—¿Papá? ¿Dónde están mis cosas? No veo las cajas por ningún lado.
Al llegar a casa, después de escuchar durante dos horas el discurso de mi padre, me había mandado a mi habitación, como si fuera una cría, le había hecho caso, suficiente enfadado estaba ya, pero, al subir, me había dado cuenta de que mi habitación estaba casi vacía.
Esperé su respuesta por unos segundos, no respondió, seguramente no me escuchara desde el desván. Agarré algunas cajas que tenían mi nombre y las bajé a mi habitación. Ahí debía estar toda la ropa que no me llevé y algunos otros trastos. Las dejé todas en el suelo, a excepción de una, que la dejé a mi lado en la cama. Al abrirla me sorprendieron un montón de papeles. Eso no era mío... Parecían... ¿Cartas? Agarré una al azar y saqué el contenido del sobre, todo seguían cerrados, al abrirlo, junto al papel cayó un colgante. Era una de esas felicitaciones de cartón con dibujos de tarta y velas en la portada. La abrí con curiosidad, no recuerdo haber recibido nunca una de esas cosas.
Hola, Rosy. Feliz cumpleaños, ¿has abierto ya el regalo? No sé exactamente qué te gusta, pero, hay una tradición en tu familia. Te lo conté el año pasado, hay un collar que pasamos de generación en generación. Hoy te haces mayor de edad, así que ha llegado la hora de que te pertenezca. Lleva en nuestra familia más de cien años y parece que está hecho exclusivamente para ti, seguro que el zafiro hace juego con tus ojos. Recuerda que puedes enviarme una carta siempre que quieras.
Te quiero
Dejé colgar el collar frente a mis ojos. Parecía de oro, con un zafiro colgando. Era precioso. Y era de mi madre.
Vacié la caja al completo sobre mi cama y agarré otra. La abrí. Una tras de otra…
Feliz Navidad, Rosy…
¡Feliz cumpleaños número cinco!
Número seis....
Siete…
Ocho…
Nueve…
Había cartas hasta ese año, todas sin haber sido abiertas hasta ese momento. Debía de tener al menos treinta fotos que habían caído de los sobres. Mi madre no se había olvidado de mí, me quería, lo decía en todas las cartas. Era imposible, papá jamás me engañaría con algo así, igual eran de otra Rosalie.
—¡Papá! —grité. Unos segundos después pude escucharle hablar por el pasillo.
—Normas número veinte, Blue, en esta casa el único que puede gritar soy yo y solamente si te saltas alguna de las normas. Lee las fotocopias que te dejé en el escritorio… —su voz se fue apagando mientras recorría toda la habitación. Las cartas, las fotos… el colgante.
—¿De quién son todas esas cartas? ¿Son mías? ¿Mamá me escribía cartas?
Entró a toda prisa, agarró todas las cartas sin el menor cuidado y las volvió a meter en la caja.
—No debiste hurgar en estas cosas. Y quítate ya mismo ese colgante.
—Papá…
—Ahora no, Blue, debí deshacerme de estas cartas. No vuelvas a subir al desván y olvida todo esto, no te hagas falsas esperanzas, tu madre ni te quiere ni te quiso, fue una señora ausente que solo te envió cartas sin presentarse nunca. Olvídalo.
—¡PAPÁ! ¡Déjame hablar! —se calló de una vez y me miró, ya había metido todo en la caja— Yo decido si vale o no la pena.
Agarré yo también la caja, no estaba dispuesta a dejar pasar esa oportunidad, no creía una sola palabra de mi padre, ahora que había visto todas esas cartas.
—He dicho que no, Blue. Lo hago por tu bien, no necesitas saber nada de lo que hay en estas cartas, yo soy tu familia.
Dio un tirón intentando hacerme soltarla.
—Quiero conocerla.
—No me contradigas, Blue. Suelta la caja.
Comenzamos una pelea, él gritaba que la soltara y yo le respondía que no.
—¡ES MI DECISIÓN! ¡NO PUEDES HACER NADA PARA EVITARLO!
—¡INTENTO PROTEGERTE, ROSALIE! ¡ESTO SOLO VA HACERTE DAÑO!
—¡NO ME IMPORTA! ¡SERÉ YO QUIEN RECIBA EL DOLOR! ¡NO TÚ, NO NADIE! ¡YO!
Soltó la caja de golpe haciendo que perdiera el equilibrio y estuviera apunto de caerme.
—¿Quieres hacerlo? Bien, adelante, pero recuerda que te advertí. No soy el villano de tu historia, si quieres estamparte de golpe contra la realidad puedes hacerlo. Estaré aquí cuando vengas deseando nunca haber sabido nada.
—Gracias.
Agarré la caja, iría ahora mismo a conocerla.
—¿Tienes su dirección? —preguntó mientras agarraba mi abrigo.
—La ponía en una de las cartas.
—Vale.
No nos despedimos, aunque hubiéramos dejado de gritarnos ambos estábamos totalmente enfadados con el otro, aunque toda furia se disipó en el momento en que coloqué la caja en el asiento de copiloto y comencé a conducir.
Estaba a una hora y media de ver a mi madre.