Something About Us

Something About Us

El resplandor de las luces de la calle pasa fácilmente por mi vista. Mis ojos parpadean demasiado rápido para contrarrestarlo. Pero, no vasta, porque el brillo es profundo.

«Debí haber traído lentes», digo.

Me detengo. El pecho aún me duele. Los retos de lágrimas siguen siendo notorios. Saco un pañuelo de mi bolsillo, me limpio las lagañas de manera disimulada. Lo tiro al primer basurero que encuentro.

Acomodo mi cabello para atrás. Hago una pequeña y fallida sonrisa, que acaba por transformarse en una expresión contraria a la felicidad.

Me llevo una mano al pecho, puedo sentir los latidos de aquel corazón que amó con tanta fuerza; que aguantó engaños, malicias, bromas pesadas y más.

Una lágrima cae por mi mejilla izquierda. Por mucho que lo intente, no consigo ocultar aquellos sucesos que para varios habrían ocurrido hace tiempo, y que para mí ocurrió hoy.

« ¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza? ¿Será por su estúpida forma de actuar? ¿O por sus hermosos ojos azul profundo?».

— ¿Por qué?, ¿por qué? —grito en plena calle.

Los transeúntes se detienen. Sus miradas expresan vergüenza, desencanto y antipatía; justo las emociones de las que menos quiero saber.

El llanto de un niño empieza a oírse. Para empeorarlo, proviene de uno que no deja de señalarme. Una mujer un tanto obesa y bajita se me acerca, ¿será su madre? Ella me ve como si fuera una criminal.

—Usted da vergüenza. La niñez, lo que menos necesita son personas como usted, que lloran en plena calle sin importarle los demás a su alrededor —susurra con un tono lo suficiente fuerte para que le oiga.

—Lo si-si-siento —me disculpo. Ella pasa de largo por mí. Toma al niño de la oreja, marchándose por lo que parece: un camino sin retorno.

Todas las miradas están enfocadas hacia mí, soy el centro de atención, y no de buena manera.

Salgo disparada del lugar. Sin importarme que haya vehículos, decido corro por la avenida, todo sea por sentirme mejor. Recibo un bocinazo, al instante se vuelve dos; luego tres ensordecedores sonidos. Llego a la acera respirando más rápido de la habitual.

Por segunda vez, otra lágrima desciende por mi mejilla izquierda, sin embargo cae una tercera; una cuarta, una quinta. Al final sollozo, me cuesta creer que lo esté haciendo en público. No sé qué puede ser peor.

De repente recuerdo que mañana tengo un jodido examen de una de las materias que más odio. Necesito tomar un taxi cuanto antes.

Hasta donde veo, pocos autos pasan en comparación a la increíble cantidad de góndolas o micros.

«Mierda, mierda, mierda», reniego.

Tras haber andado quince minutos por una acera llena de grietas. No conseguí ver ningún auto decente. Reviso mis bolsillos, maldigo el hecho de haberme olvidado el celular.

Acabo de notar que mi cuerpo está temblando; que en el cielo no hay estrellas, sino una densa capa de niebla, la cual es bastante notoria debido a las luces urbanas.

Suspiro, continuo caminando y temblando. Escucho el sonido de un potente rayo, que es acompañado por la sensación de un viento con potencia similar.

Estornudo. Las gotas comienzan su descenso empapando mi débil ropa. Miro al frente, el camino se me hace largo, los pies pesados; la suerte escasa.

Espero y espero. Con los ojos cansados diviso un auto. Medio aturdida lo hago detener. Me meto adentro. Le ordeno al conductor que me lleve a la avenida Libertad; en concreto a la calle María Buseta, que es por donde vivo.

Apenas me encuentro en mi pequeño departamento, reviso mi reloj; son las nueve de la noche. No estudié un carajo, ni tampoco siento ganas de hacerlo.

Me tiro a mi cama en medio de más lágrimas y sollozos.

—Genubi Stellaris, es la última vez que llega tarde a mi clase —reclama el docente en voz alta.

Me pongo en mi asiento. Él suelta uno de sus habituales monólogos sobre los universitarios que no acaban su carrera. Acabadas este, una copia de la prueba es puesta para cada alumno. Miro la mía, coloco mi nombre completo, luego bajo la cabeza. La leo y la releo, todas sus preguntas me parecen complicadas.

No sé cómo responderla. Pero me hago a la que estoy resolviéndola. El tiempo se acaba, ni una sola pregunta fue respondida.

Espero lo suficiente. La docente de la materia actual entra con un montón de objetos raros. Según ella, son importantes. Ya inician sus eternas explicaciones. Sho sólo me dedico a evadirlas, y así con el resto de docentes.

«No quiero comer», pienso dejando de lado la bolsa de snacks que compré.

Desde que llegué de la universidad no hice otra cosa más que recostarme en mi cama y sentirme mal conmigo misma.

Mi celular suena, contesto la llamada; es Elektra, una de mis hermanas. Ambas tenemos una conversación corta, donde la taurina se la pasó presumiéndome sobre sus notas altas.

«Tal vez mañana con mejores ánimos».

He salido a dar un paseo después de acabar mis clases. Por mucho que haga calor; mi clima preferido. No tengo ganas de sonreír ni de comer helados de chocolate.



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En el texto hay: depresion, amorverdadero, sufrimiento y lucha

Editado: 30.05.2018

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