día por estar a la altura de sus expectativas y las de mi padre.
Llegamos a la escuela y antes de bajar, mi madre me da un último consejo:
—Recuerda, Leah, eres capaz de todo. Solo tienes que creer en ti misma.
La miro y, por un instante, veo la preocupación en sus ojos verdes. Le sonrío y le doy un beso en la mejilla.
—Lo sé, mamá. Te quiero.
Salgo del coche, lista para enfrentar un nuevo día, con el deseo de demostrarles a ambos que puedo ser tan fuerte como esperan de mí.
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Editado: 06.06.2024