Soy un temerario mi amor

Capítulo 55: "Pasado... ¿pisado?"

Hace siete años atrás…

A mi edad de once años mi padre se encontraba en una situación económica inestable, es por eso que hubo un tiempo en el que vivimos con lo justo y necesario. No obstante, un buen día, recibió una llamada que nos cambiaría la vida.

Un nuevo trabajo se presentó para él, y con ello, un futuro renovado, o al menos eso pensábamos, pues tal fue el golpe de suerte, que mi madre creyó que era muy buena idea que toda la familia fuera a la entrevista, aunque claro, con la intención de generar un apoyo y, una buena impresión al contratista.

—Mami, pero no quiero ir —me quejé con mi progenitora en lo que acomodaba mi ropa; ella tenía la necesidad de hacerme ver impecable, de ahí por qué me colocó un pequeño traje de etiqueta.

—No debes quejarte Dalton, es necesario para que tu padre pueda obtener el trabajo —ella hizo una leve pausa, apoyó sus manos sobre sus rodillas dobladas, y me sonrió un poco—. ¿Acaso no quieres que papá tenga un buen trabajo? —a lo que yo asentí—. ¡Bien, entonces hay que hacer lo que esté a nuestro alcance! Así que vamos —volví a responder de la misma manera, y en cuanto ella se levantó, tomé su mano para irnos de casa.

En ese entonces aún no teníamos un auto, así que tuvimos que tomar el tren para llegar al sitio de la cita. Una vez bajamos, nos trasladamos hacia un edificio que era enorme, tanto así, que se notaba desde la distancia, y claro, yo no podía quitarle los ojos de encima.

El recorrido no duró demasiado, en especial el trayecto por el ascensor, el cual me pareció un poco divertido.

—¡Papi, papi! ¿Cuánto falta para llegar? —dije en medio de unos saltitos que daba dentro del elevador.

—No saltes Dalton —me regañó mi madre.

—Lo siento —me encogí de hombros e hice un pequeño puchero.

—No te preocupes hijo, ya casi llegamos —contestó mi padre. Al poco de que él me dijera aquello, las puertas se abrieron para nosotros dejando ver unas elegantes oficinas que, además, estaban repletas de gente que no dejaban de ir de un lugar a otro.

—¿Por qué esa gente está corriendo mami? —señalé con mi dedo a una chica que tenía una gran pila de papeles en sus manos.

—Es porque tiene mucho trabajo hijo —ambos se rieron por mi curiosidad, y luego procedieron a salir del elevador para dirigirse a la oficina designada. Al toparnos con nuestro destino, mi padre nos notificó que deberíamos esperar en una sala, y entonces no tuvimos más opciones que hacerlo.

Quizás mi mamá pensó que, en aquel momento, nuestra llegada a la oficina fue inoportuna, después de todo, no había logrado presentarme. Víctima de la incertidumbre y de las ansias, mi progenitora se quedó hablando con una mujer que tenía su misma edad, y me descuidó lo suficiente como para que yo pudiera darme una vuelta por la planta.

Admito que el recorrido me resultó enriquecedor, pues no sólo satisfacía mis ganas de explorar, sino que también me deleitaba de alguna manera con eso. Por otro lado, en mi paseo, creo que me alejé demasiado, puesto que empecé a entender que los murmullos de la gente se estaban alejando, y a la vez que lo hacían, la voz de una niña se hizo más audible.

—¿Qué es eso?

—¡Auda! ¡Auda! —gritaba de una forma poco entendible. ¿Acaso estaba pidiendo ayuda? Cuando al fin lo comprendí, hice una carrera hasta donde provenían los gritos.

—¿Dónde estás? —llamé a la chica sin mencionar su nombre, puesto que no la conocía, y al juzgar por su forma de hablar, ella quizás era mucho menor que yo.

—¡Aquí, aquí! ¡Auda! —vi asomar una mano entre algunas cajas, entonces me acerqué y noté que dentro de una gran pila había una chiquilla, quien tenía unos lindos risos rubios.

—¿Cómo llegaste ahí? —le pregunté preocupado.

—Jugar, jugar, caer —aclaró ella. Y aunque no había sido muy específica, logré comprenderla. Ahora mismo no importaba dónde estaba su madre, ya que la realidad era que tenía que brindarle socorro.

—Te ayudaré a salir —miré a los alrededores buscando la forma más adecuada para ir retirando las cajas, debido a que algunas se encontraban sobre la pequeña, formando así una especie de cárcel de papel y cartón. Por lo que notaba, estaban a punto de aplastarla si ella hacía algún movimiento en falso, es por eso que mientras analizaba formas y quitaba esas cosas, le hablaba para mantenerla tranquila—. Yo me llamo Dalton, ¿y tú?

—Lulu —murmuró de una forma muy tierna.

—¿Cuántos años tienes Lulu? —arrojé una pila de papeles que estaban cerca y los desparramé en el suelo sin importarme nada.

—Tinco —mencionó empezando a sollozar.

—¡Que linda edad! Pues te digo Lulu, cuando salgamos de aquí buscaremos juntos a tú mamá —le aseguré ya casi terminando con la gran pila de cajas.

—¿Prometa? —se asomó entre los espacios.

—¡Prometido! —sonreí ampliamente, y saqué el resto de cosas, logrando así poder liberarla de esa pila—. ¡Lo hice! —de repente, la niña se me echó encima, y yo caí con la pequeña hacia atrás riendo, aunque en su caso, lloraba para descargar tensiones—. Tranquila. Ya está todo bien, ahora podemos volver. ¿Vamos? —la sostuve por debajo de sus hombros y la cargué en brazos; aquel simple movimiento pareció calmarla. No pesaba nada, después de todo no tenía más de cinco años, y yo poseía unos seis más que ella. Por otro lado, cuando llegué a dónde estaba mi mamá, mi jefecita no se ahorró en regaños por haberme desaparecido así.

—¿Dónde se supone que estabas? ¡Me preocupé mucho! —me tomó de los hombros, pero luego observó a la niña, e inmediatamente cambió su expresión a una de ternura—. ¡Pero que pequeña más linda! ¿Dónde la encontraste? —preguntó.

—Estaba enterrada debajo de unas cajas —le notifiqué a mi mamá.

—¡Lulu, Lulu! —decía ella en lo que agitaba uno de sus brazos. Al parecer, se estaba presentando con mi madre.



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Editado: 15.06.2024

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