Soy la oveja negra de mi familia

Capítulo 22 [editado]

Marcos, se detiene frente a mi casa y yo, suelto un largo y profundo suspiro. Sin darle mucha vuelta al asunto me bajo de la moto. Con torpeza retiro el casco de mi cabeza y se lo entrego al chico castaño que no hizo otra cosa más que burlarse de mí. 

Antes de encaminarse en dirección a la puerta principal, le doy —como por quinta ocasión— las gracias y él solo sonríe. 

Una vez dentro. Mi teléfono suena y al mirar la pantalla una sonrisa aparece en mi rostro al ver que Marcos me ha enviado un mensaje. Cosa que me parece graciosa porque acabamos de despedirnos. 

Buenas noches, chica rebelde —es lo que leo apenas abro el mensaje. 

Vuelvo a sonreir. 

Me asomo a la ventana y ruedo un poco la cortina. Y justo como imaginaba aún no se había marchado. Entonces, tecleo mi respuesta. Ahora es él quien sonríe al mirar la pantalla de su teléfono.

De pronto, doy un respingo al escuchar la voz de mamá sonar a mis espaldas.  

—Estas no son horas de llegar a tu casa, Olivia.

<<¡Dios!>> 

—Se me hizo un poco tarde… 

—¿Dónde estabas?  —me interrumpe en el acto. 

Suelto una risita irónica. 

Ella me mira con esa expresión severa que solo utiliza conmigo y no puedo evitar quedarme callada. No es justo que me ignore todo el tiempo y ahora pretenda actuar como una madre. 

—¡Hasta que te preocupas por mí! —escupo las palabras casi como si fueran veneno—. Digo, porque cuando me fui esta tarde no te importó en absoluto a donde iba a estar. 

—Eso no es verdad —replica. 

—Por supuesto que no. 

—Olivia…

—Ya sé —ahora soy yo la que la interrumpe—. No quieres seguir teniendo esta conversación, ¿cierto?... como siempre. 

Mamá se queda en silencio durante unos segundos que parecen eternos.

Soy consciente de que no debí decir lo que dije, pero no pude evitarlo. Las palabras simplemente salieron de mi boca antes de que siquiera me diera cuenta. 

—De acuerdo —dice cruzando sus brazos—.  Si quieres hablar, hablemos. 

—¿No estás cansada de esto? 

—¿De qué? 

—De esto —nos señalo a ambas—. Porque yo sí. Estoy cansada de que las pocas veces en las que nos dirigimos la palabra terminemos discutiendo. Quisiera poder hablar contigo y no sentirme juzgada —a estas alturas algunas lágrimas han empezado a rodar por mis mejillas, pero, ni siquiera me molesto en secarlas—. Quisiera que pudieras confiar aunque sea un poco en mí. 

—¿Crees que no me gustaría poder confiar en ti? —continúa con su mirada fija en mí— ¡Eres mi hija por el amor de Dios!

—Entonces intentalo —le digo casi a modo de súplica—. Intenta confiar en mí.  

Vuelve a quedarse en silencio. 

—... ¿Es tan difícil hacerlo? —le pregunto en vista de que no se digna a pronunciar ninguna palabra. 

—No es tan sencillo como piensas —es lo único que obtengo como respuesta. 

—Entiendo —suelto con resignación. 

Decidida a no perder más tiempo en algo que no llegará a ninguna parte, me alejo en dirección a las escaleras. Escucho a mamá llamarme varias veces pero no me detengo hasta llegar a mi habitación. Una vez dentro de mi zona segura, cierro los ojos y seco los rastros que quedaron de mis lágrimas. 

 

****

Si el viaje al reclusorio en el que estudio por lo general es incómodo, hoy está siendo el doble de incomodo. Mi inesperada conversación con mamá aún sigue rondando en mi cabeza. Se repite constantemente como si de un video se tratara. Recordando una y otra vez que sin importar cuantas veces lo intente o que diga, nuestra relación en vez de mejorar parece empeorar. 

Y eso no es lo peor. 

Lo peor es que tengo que fingir que aquello no me afecta en absoluto. 

Agarro el morral y con casi inaudible “adiós” bajo del auto. Me encamino a la multitud de estudiantes que ya está en marcha para iniciar otro maravilloso —nótese el sarcasmo— día de clases. 

Por supuesto, una rubia aparece de la nada colgando un brazo alrededor de mis hombros antes de saludarme. Luego casi de inmediato, oigo que aclara su garganta y ya sé que es lo que sigue pero aún dejo que realice la pregunta de todos modos. 

—¿Y bien, mi querida Liv? —suelto un suspiro— ¿cómo te fue en tu cita? 

Ruedo los ojos al notar que hace mucho énfasis al momento de pronunciar la palabras “cita”

—Ya te dije mil veces que no era una cita. 

—Claro —dice con una sonrisa divertida—. Supongo que mi concepto de lo que es una cita está mal. Creo que debo volver a buscar su significado en un diccionario… o en internet. 

—Pues sí, deberías hacer eso —Suelto al tiempo que retiró su brazo de mis hombros. 




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