—Les juro que ya no aguanto, mañana mismo voy a renunciar.
Clara, mi compañera de trabajo, se recuesta sobre la mesa sin soltar el vaso que acababa de vaciar.
—Siempre dices eso luego de cada época de exámenes —se burla Jake, y también vacía su vaso, advirtiendo que él también está agotado.
Como cada viernes por la noche, los tres profesores solteros salimos juntos a desahogarnos de la dura vida escolar.
Porque no importa qué tanto te hayas preparado en la universidad, no estás lista para lidiar con niños tan llenos de vida y complicaciones.
Le doy un pequeño sorbo a mi gaseosa ya que esta semana me ha tocado ser la conductora designada.
—Tú. —Clara se endereza y me señala.
—Aquí vamos de nuevo. —Jake exhala porque sabe lo que se viene, así que llena su vaso porque no está lo suficientemente ebrio para lidiar con lo que su compañera está por hacer.
—¿Cómo le haces para estar siempre bien? —Frunce el ceño, entre molesta y mareada ya que sus mejillas se han entintado de rojo—. No importa qué tan malo sea el día, qué tantas quejas recibas de los padres de familia, o las noches en vela revisando tareas y exámenes, siempre te ves tan… cuerda. ¿Cómo rayos lo haces? —Golpea el vaso contra la mesa.
Jake se lo quita antes de que lo rompa, algo que ya hizo antes, y tengamos que pagar por este. Y los presentes sabemos que no podemos costear otro vaso roto.
Alejo el sorbete de la boca e intercambio miradas con ambos profesores que parecen esperar mi respuesta.
—Solo pienso que es el último día que me queda de vida y lo aprovecho al máximo. —Sonrío ampliamente, luciendo mi halagada cordura.
—Sí, sí, eso ya lo has dicho antes. —Sacude la mano en el aire espantando una mosca imaginaria—. Pero quiero saber tu secreto para lucir tan bien, tan centrada.
Abro la boca para repetir mi respuesta, pero me callo en cuanto me enseña su palma.
—Por ejemplo, hoy una madre de familia te gritó en salida frente a varios estudiantes porque no le pareció justa la nota que le diste a su hijo. Y tú… tú hasta le sonreíste a la doña como si fueran amigas reencontrándose luego de no verse en días. ¿Cómo? —Me sujeta de la mano— ¿Cómo es posible que no te haya molestado? —Me jala, obligándome a inclinarme hacia ella.
Antes de que pueda siquiera pensar en qué decirle, su cabeza aterriza sobre la mesa en un golpe seco, y mi mano vuelve a ser libre.
—Parece que ya llegó a su límite. —Jake exhala con fuerza y vuelve a vaciar su vaso—. Tanto en la bebida como en la vida.
Miro a la profesora que es tan solo dos años menor que yo, y me siento un poco culpable porque no pude darle la respuesta que tanto ansía.
Soy consciente de lo duro que ha sido este periodo, hubo recortes de personal y la cantidad de quejas se han triplicado, al igual que nuestras horas de trabajo ya que hemos tenido que cubrir horarios de los profesores despedidos.
Ha sido un año complicado, lo sé muy bien, y comprendo que tanto ella como varios colegas se sientan cansados y con ganas de renunciar.
Pero aun cuando sé y entiendo todo eso, aun cuando he tenido que escuchar y solucionar un sin fin de problemas, no tengo el lujo de quejarme al respecto.
No cuando mi vida podría acabarse en cualquier momento.
Es solo cuestión de tiempo para que él me encuentre y me asesine. Siempre lo hace, tarde o temprano, pero al final logra ubicarme.
No importa qué tan lejos me vaya o cuanto intente cubrir mis rastros, no importa si cambio de identidad o de aspecto, él llega de la nada con la única tarea de asesinarme.
Las primeras veces las viví con miedo y paranoia, pero luego de mi muerte número diez decidí empezar a aprovechar el tiempo que me quedaba para sentir que al menos he tenido una buena vida.
Consideré como un hecho que él vendría a matarme, así que debía asegurarme de vivir bien hasta entonces.
Y así lo he hecho en esta vida número veinte, la cual, para mi sorpresa, conseguí llegar a cumplir los treinta. Todo un recordó en comparación a mis vidas anteriores.
Es claro que la razón por la que llegué a esta edad no se deba a que ha decidido dejarme en paz, hace mucho me rendí con esa tonta fantasía.
Jake cubre a la profesora con su chaqueta, quien se ha quedado dormida sobre la mesa.
—¿Cuándo la invitarás a salir? —le pregunto por enésima vez
Ladea su boca, entretenido de que le vuelva a hacer la misma pregunta, y agarra la botella de cerveza.
—Más adelante. —Llena su vaso—. Ya está pasando por tanto que no quiero provocarle más estrés —repite su respuesta.
Ya lleva dos años así, esperando que sea el «momento adecuado», creyendo en serio que aquel momento vaya a aparecer mágicamente.
Creyendo que tiene todo el tiempo del mundo para…
Frunzo el ceño y le quito el vaso antes de que se lo tome y enfoque su atención en mí.
—No seas idiota.