Octubre llegó y eso solo significa una cosa: Revisión mensual de uniformes. De hecho. Es la razón por las que todas las alumnas estemos organizadas en filas. La cosa va así, nos ubicamos del menor al mayor grado. Significa que Ana y yo estamos casi al final. Por suerte. La verdad es que lo odio. Nos obligan a estar de pie en el patio de la escuela hasta que terminan de revisar a la última estudiante y, créanme cuando les digo que no somos pocas.
Pero eso no es lo peor. Lo peor de todo es, que la hermana Lucía tiene dos lupas en vez de ojos. No se le escapa. El más mínimo detalle o accesorio que no encaje con el estándar del uniforme, ella lo nota. Sin mencionar que trae una cinta métrica consigo para medir el largo de la falda. Un solo milímetro que esté por encima de la rodilla es motivo de una anotación y con cinco anotaciones que tengas, es motivo suficiente para que te expulsen.
Y yo… tengo cuatro.
No necesito recordarlo, pero, no soy exactamente una estudiante modelo ¿ok?
Sin embargo, estoy haciendo mi mejor esfuerzo para no darle el gusto a la estupida de Verónica y que, terminen echandome de aquí. Porque eso es lo que ella quiere. Lo que no sabe es que no se va a deshacer de mí tan fácil. Es justo como dicen: “Hierba mala nunca muere”.
Suelto un suspiro cuando noto que soy la siguiente.
—Espero que hoy sí esté vistiendo el uniforme de la manera adecuada, señorita Mendoza —dice la hermana Lucia, con una actitud desdeñosa—. Recuerde que el más pequeño error le puede costar su permanencia en la institución.
—En caso, ¿no pierda tiempo y compruébelo usted misma, hermana? —contraataco con una sonrisa en mi rostro.
A la hermana Lucía no le agradó para nada mi respuesta. Lo sé por la forma en la su rostro se contrajo y entornó sus ojos. Tengo que ocultar la sonrisa de satisfacción que muere por aparecer en mi rostro. Ella no dice nada. Se dispone a examinar mi rostro. Primero el lado izquierdo y luego el derecho. Siguen mis manos. Revisa minuciosamente cada uña, pero, es obvio que no encontró nada. Me aseguré de retirar el esmalte negro y las limpié con sumo cuidado esta mañana cuando me bañé. Continua con el cuello y luego observa que la tela no tenga ninguna arruga. Frunce el ceño al ver que mi uniforme se encuentra perfectamente planchado. Ahora es el turno de mis medias y zapatos. Tampoco encuentra nada porque las medias están limpias y los zapatos perfectamente lustrados.
—Levante los brazos y enderece la espalda —me pide en tono seco.
<<¿Tanto le molesta no haber encontrado ni un solo error?>>
—Con gusto.
Tal como pidió. levanto mis brazos hasta la altura de mis hombros y pongo mi columna vertebral lo más derecha que puedo. De inmediato, la hermana Lucía ubica la cinta métrica justo en el punto donde empieza mi cintura y la extiende hasta donde terminan mis rodillas.
—¿Hay algún problema, hermana? —pregunto.
—No. Ninguno —responde mirándome a través del vidrio de sus lentes—. Todo está en orden, señorita Mendoza.
Sonrío al escucharla decir eso.
Sin mencionar ninguna palabra más, pasa a la siguiente victima…digo, estudiante. Exactamente veinte minutos después nos estamos dirigiendo a nuestros respectivos salones. Gracias a Dios, Ana tampoco tuvo ningún problema con su uniforme.
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Las primeras clases se pasaron en un abrir y cerrar de ojos, así que, ahora mismo la rubia y yo nos encontramos en la cafetería. Debo confesar que no veo la hora tener comida en mis manos. Tal vez sea cosa mía, pero siento que estudiar causa que mi apetito se intensifique. Como es lo habitual. Hay una fila bastante larga, por lo que, no nos queda de otra que colocarnos en el último lugar.
Cuando por fin es nuestro turno cada una pide un sándwich de jamón y queso junto con algo de beber.
Al igual que todos los días, vamos de camino al jardín. Ese, sin lugar a dudas es el mejor lugar para pasar el poco tiempo de receso que tenemos. O, eso planeábamos las dos. Hasta que nos topamos con un ser desagradable. Si se preguntan quién es, obviamente, me refiero a la asquerosa mosca de Verónica.
—¡Qué te pasa! —chilla, furiosa. Resulta que por andar distraída hablando con Ana no la vi acercarse y, sin querer terminé manchando su pulcro uniforme con mi sándwich ¡ups! En mi defensa, confieso que no fue a propósito. Aunque no lo parezca —. Arruinaste mi camisa.
<< ¡Por favor! Justo lo que me faltaba >>
Ya decía yo que mi día no podía terminar tan bien.
Hago un esfuerzo por contener mis ganas de jalarle los pelos de nuevo y, solo me limito a decir:— No está arruinada. solo es cuestión de lavarla y ya.
—¡¿Lavarla?! —vuelve a chillar y juro que, ganas de mandarla a callar no me faltan. Mis tímpanos a punto de reventar. El simple sonido de su voz es insoportable ¿imagínense sus chillidos? —. Es que, ¿acaso no estás viendo esto, estupida? —hace énfasis en la última palabra al señalar la pequeña mancha.
<<¿Me acaba de llamar estúpida?>>