Soy La Amante

Entre recuerdos

Mi corazón necesitaba tiempo, sinceramente tenía claro que necesitaba mucho tiempo. A pesar de haber tomado la decisión de continuar, era tan difícil. El camino para lograr mi objetivo era complejo, porque debía pelear conmigo misma, con mi corazón que me traicionaba a cada instante, con mi mente que muchas veces se debilitaba y traía a mis esos recuerdos hermosos de un amor de cuento de hadas, el cual solo era una mentira como lo son todos los cuentos.

Me sentía tan sombría, sonreía por compromiso, porque era parte de mi trabajo, pero no podía hacerlo porque así mi corazón lo sintiera. Escuchaba los comentarios de todos preguntando que me había pasado, que solo debía ponerle ganas a la vida, pero ellos no sabían el dolor que padecía, te imaginas el dolor de amar a alguien que no te ama, de amar a la persona equivocada.

Sentía como me clavaban cuchillas en mi corazón de solo pensar en él, en sus besos, en sus caricias, en las noches que disfrutábamos juntos. Recordarlo era una tortura, pero no podía evitarlo, sin embargo, entendía que debía vivir con eso, que debía aprender a dejar ir de a poco esos sentimientos.

Un mes después de aquella última vez que vi a Luciano, había aprendido tantas cosas y entendía que necesitaba cambiar, tomar decisiones que me llevaran a tener una mejor vida, a crecer, a tener una vida plena. Así que después de pensarlo, decidí renunciar a mi trabajo de recepcionista. El lugar en el que trabajaba era un Buffet de abogados, ellos permitieron que adelantara mis vacaciones para resolver mis temas personales, pero al regresar, no era la misma.

Había renovado mis creencias, había recordado mis sueños, había crecido y comprendido que necesitaba ir detrás de lo que me haría feliz. Debía seguir mis sueños.

Aquella tarde de un viernes, lleve mi carta de renuncia a mis superiores. Peter Smith y Frank Smith, eran dos hombres reconocidos en la ciudad. Ambos tenían una diferencia de edad de diez años. Peter era un hombre de 38 y Frank un joven de 28. Ellos eran hombres caballerosos, estudiados y muy inteligentes. Eran grandiosos, dueños de un Buffet de abogados muy conocido en la ciudad.

Mis manos temblaban un poco por los nervios que sentía al llevarle mi renuncia. Me paré frente a la puerta de Frank, esperé unos cuantos segundos y decidí entrar

-Buenos días- dije al entrar, sonriente

-Hey- respondió Frank con emoción – Te he extrañado

-Gracias, vine aquí por algo importante

-Claro. ¿Qué necesitas?

-Yo. - continúe mientras ponía sobre la mesa la carta de renuncia

-Esto. ¿Qué es? -dijo Frank sosteniéndola en su mano

Permanecí callada durante un corto momento, mientras la abría. Entonces tomé un suspiro lleno de valentía y repliqué

-Mi carta de renuncia

- ¿Cómo? – dijo mientras se levantaba de su cómodo sillón- No la aceptaré.

-Lo lamento mucho, pero creo que ahora tengo otro plan para mi vida- respondí sin titubear.

Me miro por unos segundos, los cuales parecían pasar muy lento. Entonces en su cara se dibujaba una sonrisa, suspiro y se acercó a mí. Sin esperarlo me abrazo, un abrazo que no quería pero que parecía que necesitaba.

-Me alegra que hayas encontrado un camino el cual seguir- dijo mientras me alejaba de sus brazos para mirarme

-Gracias- respondí- nunca había imaginado ser un alguien para personas tan importantes

-Hablare con mi hermano. Eres una gran mujer, no lo olvides y te mereces todo que este mundo te pueda dar. Si este es el adiós, solo queda decirte que en mi tienes un amigo para lo que quieras

Me quede callada y atónita ante sus palabras, es como si el universo por medio de él quisiera recordarme lo que valgo, lo que merezco. Antes de irme, lo volví a abrazar, un abrazo fuerte porque después de irme de ese lugar, nunca los volvería a ver por nuestras vidas tan distintas.

Regrese a mi pequeño escritorio, realice mi trabajo con normalidad aquel día, pero al llegar la hora de salida de los empleados, empecé a empacar cada una de mis pertenencias, las coloque en una vieja caja. Mientras lo hacía recordé como fue que llegué a este lugar.

Era apenas una jovencita de 21 años y necesitaba dinero para pagar mi carrera, debido a que mi familia no me iba a ayudar más. Recuerdo haber estado días caminando con carpetas llena de formularios, entregándolas en pequeños restaurantes y grandes empresas. Al llegar a casa de mis padres, donde vivía en aquel entonces mis pies dolían y solía escuchar los reclamos de mi padre por no haber conseguido empleo, por estudiar una carrera de “mediocres” como él lo decía.

Un día después de mi largo trayecto diario con mi última copia de mi hoja de vida, entré a una cafetería muy elegante. Pedí una mesa y al llegar a ella, me desplome lanzando un suspiro tan fuerte que logre llamar la atención de Frank quien estaba en la mesa junto a mí.

Frank siempre ha sido un hombre carismático, a pesar de su agriedad y sarcasmo.

- ¿Dia difícil? – preguntó quién en aquel entonces era un extraño

-Si, es complicado ser desempleado- dije mientras sonreía

-Estoy seguro de que si- dijo antes de concentrarse nuevamente en lo suyo.

Mientras tomaba el café, deje mi hoja de vida en la silla junto a mí y me concentre en los anuncios de trabajo que había en internet, sin embargo, varios minutos después mi teléfono sonó y fui llamada de emergencias por mi madre, quien había peleado con mi papá para lo cual tomé mi cartera, dejé un billete para cancelar la cuenta y salí del lugar con gran prisa.

Ahora que recuerdo aquella historia, pienso que la vida nos pone en los lugares correctos junto a las personas correctas, aún si estas no se quedan por mucho en nuestras vidas.

Al llegar a casa, el desorden que había en ella evidenciaba una fuerte pelea entre mi padre y mi hermano, ellos solían discutir frecuentemente, mi hermano era el único que tenía la fuerza y valentía de enfrentarse a mi padre. Incluso fue quien me defendió cuando le dije a mis padres que iba a estudiar diseño de modas.




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