—Cuida este vestido con toda tu alma, idiota —Stella tenía un vestido de noche a la mano y se lo entregó a Reed, quien estaba desnudo detrás de una sábana blanca en su habitación del Budikka—. Es de mis favoritos.
—Claro que sé cómo tratar un vestido, preciosa. Yo también estaría enfadada si llegaran a romper mis prendas de ropa.
Reed cambió de género. A través de la luz que pasaba por la sábana blanca, su cabello se recortó un poco, el busto le creció para formar los senos, las caderas se ensancharon y se formó una cintura muy diminuta, como si tal cual corsé invisible hiciera reducirla, haciéndola ver muy opuestamente femenina.
Stella sólo se quedó a limitar curiosear la interesante y extraña transformación desde el otro lado preguntándose cómo era que un donum de esa magnitud fuera real, ya que, por lo visto, Reed se esforzó en sobremanera en mantenerlo oculto.
Y la suerte que tuvo de tener a un buen protector como el viejo Jag.
También se preguntó el motivo por el cual Reed estaba tan asustado de que se supiera su identidad. ¿Qué tan grave era poseer ese donum? Al menos le dejó bien claro que no confiara en Fernsby. Desde que Stella entró a trabajar para los Liptor di Corps, el consejero galáctico de Tepec, Raphael Fernsby, no le agradó en lo mucho. Sentía que era un viejito malhumorado y taciturno como lo eran todos los hombres de poder (su padre estaba lejos de ser eso, sólo era un poco reservado y callado, pero muy amable en ese sentido), pero con la advertencia de Reed, y por lo que sucedió el día del juicio contra su hermano (Stella en aquél entonces estuvo enterada de eso porque la difunta Nova se lo había contado) ahora tenía sus dudas respecto a ese hombre. Y toda su confianza hacia Fernsby se esfumó de inmediato.
—¿Me pasas ese listón negro de ahí?
—¿Perdón? —volvió en sí.
—El listón —señaló Reed a la mesa.
Stella parpadeó los ojos y cogió el listón para entregárselo.
—¿Te sucede algo, Stella?
—No… bueno sí. Si Fernsby supiera lo de mi otro donum, ¿qué pasaría?
Reed terminó de acomodarse el listón en el cuello, tapando una ligera cicatriz que abarcaba la parte del cuello a la cabeza, y comenzó a abrocharse los zapatos de plataforma.
—Por ahora, nada.
—Ese tatuaje es del E.C.R.A., ¿cierto? Mi padre me lo contó.
El rostro le cambió un poco, de seriedad a tristeza.
—No sigas, ¿siempre eres insistente, Niccals?
—¿Por qué nadie más puede saberlo?
—A veces hay verdades que deben esconderse por un bien mejor.
—¿Pero guardar ese secreto no te mata a veces?
—Puede ser que sea así.
Stella la tomó de la mano para consolarla.
—Tal vez no sea el mejor momento, pero si quieres hablar, yo estaré aquí, esperando a consolarte.
—Gracias. Y yo estaré también para escucharte… y para darte lata de vez en cuando —sonrió.
Eso le hizo gracia a Stella.
—Vamos, Shevlin. Deben estar esperándonos.
Tuvieron que subir por la mañana al crucero I0I, despegando al cielo de Pewtto, y adentrándose al espacio exterior. No había tanto problema con Ferenc, ya que gracias a su tamaño tipo bolsillo podía ocultarse bien. Reed, en su versión femenina, lo traía cargando en un bolso prestado por Stella. Trip no tenía problemas para esconderse, puesto a que sus pasos callados lo hacían pasar desapercibido. La reina Candora tenía razón; Trip era demasiado cauteloso en ese aspecto, y rodeaba a los guardias con un profesionalismo sorprendente. Y Tirso sólo cuidó su distancia, vigilando de cerca a Ferenc y a Reed.
El crucero I0I era una nave extremadamente gigante, donde las ventanas de cristal daban a la vista el inmenso espacio que estaba en el universo. Las estrellas podían verse a simple vista y uno que otro cometa pasaban de largo, maravillando a los espectadores. Algunos tomaban fotos y otros se tomaban de las manos, señalando lo que ofrecía el universo para ellos.
El equipo de batalla estaba preparado. Todos llevaban pequeños comunicadores en los oídos, elaborados a base de piedra Tilius para que fuesen lo más invisibles posible, y distorsionadores activados cada vez que lo ocupaban para que su platica fuera más privada. Stella, por su lado, llegó a la entrada como una pasajera más, entregó su boleto y pasó la entrada sin novedad alguna.
—¿Todos tienen señal en el comunicador? —preguntó Ferenc dentro de la bolsa.
—Sí —contestaron todos.
—Bien, si ven a Gaulther, traten de no llamar la atención.
—Literalmente dijo eso la vez anterior y terminó siendo un desastre, capitán —dijo Trip, inocentemente.
—¿QUÉ? —explotó Ferenc.
—Nada, no dijo nada —contestó Tirso tratando de cubrirlo.
—Tosió —Stella también lo protegió.
—Es que somos profesionales —canturreó Reed, caminando en la barra de la estantería—. Ahí viene, todos atentos. Exactamente a la hora cinco de Stella.
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Editado: 22.11.2021