Estar así. Sentados sobre el capó de un auto, admirando la maravillosa y espléndida vista que se tiene de la ciudad. No está nada mal. Sobre todo porque el hermoso cielo nocturno que se encuentra completamente adornado de estrellas. La luna parece estar más cerca de nosotros por lo grande y redonda que se ve. Tanto así que, puedo jurar que si estiro mi mano podría alcanzarla.
Pero sé que es imposible hacer algo así. Cierro los ojos. Es inevitable para mí pensar que nunca me había sentido tan en paz como ahora. Me permito disfrutar de la música que invade mis oídos en compañía de una leve brisa que acaricia mis mejillas. Marcos tenía razón cuando dijo que me iba a gustar este lugar.
No me arrepiento de haber venido aquí con él.
De pronto suena una canción de mi grupo favorito. Sin darme cuenta empiezo a tararear la letra y a menear la cabeza con el ritmo.
—No pensé que te gustara las canciones de Morat.
Al escucharlo soy consciente de lo que estaba haciendo. Me detengo y giro levemente la parte superior de mi cuerpo. Levanto la mirada para encontrarme con unos ojos cafés que destellan un brillo que consigo descifrar.
—¿Por qué? —pregunto volviendo a enfocar toda mi atención al paisaje que tengo al frente
—Porque no pareces el tipo de chica que disfrute escuchar pop. Es todo.
—¿Qué te hace pensar eso?
No estoy mirando su rostro, pero sé que debe estar riendo en este momento.
—Eres toda una rebelde ¿no? —hace una pausa como si estuviera pensando lo siguiente que dirá y luego continúa hablando—: Lo tuyo debería ser el rock. Sí, en definitiva va más contigo.
Suelto una carcajada apenas lo oigo y hasta yo mismo me sorprendo de ello.
Todavía no logro entender porque me resulta tan fácil hablar con este chico. Entre más lo pienso menos entiendo, ¿cómo es que mis barreras desaparecen cuando estoy con él?
Es tan natural la manera en la consigue hacer que baje mi guardía que me asusta. Antes de conocerlo. Solo Ana había podido hacerlo. Entonces apareció Marcos de la nada y en tan poco tiempo ha hecho algo que podría considerar imposible. Tengo miedo de estar abriendo demasiado a una persona que apenas conozco. En realidad, me asusta. Sin embargo, en la misma medida siento que puedo confiar en él.
Y eso me aterra.
—¿Por qué te ríes? —esa pregunta me hace salir de mis pensamientos.
—Eso sí que no me lo esperaba —confiesa—. Parece que esta noche he descubierto algunas cosas interesantes sobre ti, chica rebelde.
Mis ojos se encuentran de nuevo con los suyos.
—¿Ah, sí? —él asiente— ¿como cuáles?
Siento que no debí preguntar. Una sonrisa cargada de diversión se forma en su rostro antes de responder: —odias las sorpresas y —sorprendentemente— también el rock. Cuando te molestas eres igual de berrinchuda que una niña pequeña… y al parecer tienes una linda risa.
Me quedo sin palabras.
No imaginé que me hubiera observado con tanto detalle. Es que, ni siquiera me di cuenta de que lo hacía. No cabe dudas de que estoy permitiendo que Marcos conozca una parte de mí que me he esforzado por mantener oculta.
Esa parte vulnerable.
—Yo… yo no soy berrinchuda.
—Sí que lo eres —se burla—. Pero eso me gusta.
¡Dios!
<< ¿Qué pasa conmigo? >>
De repente me siento nerviosa. No quiero que Marcos lo note, por lo que, necesito cambiar el rumbo de la conversación.
Hablar de cualquier otra cosa.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto.
—¿A cuántas chicas has traído aquí? —admito que no fue la mejor idea que se me pudo haber ocurrido, pero, siendo honesta. Sí tengo un poco de curiosidad por escuchar su respuesta—. Es obvio que no soy la primera en visitar este lugar.
Él no dice nada.
Se dedica a mirarme por lo que parece una eternidad, hasta que por fin decide hablar: —si te digo que lo eres ¿me creerías? —aquello me toma desprevenida. No parece que estuviera bromeando, al contrario, su voz sonó demasiado seria—. Tú eres la primera chica, Olivia.
¿Olivia? ¿de verdad me llamó Olivia?
Nunca antes lo había escuchado decir mi nombre. Es extraño. Pero viniendo de él, se siente diferente.
—¿Tan difícil de creer es? —pregunta Marcos al ver no respondo—. Para que lo sepas no soy ningún bastardo mujeriego. Ni nada por el estilo.
—Bueno, yo no he dicho eso —digo encogiéndome de hombros.
—No está demás aclararlo.
—No puedo discutir eso.
Suelta un suspiro.
No puedo evitar reír por la expresión que tiene en el rostro.
—Definitivamente me gusta cuando ríes.