En cuanto Tania traspasó la puerta de su casa, se dio cuenta de que no estaba sola. Ese olor a campo, a tierra mojada le hizo saber que Odar estaba ahí.
Un escalofrío la recorrió de arriba abajo. Sabía lo que eso suponía. Si Odar estaba en su casa y había hecho ese largo viaje quería decir que el momento estaba más cerca de lo que ella creía.
—¿Te vas a quedar mucho tiempo parada en la puerta, querida?
Tania espabiló al escuchar a su… su… ¿tatatatarabuelo? Llamarla. ¿Por qué siempre usaba ese tonito de superioridad cuando la pillaba infraganti? Suspiró, cerró la puerta a su espalda y avanzó por el largo pasillo hasta el comedor. Y ahí estaba él, sentado en el enorme sillón que perteneció a su padre.
—Odar, menuda sorpresa. ¿A qué debo el placer de tan grata visita? —preguntó con ironía tras lo cual el torció el gesto haciéndola ver que estaba disgustado por su actitud.
—Tania, Tania, mi querida nieta…
—Tatatataranieta, o más, Odar, o más… No soy tu nieta, y lo sabes —respondió y se cruzó de brazos.
—Ya. Puede que aquí y ahora no, pero hace mucho…
—No, Odar, no empieces con lo mismo, ¿de acuerdo? No soy ella.
—¿No? ¿Estás segura, niña? ¿Acaso me vas a negar que no ha empezado a soñar con ella? ¿Y el paquete? Seguro que ya ha llegado a sus manos, Tania. Me ocupé de eso personalmente y sabes que nunca, nunca fallo.
Tania suspiró, y se sentó en la silla que había frente a él. Se dejó caer de mala manera en ella y se cruzó de brazos.
—Esas no son formas, señorita. ¿Dónde está tu educación, Tania? No está bien visto que una mujer se comporte de esa manera. Actúas como si te hubiera dado un berrinche y está claro que no eres ninguna niña pequeña.
—¡Ja! Y me lo dice un hombre de la época Neanderthal —susurró por lo bajo, pero Odar la escuchó perfectamente.
—Mira, ¿sabes qué? —exclamó dando una palmada en sus piernas y se incorporó de golpe. Puñetas, para ser tan viejo la verdad es que era ágil—. Que tu amigo espabile solo. Visto que no me necesitas y que no toleras mi presencia, me iré y volveré por donde he venido. La verdad es que esta época resulta demasiado… intensa, para mí. Se vive mucho mejor en el siglo XV, querida, así que, ahí regresaré. Y tú y tu amigo ya os arreglaréis solitos.
Odar se dirigió a la salida bien erguido, con la cabeza alta y con un andar majestuoso. Pero Tania, al ver eso se levantó de la silla y corrió tras él.
—¡Espera!
Odar se detuvo y esperó. Tania respiró hondo y claudicó, sabía que necesitaba a ese hombre para que todo saliera bien, así que, haciendo de tripas corazón, se aproximó a él y tocó la manga de su túnica.
—Mira, sé que no nos llevamos bien. Sé que no soportas esta época y sé, bueno… estoy segura de que sin ti el tema no saldrá adelante, lo sé. Así que, por favor, ¿podrías regresar y ayudarme? No quiero que se vuelva a repetir todo de nuevo… abuelo. —Dijo ese nombre entre dientes y en un susurro para contentarlo, aunque a ella le repateó el hígado. Pero si era para conseguir lo que necesitaba, lo diría las veces que fuera necesario.
—Bien, veo que has recapacitado —respondió mostrando una gran sonrisa—. Y ahora, vamos. Me tienes que contar todo lo que sepas sobre ese hombre y cuando lo podré conocer.
***
—Madre mía, menudo casoplón —susurró James al ver la enorme casa de estilo victoriano que tenía delante. —¿Y Tania vive aquí? La verdad es que nunca lo hubiera imaginado.
Echó un vistazo al GPS de su coche para asegurarse de que no se había equivocado y al ver que estaba en la dirección correcta se apeó del coche, conectó la alarma y se dirigió a la entrada. Se fijó en que no había timbre, así que cogió la enorme aldaba que había en el centro de la puerta y golpeó tres veces. Esperó a que se abriera y cuando segundos después lo hizo, se quedó pasmado.
Tras ella estaba un hombre bastante mayor, —debía rondar los ochenta años— iba vestido con una túnica negra. Las mangas eran muy anchas, casi llegaban hasta el suelo y una faja dorada y negra rodeaba su cintura.
—Vaya, al fin habéis llegado.
—¿Perdón? —James frunció el ceño al escuchar esas palabras. Tenían un acento extraño que no supo ubicar y la manera en que habló ese hombre lo sorprendió.
—Pasad, pasad. Os esperábamos. Tenemos que hablar, señor…
—Brunetti. James Brunetti —respondió James y le ofreció la mano. Pero ese hombre la miró como si no supiera qué hacer con ella, así que James la bajó y la introdujo en el bolsillo de su pantalón.
—Brunetti, ¿eh? Pues bien, sígame.
James flipó al ver como ese hombre daba media vuelta y empezaba a caminar por un largo y oscuro pasillo. La verdad es que ese hombre era muy extraño, mucho, pero como sabía que Tania lo estaba esperando, entró, cerró la puerta y siguió a ese hombre tan peculiar.
Al llegar al comedor la vio sentada en una silla. Estaba mirando un punto fijo en la pared y retorciéndose las manos.