Mi mañana no pudo empezar peor, resulta que a mamá se le pegaron un poco las sábanas y por esa razón estoy llegando tarde a la escuela. Ya no hay ninguna alumna —a excepción de mí— deambulando en los pasillos. Es obvio que a esta hora se encuentran en los salones recibiendo la primera clase del día. Frunzo el ceño y aprieto el paso, procurando no ser atrapada por la hermana Lucía o alguna de las otras monjas. Lo último que quiero es ganarme otro castigo… aunque esta vez no sería mi culpa.
Como sea. Despejo mi mente y me concentro en llegar a mi destino. Me detengo justo cuando me encuentro frente al salón. Respiro profundamente antes de tomar el pomo de la puerta e ingresar al interior.
—¿Por qué aparece a esta hora, señorita Mendoza? — pregunta la hermana Bernarda, apenas me ve cruzando la puerta del aula. De inmediato observa su reloj de mano y añade: —. La clase inició hace diez minutos.
<< Porque, no quería escuchar su horrenda voz >>.
Es lo que me gustaría responder, pero en su lugar digo: —tuve un inconveniente.
—¿Inconveniente? —repite, con un tono cargado de molestia—. Entonces, sería tan amable de decirnos: ¿Cuál fue ese inconveniente? —dice, señalando a todas las estudiantes presentes en el aula. Aprieto los puños y doy un respiro profundo— claro, si puede.
—Lo haría —respondo, sin dejarme intimidar—, sin embargo; no quisiera interrumpir aún más su maravillosa clase, hermana Bernarda —muestro una sonrisa sardónica antes de añadir: —. Claro, pero si usted insiste en…
—Solo tome asiento, señorita Mendoza —Me interrumpe.
Así lo hago.
Camino como si nada a mi lugar asignado y, de soslayo observo a Ana quien hace un esfuerzo por no reír.
Durante la clase, la hermana Bernarda a modo de venganza me lanzó varias preguntas y, como toda buena estudiante que soy, siempre tenía una respuesta preparada en cada ocasión.
¿Qué pensaba? ¿Qué le iba a dar el gusto?
No señor.
Así no funcionan las cosas conmigo.
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Como no soy la persona más atlética del mundo, pienso una y mil veces antes de ingresar a la clase de educación física. Supongo que no hace falta decir que es la clase que más odio —aparte de química—. Aún así considero que es mucho mejor que ver la cara de la hermana Bernarda.
Esa es suficiente motivación para mí.
Por mayoría de votos, vamos a jugar un partido de voleibol, no hace falta mencionar que Ana y yo estaremos en el mismo equipo. Al menos, ella si es buena en los deportes —aunque no lo parezca— y se encarga de cubrirme.
¿Ya ven por qué la tengo de mejor amiga?
Por orden de la hermana Ramona. Quien va hacer las veces de árbitro en lo que dure el partido. nos ubicarnos a ambos extremos de la red para iniciar. De pronto siento que siento que algo golpea la parte de atrás de mi cabeza. Volteo y hago un gesto de desagrado al ver el rostro sonriente de Verónica, eso es suficiente para saber que lo ha hecho a propósito.
Mi amiga me mira con su expresión de: ¿Esa que se cree?
Me encojo de hombros en plan de: no tengo la más remota idea y tampoco me importa.
—¡Perdóname! —dice, fingiendo inocencia— la pelota se resbaló de mis manos… parece que tiene vida propia ¿Qué raro? —la pregunta está dirigida a sus secuaces, quienes no dudan en reír de su “chiste”
—Tranquila —dice Ana, sonriendo—, no es tu culpa que no sepas ni sostener una simple pelota —luego dirige su atención a mí y pregunta: —¿cierto, amiga?
—En efecto, amiga —confirmo y agrego en tono burlón: —. Pero no te preocupes, Verónica… a un no es tarde para que aprendas. No es algo difícil, ni siquiera para ti.
Ella no dice nada, solo recorta la distancia que había entre nosotras y me hace un intento de amenaza: —¿te crees graciosa?
Finjo pensarlo un poco.
— No —contesto sin apartar la mirada de la suya—, tu cara ya es un chiste de por sí. Es imposible competir contra eso.
Ana, suelta una carcajada.
No solo ella, varias de nuestras compañeras también se ríen, solo que de manera más disimulada. Aquello la hace enojar aún más. Al parecer no le gusta ser el centro de las burlas, pero ni modo, es lo que se merece y más.
— Te vas a arrepentir de haber dicho eso.
— ¡¿No me digas?! —finjo estar asustada—. Aquí me tienes. Debes saber que no te tengo miedo, Verónica.
Suelta una sonrisa cargada de superioridad: —Deberías, Olivia.
<< Pues si ella es mala, yo soy peor >>
Me dispongo a bajarla de su nube, cuando la hermana Ramona me interrumpe: —Señoritas ¿Qué están haciendo? —pregunta, mirándonos directamente a Verónica y a mí.
Hasta ese momento me di cuenta que estamos a escasos centímetros la una de la otra. Fácilmente, podríamos iniciar una pelea. Admito que nada me haría más feliz que dejarla calva, sin embargo, no me conviene meterme en problemas y ella lo sabe.
Por eso, anda provocándome.
—Nada, hermana —contesto, sin apartar mi vista de la persona que tengo enfrente—. Solo le estaba dando un consejo de cómo mantener la pelota en sus manos ¿no es así?
—Si eso es todo, ubíquense en sus puestos. Vamos a comenzar.