No tengo idea de cuánto tiempo he estado dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Cierro los ojos con fuerza. Es totalmente inútil. No tengo idea de si es por el calor que hace o por los pensamientos que rondan en mi cabeza o por mi encuentro clandestino con Marcos en la escuela. O tal vez, es la mezcla de todo junto lo que no me permite dormir. La última opción es la más probable.
Así que, aceptando que seguiré despierta por un rato más. Decido levantarme e ir por un pequeño bocadillo nocturno a la cocina.
Armando y Catalina, deben de estar dormidos desde hace rato al igual que mamá.
Para no despertarlos bajo las escaleras con mucho cuidado. Tratando de hacer el menos ruido posible. Me detengo en seco al notar la presencia de alguien en una de las sillas que forman parte de la isla de la cocina. No alcanzo a distinguir de quién se trata de inmediato. Las luces están apagadas y la leve claridad de la luna que alcanza a filtrarse por las ventanas a través de las delgadas cortinas, es lo único que ilumina la sala. Sin embargo, al avanzar un poco más, me doy cuenta de que es mamá.
Ella parece estar viendo algo en su teléfono.
De acercarme más pero termino tropezando con el sofá. El ruido —aunque no muy fuerte— termina alertando a mamá de mi presencia. Aunque intento huir. Es demasiado tarde para hacerlo, pues, ya me ha visto.
—Yo no podía dormir, así que…
—No te preocupes. Yo tampoco podía hacerlo —dice de inmediato—. Es por eso que me coloque a ver unos vídeos viejos que tu padre grabó cuando compramos la casa —su voz suena melancólica— ¿Y sabes lo que descubrí?
—No. No lo sé —respondo, sentándome junto a ella.
—Que el tiempo ha pasado más rápido de lo que hubiera querido —aunque no puedo asegurarlo, creo tener una idea de porque lo dice—. Tú y tus hermanos han crecido mucho desde entonces. Sobre todo tú, Olivia.
Papá me dijo algo parecido.
Aún así yo no siento que haya crecido tanto. Al menos, ya no lo creo. Estos días me he dado cuenta de que todavía los necesito y mucho.
—Pues, yo también descubrí algo —confieso—. Descubrí que todavía sigo siendo una niña egoísta e inmadura. Y quiero disculparme contigo por eso mamá.
Al fin las palabras tanto esperaba decir, salieron de mi boca.
—Bueno. Yo también debo disculparme contigo —aquello me toma desprevenida—. Reconozco que he sido muy dura contigo y que, tal vez, lo único que tenía que hacer era escucharte.
—Papá te contó.
—Sí. Pero fue porque está preocupado —Se apresura a decir.
Una leve sonrisa aparece en la comisura de mi boca: —Yo quería hablar de esto contigo. Solo esperaba el momento adecuado.
—Qué te parece ahora.
—Me parece que es el momento perfecto —le hago saber.
—Yo también lo creo.
Tomo una profunda bocanada de aire.
—Mamá… solo quiero decirte que agradezco todo lo has hecho por mí hasta ahora —empiezo a decir. Mamá escucha con atención—. Y aunque a veces sea un fastidio, espero que nunca dejes de preocuparte o corregirme cuando esté a punto de cometer algún error. Porque eso es lo que hacen las mamás, ¿no?
Ella ríe un poco.
—Sí. Supongo que eso hacemos.
—Te quiero —digo abrazándola por primera vez en mucho tiempo—. Lo digo en serio.
Su abrazo se sintió diferente al de papá, de una manera que no puedo explicar… es más… cálido y tranquilizador. Ella acaricia mis hombros con ternura.
—Yo también —dice y luego agrega—: Y más vale que no te arrepientas más adelante —supongo que se refiere a lo que dije antes sobre corregirme y eso.
—Ya estoy empezando a arrepentirme, de hecho —bromeo.
Mamá me da un golpecito en la nariz.
—Por lo visto no quieres tu teléfono de vuelta.
—Eso me recuerda: ¿Cuando me quitaras la restricción de acceso a internet?
—Un paso a la vez —es todo lo que le oigo decir.
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La última semana de clases se pasó volando. Mamá y yo, esta vez, si estamos haciendo las cosas bien. Ambas estamos poniendo de nuestra parte para confiar más la una en la otra. Incluso vimos una película en compañía de Armando y Catalina la otra noche. Fue divertido. Hacía mucho que no hacíamos algo así. Y con papá, también todo parece ir marchando bien. Incluso prometió venir para navidad y año nuevo. Y yo, de verdad, espero que sí cumpla su promesa.
Sería lindo poder pasar una navidad en familia.
En fin. Ahora mismo nos encontramos disfrutando —nótese el sarcasmo— de un grandioso discurso por el fin de este año escolar. Lo bueno de esto, es que después de unos días repletos de exámenes y trabajos sin fin. Podemos descansar y olvidarnos de los estudios, al menos por un tiempo.
Por supuesto, Ana, es quien más feliz está por ello.