—«Gracias por intentar hacerme feliz otra vez. Les regalo mi última sonrisa. Y perdón.» decía el frente de la carta que encontramos en la ropa de mi niñita; y de contenido, todo el daño que le hicimos —me dijo Slippy antes de terminar la historia con ese final que jamás olvidaré.
La alegría psicótica que mostró al principio se había esfumado por completo, al igual que esa imponencia atemorizante. Ahora su voz estaba apagada y temblorosa. Susurraba porque un llanto amargo lo dominaba, de seguro entumecía sus cuerdas vocales. Me mordí los labios con el rostro bañado en sudor y lágrimas. No quería escuchar más, no quería recordar más, pero él no había terminado.
—Me preguntaste por los nombres de todos los involucrados en esta grandiosa y alegre historia —me dijo en tono fúnebre—, así que ahora es tiempo de que los conozcas. Tal vez te ayude a recordar. Carlos era el psiquiatra que debió atenderla. Fue él quien descubrió, revisando las cámaras de seguridad y observando el nuevo comportamiento de ella que Erika, Octavio y Mateo habían provocado un trastorno afectivo hipertímico. ¿Sabes lo que significa, verdad?
—Alegría patológica consecuencia de un mal manejo de la depresión mayor. Un trastorno efusivo en el que la persona no puede controlar sus emociones. No saben lidiar con los sentimientos negativos…
Escuché a Slippy ponerse de pie, caminar a través de la habitación hasta que por fin se detuvo, y después de hacer ruidos metálicos sobre lo que me pareció una especie de mesa, sus pisadas volvieron a acercarse a mí. Lo escuché sollozar y entonces ocurrió: mis recuerdos clarearon.
Yo conducía por la carretera a más de ciento cincuenta kilómetros por hora bajo la lluvia. Sollozaba. Gritaba mientras le daba de golpes al volante del auto cuando mi llanto se volvía más tupido. Trick and treat sonaba a todo volumen a través de las bocinas que conecté a mi celular, el cual programé para que repitiera la canción una y otra vez hasta que pudiera borrarme de la realidad. O regresarme a ella, porque todo parecía tratarse de un lejano sueño para mí.
También recuerdo haber estado cantando, aullando más bien, la letra de la canción:
Oculta de dudas durante un tiempo se hizo insospechable la única verdad.
Fueron mudas citas donde el pecado tan bajo cayó que amor se hizo llamar.
Me hacía sentir miserable, como una completa basura humana, y no era para menos. Conducía de semejante manera escuchando esa canción que perforaba mis tímpanos porque hacía tan solo unas horas me había enterado de que ella, esa vulnerable niña que posó sus esperanzas de sonreír una vez más en mí, se había suicidado.
Por querer salvar a mi novia «…donde el pecado tan bajo cayó…» asesiné a una inocente «…que amor se hizo llamar».
Por eso para Slippy el único nombre que importaba: era el mío…
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Editado: 05.07.2019