Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 18 [editado]

Marcos. 

 

—Así que ¿querías que te acompañara a una fiesta? —pregunta con una ceja levantada. 

Me encojo de hombros. 

La casa de Pablo —mi mejor amigo— está a reventar de gente. La música es demasiado fuerte. Tanto que se puede escuchar a dos cuadras de distancia. Ahora que lo pienso, quizás no fue buena idea haberle pedido que viniera conmigo. Ya estamos aquí y no hay forma de dar marcha atrás. Estoy con ella, así que supongo que no habrá ningún problema siempre y cuando no se separe de mí. 

—Solo será un rato. Lo prometo —digo al fin—. Me aseguraré de llevarte a casa. No quiero que te metas en problemas. 

—Más problemas no puedo tener —murmura. 

—En ese caso vamos adentro —hago un intento de avanzar pero me detengo. Giro hasta quedar de nuevo frente a ella y sin decir una palabra estiro mi mano para retirar de su cabeza aquel pasamontañas que crubre su hermoso y largo cabello negro azabache—. Así está mejor, ¿no te parece? 

Sí. 

Definitivamente está mucho mejor. Me gusta como se ve su cabello cuando lo trae suelto. Parece una suave cortina de seda que cae con elegancia sobre sus hombros. Además de sus grandes y brillantes ojos grises resaltan todavía más en su rostro. 

<<¡Diablos!>> 

Cada vez se me está haciendo más difícil pretender que soy un tipo decente cuando  estoy con ella. Si fuera por mí ya la habría besado. No lo hago porque me da miedo que se aleje de mí. Me aterra solo pensar en ello. Nada más imaginar que Olivia no volverá a hablarme por culpa de un impulso estupido, hace que mi corazón duela. 

No sé cuando empecé a sentirme de ese modo. Lo que sí sé, es que ya es tarde para ignorarlo. Ella ha hecho un desastre en mi sistema sin siquiera saberlo. Apareció en mi vida como un huracán y puso a todo mi mundo patas arriba, sin embargo, no me importa. 

Esta chica puede hacer conmigo lo que quiera. 

—Gracias —dice Oliva arreglando su cabello con las manos—. Había olvidado que lo traía puesto. 

Sonrio al ver que no tiene ni la más mínima idea de lo que yo estaba pensando. 

Tomo su mano para guiarla hasta la entrada. Ella de inmediato lanza una mirada inquisidora hacia nuestras manos unidas:  —No quieres perderte ¿o sí? 

Piensa un poco antes de responder. 

—Supongo que tienes razón

Vuelvo a sonreír y luego asiento.    

Caminamos entre la multitud. No me tomó mucho tiempo encontrar al responsable de esta dichosa fiesta. Nada más y nada menos que mi buen amigo Pablo. Está tan ocupado teniendo en sus brazos a dos voluptuosas gemelas que ni siquiera nota mi presencia. O eso creí. Viene directo a mi dirección y sin pensarlo dos me de un abrazo acompañado de un par de palmaditas en la espalda. 

Me mira con sorpresa al ver el atuendo que tengo. 

—Te explico luego —digo adelantándose a su pregunta. 

—...Claro —su voz muestra su evidente confusión. Cambia la expresión cuando se fija en la chica que me acompaña—. Hola, hermosa ¿Cómo te llamas? 

Le lanzo una mirada que es más que suficiente para advertirle que ni se le ocurra coquetear con ella. 

—No tienes que responder —le digo. 

—¡Oye! ¿por qué eres así? —réplica de inmediato—. Yo solo quería ser amable.  

—Claro. 

<<Amable mi trasero>>

—Como sea —dice levantando sus manos en son de paz—. Están en su casa. Así que espero que se diviertan… si te aburres de estar con él, recuerda que estoy disponible —esto último definitivamente se lo dijo a la pelinegra que me acompaña. 

Sé que lo dijo solo para fastidiarme, pero, aún así quiero golpearlo. 

Solo un poco. 

— Algo así —me encojo de hombros para restarle importancia a la cosa— ¿quieres algo de tomar? 

Ella demora unos segundos antes de responder: —¿por qué mejor no me invitas a bailar? 

Eso me tomó por sorpresa.

—Creí que no te gustaba bailar.

—Bueno. Siempre se puede cambiar de opinión ¿no?

Aquello es más que suficiente para mí. Nos dirigimos al centro de la sala. Suena un reggaeton de esos que son lentos. Perfecto para la ocasión. Con delicadeza acerco mi cuerpo al suyo y ella lo permite. Deja que la guíe y eso gusta. Menea sus caderas al ritmo de la música y me atrevo a acortar aún más la poca distancia que hay entre nosotros. 

Trato de no pensar en nada más. Me concentro únicamente en la chica pelinegra que baila conmigo. En este momento desearía que solo estuviéramos los dos y esta canción durara para siempre. Tristemente eso no puede ser posible. La canción acaba y sin darnos cuenta, nos quedamos allí mirándonos el uno al otro sin decir ni una palabra. Tampoco es necesario hablar. No se trata de un silencio incómodo, sino de algo más. 




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