La conversación que escuché anoche a escondidas sigue presente en mi cabeza. Cada vez que la voz triste y temblorosa que tenía mamá mientras hablaba, mi pecho duele. Duele por lo culpable que me siento al no haber sido capaz de notar lo mal que lo estaba pasando ella todo este tiempo. Fui tan egoísta que nunca me detuve a mirar lo que pasaba a mí alrededor y preferí encerrarme en mi propio mundo.
Aquello solo me confirma algo que ya sabía y es que soy una pésima hija
Intenté acercarme a mamá y hablar con ella. Juro que lo intenté. Sin embargo fui incapaz de pronunciar palabra alguna. Mejor dicho. No sabía qué decirle ni cómo iniciar la conversación.
Algo tan sencillo como un "Lo siento, me equivoqué" se volvió lo más difícil del mundo. Tanto así que al final del día desistí y terminé encerrada en mi habitación, de nuevo. Acostada en la cama con la mirada fija en el techo. Suspiro un par de veces antes de desviar la vista hacia la ventana que está justo frente a mí.
Me levanto y doy un par de pasos justo antes de apoyar mis brazos en el marco de la ventana. Observo el cielo nocturno. A pesar de que no se puede apreciar toda su belleza debido a las lámparas que iluminan las calles, todavía se alcanzan a distinguir unas cuantas estrellas. Sin quererlo el recuerdo de la magnífica vista de la ciudad desde el mirador se hace presente. Una sonrisa involuntaria se forma en la comisura de mi boca cuando acaricio la pulsera que me dió Marcos.
Mágicamente todo la pesadez de mi cuerpo al igual que mis preocupaciones, desaparecieron con solo pensar en él.
En este punto, ya me es difícil seguir negando mis propios sentimientos. A decir verdad en este momento quisiera escuchar alguno de sus chistes tontos pero que consiguen hacerme reír o poder mirar aquellos hoyuelos que aparecen en sus mejillas cuando sonríe.
¿A quién engaño?
La verdad es que lo extraño.
Cierro los ojos durante unos segundos y al abrirlos, me alejo de la ventana para cerrarla e irme a dormir de una vez por todas. O eso es lo que planeaba antes de escuchar unas piedritas desde la calle. Ruedo la cortina un poco solo para comprobar una cosa.
La imagen de un chico castaño afuera de mi casa es lo primero que enfocan mis ojos. Parpadeo un par de veces incrédula. Hasta hace un momento estaba pensado en Marcos y ahora casualmente está allí, indicándome que salga.
No sé si esto se trata de una broma del universo o qué, pero estoy agradecida porque es justo lo que necesitaba en este momento. De inmediato recojo mi cabello en un moño desordenado para luego calzarme el primer par de tenis que encontré.
—Asegurate de atraparme si me llego a caer, Doc —es lo único que digo antes de treparme en el árbol que ya he usado como método de escape en otra ocasión.
No quise salir por la puerta principal en caso de que mamá —o mi dulce hermanito— estuvieran despiertos.
Está vez me resultó más sencillo bajar del árbol aunque todavía fui un poco lenta y torpe en hacerlo. Cuando llegué a la rama más cercana al suelo, Marcos, cual caballero rescatando a una princesa en apuros extiende sus brazos para ayudarme a bajar y yo, ni corta ni perezosa la acepto.
Al momento en que mis pies tocan tierra firme, una enorme sonrisa se asoma en su rostro. Es una sonrisa que no había visto antes. Sus ojos café que no dejan de mirarme hacen que mi corazón empiece a latir de tal manera que, tuve la necesidad de apartarme él por temor a que fuera a darse cuenta.
—Eres mejor escaladora de árboles de lo que recordaba —bromea.
Finjo molestarme por su comentario.
—He estado practicando.
Marcos ríe.
—Ya empezaba a extrañar tu sarcasmo, chica rebelde —comenta aún riendo.
—¿Y por eso decidiste venir a verme?
—Siendo sincero. Más que a verte he venido a secuestrarte.
Me quedo perpleja.
—¿Secuestrarme?
Él asiente.
—Aunque solo será por una o dos horas —me hace saber al mismo tiempo que toma uno de los cascos que tiene en su mano y antes de entregármelo, pregunta: —¿Qué dices?
<<¿Qué digo?>>
Volteo a ver mi casa y la opción de negarme está en la punta de mi lengua, pero en su lugar: —De acuerdo —respondo aceptando el casco que me ofreció—. Pero nada más será por una hora. Estoy castigada.
—¿Por qué no me sorprende?
—Porque resulta que soy una chica rebelde después de todo —digo, poniendo el casco sobre mi cabeza.
—Es imposible argumentar algo contra eso —concuerda conmigo mientras enciende el motor de la motocicleta y antes de echarse andar por la carretera comenta a modo de sugerencia—. Sujétate fuerte de mí.
****
Es una locura el cómo me terminé acostumbrando a algo que tanto me aterraba. Tal vez se debe a la seguridad y tranquilidad que me trasmite el chico castaño al que me mantengo aferrada en este momento o a lo mejor es prueba de que he cambiado.