Sonrisa de Mil Demonios

Capítulo 12

Narra Allison

Al despertarme aquél viernes todo mi cuerpo dolía.

Pero a pesar de no poder caminar bien, a pesar de todo el dolor y sufrimiento, aquella mañana desperté feliz.

Lo había visto...

Él había regresado a mí.

Me encontró en la oscuridad.

Y estaba tan feliz por eso...

La última vez que lo había visto tenía quince años, recuerdo que esa noche tenía miedo de las sombras, de la oscuridad, y él tomó mi mano y me hizo prometerle que ese miedo cesaría.

Lo que no sabía, era que esa misma madrugada él huiría lejos.

Y así su recuerdo y el dolor quedaron plasmados en una vieja fotografía y una carta donde se encontraba su imperfecta letra.

Fueron días llenos de mucha oscuridad.

La pena y el llanto.

Había decaído por completo, y luego de eso me prometí ser fuerte, por él, y logré mi objetivo de recuperación.

Salí de aquél deprimente lugar y pasé los últimos años en casa de la los padres adoptivos de mi padre.

En pocas palabras, mi pequeña crianza fue con familia de corazón y no de sangre.

Lo único que importaba ahora era que él había vuelto.

Y así no pueda levantarme de la cama lo veré, volveré a verlo.

La última semana de septiembre la pasaría en la cama, postrada.

Al mis heridas ser tan recientes no podría arriesgarme mucho, y menos ir al instituto hasta que se haya afirmado no haber ningún suceso extraño.

Esa semana todo el instituto se dió de baja a estudiar en casa.

Todos los padres y representantes estaban aterrados con lo que me había sucedido.

No querían correr algún mínimo riesgo.

Aunque yo, personalmente sabía que nunca ellos correrían riesgos, siempre lo haría yo.

Porque él me quiere a mí, y a nadie más.

Había decidido investigar sucesos extraños.

Alguna respuesta encontraría.

Y luego pensaba en Azrrael...

Él era extraño, no lo conocía, pero estaba muy segura que podría confiar en él, en la manera que acudió a mí, lo inmediato y peligroso...

¿Acaso podría existir algo peor?

Todos esos libros y películas de fantasías eran reales.

Porque decidí creer en la teoría de que no puedes creer lo que no ves.

Y yo veía cosas, más de las que quería, pero los veía, y cada mínima cosa debía tener una razón.

Y solamente Azrrael era el único que sabría responder.

Cómo lo hacía... Aparecer de la nada, acudir a mis gritos desesperados, en los momentos cargados de oscuridad.

Debía confiar en él, porque él sabría responderme.

Azrrael...

Traté de ponerme de pie cuando un mareo me envolvió y me hizo caer nuevamente en la cama.

Cuando logré estabilizarme caminé hacia el baño en el cual con cuidado de mojar mi muñeca izquierda me di un baño con agua caliente.

Luego de un baño largo me sequé y cambié las vendas en la cabeza para cubrir la herida.

Apliqué las cremas y tomé un analgésico.

Ya había perdido la cuenta de la cantidad de analgésicos que tomé desde que salí del hospital, pero de lo único que estaba segura era que no hacían absolutamente nada para hacerme sentir mejor.

Caminé hacia el vestidor donde tomé unos pantalones de chándal estampados y una camiseta unicolor.

Descalza caminé hasta unas Crocs y luego tomé mi móvil saliendo con cuidado de la habitación.

Decidí caminar por los pasillos hasta llegar a ese lugar.

El piano seguí allí, intacto, lo habían mantenido limpio, pero sin uso desde aquel día.

Quité la sabana que lo cubría y me senté con lentitud.

Toqué una tecla y luego dos.

Mis pensamientos viajaron hacia ese día, aquel momento, aquellas personas...

Mamá se había sentado a tocar una pieza clásica, aquellas que solía poner para relajarse y olvidar el estrés.

Era un día nublado.

Papá me había dicho que no podríamos salir a dar un paseo, así que me encontraba triste.

Estaba sentada en un sillón de mamá en la habitación.

Veía por la ventana las nubes pasar.

Era un día oscuro y vacío, mamá solía decir que el cielo estaba triste, porque algo malo pasaría cuando su color era gris.

De pronto ella detuvo sus manos y el sonido de la pieza cesó.

—Cariño, ¿Qué tienes? — Ella se acercó a mí con su hermosa voz.

Acarició mi cabello y besó mi frente delicadamente, como siempre solía hacerlo.

Me hizo a un lado y me hizo recostar mi cabeza en su pecho.

— Hoy el cielo está gris mamá, ¿Algo malo pasará? El cielo quiere llorar...

Mi pequeño cuerpo se acurrucó contra ella.

Y ella me regaló una de sus grandes sonrisas.

Los ojos de mamá transmitían calma y sobre todas las cosas amor.

Su cabello castaño se veía rojizo y sus ojos oscuros brillaban al mirarme.

— Mi pequeña sonrisa, no tienes porqué preocuparte por eso, nada malo ocurrirá, no siempre ocurren cosas malas.

 Me tomó la mano y jugó con ella.

— Mira, no todos los días el cielo estará alegre, ni todas las noches las estrellas brillarán, a veces ellas necesitan descansar, y el cielo colorido igual...

Me mecía entre sus brazos y me llenaba de su amor.

Mi corazón estaba triste, pero ella hizo que todo estuviese mejor.

— Algún día, no muy lejano el cielo estará llorando, llorará tanto que se cansará, y entonces las luces y la alegría reinarán.

 Mi voz salió temblorosa y mamá me abrazó con fuerza.

— Algún día será...

Se levantó y me llevó con ella hacia el piano.

— Y hasta que eso ocurra tenemos tiempo para aprender a ser felices... ¿No lo crees? Así que pon mucha atención que te enseñaré una canción.

Ella tocaba con tanta concentración e inspiración que mis intentos al seguirle el paso quedaron nulos.

— ¡Así nunca lo lograrás! Debes hacerlo con calma, con el corazón, dejando un trozo de vida en ello...

 Guió mis manos hasta que la logré imitar.

 — Así... Con calma, deja que tus sentimientos fluyan a través de tus dedos cariño, déjate llevar...




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