Sombras Del Secuestro

PARTE 1

Mi padre, con 20 años de servicio en el departamento de inmigración, es un hombre reservado. No le gusta que lo llamen “policía”, aunque su trabajo implica mantener la seguridad y la ley.

A menudo, lo veo llegar a casa con la mirada cansada y los hombros cargados de responsabilidades. A veces, me pregunto qué secretos guarda bajo esa fachada de seriedad. Mi madre, en cambio, es una mujer misteriosa. Maestra de ruso, su belleza es inigualable. Sin embargo, su origen sigue siendo un enigma. Es originaria de Rusia, pero nunca habla de su pasado ni de su familia. No he conocido a ningún pariente suyo, y su silencio al respecto me intriga. ¿Qué oscuros recuerdos o secretos esconde tras su sonrisa?

Nuestra casa está llena de pequeños detalles que no cuadran con la perfección que aparentamos. Las noches en las que escucho susurros entre mis padres, las miradas cargadas de significado que intercambian cuando creen que no los observo. ¿Qué están ocultando? ¿Qué sombras se esconden detrás de las cortinas bien planchadas y las sonrisas forzadas?

De repente mi madre interrumpe mis pensamientos con un grito.
—¡LEAH! ¡Vámonos ya, hija! Llegaremos tarde y tu padre se va a enfadar.

Sujeto a mi hermano y corro hacia el coche. Lo dejo en el asiento trasero y, justo cuando me acomodo, me doy cuenta de que he olvidado la mochila. Maldición. Corro de vuelta a la casa, la agarro rápidamente y, al salir, veo una camioneta negra aparcada detrás de nuestra casa. Me quedo mirándola unos segundos hasta que escucho de nuevo a mi madre llamándome.

—¡Estoy harta de tus despistes! No puedes ir por la vida así, Leah. Tu padre y yo no estaremos siempre para ayudarte. Tienes que espabilar y ser más lista al tomar decisiones.

—Vale, lo siento, mamá —respondo solo para que se calle y me deje en paz. ¿Qué más quiere de mí esta mujer? Soy una alumna de matrícula, nunca me he metido en problemas, no hago las cosas que hacen los niños de mi edad. Me quedo callada, mirando a mi hermano que duerme como un angelito en el asiento trasero. Lo quiero tanto.

Llegamos a la puerta de la escuela. Laura, mi amiga, me está esperando como de costumbre para entrar juntas. Abro la puerta para salir, pero mi madre me coge de la mano y dice:

—Te quiero más que nada en el mundo. Puede que sea muy dura contigo, pero todo lo hago por ti —su tono es tierno, sus ojos llenos de una tristeza que casi puedo tocar.

La miro fijamente y veo cómo sus ojos se llenan de tristeza, como si presintiera que algo malo va a pasar y que nos van a separar.

—Lo sé, mami. Te quiero —le digo, dándole un besito en la mejilla para reconfortarla antes de salir del coche.

 

 

 




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