El fugitivo, el cuervo, el perro, los zorros y el errante
Un hombre corre desesperadamente entre el bosque como alma que se lo lleva el diablo, no le importa que algunas ramas le dejen cicatrices a su maltratado cuerpo. Intenta detenerse para ver si puede aunque fuera trepar un frondoso árbol, pero no tiene tiempo; una extrañas criaturas lo están persiguiendo, dispuestos a darle caza. Han olido la sangre y están enloquecidos por un buen bocado de carne.
Se le acaban los árboles y sostiene fuertemente la capa color gris que cubre su cuerpo, para salir a la intemperie. Justo al pasar por un arbusto, la capa se atora en la planta pequeña.
—¡Maldición ahora no! —se quejó mientras jalaba la capa para volvérsela a poner, pero por la desesperación sólo logró enredarla más. Pero logró sacarla a tiempo y volvió a ponérsela para cubrirse.
Uno de sus depredadores casi lo alcanza y él decide caminar debajo de la luz del sol Borkiano, confiándose de que las prendas puestas le ayudarían a taparse un poco. A cada paso que daba, las quemaduras del sol eran cada vez más dolorosas. Cómo no. No tiene sombra. Su cuerpo estaba soltando un olor a chamusque. No pudo resistirlo más y dejó escapar un grito de dolor, sin dejar de correr, porque sabía que si se detenía ahí mismo, terminaría por morir quemado, o peor aún, devorado por las fieras.
De una o la otra manera, la mejor opción fue no darse por vencido y siguió corriendo hasta que llegó nuevamente al otro lado del bosque.
Corrió todavía más al ver que en el camino comenzaron a aparecer todavía rocas. El olor a hojas mojadas delataban que un río estaba cerca y eso le recordó que no había bebido agua desde la mañana y ahora por la persecución, tenía tanta sed.
—Olvida la sed, te comerán si no huyes —se dijo a sí mismo. Pero luego se arrepintió de hablar porque se dio cuenta que su boca estaba tan reseca que apenas podía pronunciar las palabras.
Casi al acercarse al riachuelo, se tropezó con una raíz gigante y una de las bestias le mordió el pie para inmovilizarlo.
—¡No! ¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡No! —los demás depredadores comenzaron a llegar a morderlo—. ¡No! ¡Así no! ¡Así no!
No estaba dispuesto a morir, no todavía. Hasta que sintió que le quitaron a uno de encima. Y después a otro. Levantó la cabeza para ver qué era lo que estaba ocurriendo, y sólo vio que un par de zorros de Zenith estaban luchando a muerte. Eran dos, pero su tamaño mediano ayudaba mucho, y a los pocos minutos terminaron por matar a los cinco depredadores.
No tenía idea del por qué lo estaban ayudando, pero si lo querían vivo estorbaban en sus planes de ir a Tenebra. Y faltaba poco para llegar.
El hombre se levantó de un golpe, pero en vez de correr, se arrastró en el suelo. Uno de sus tobillos estaba torcido. Aparte de los zorros, un perro se hizo presente delante de él.
—Bien, hecho muchachos —habló el perro a sus compañeros.
—¿Es él? —dijo uno de los zorros.
—Claro que es él. Yo mismo vi la foto, y mi amo me describió que le falta un ojo y que posiblemente esté todo descuidado.
—Y tiene barba —dijo el otro zorro.
—Nosotros también tenemos pelo, Norte —contestó el perro, luego miró al hombre y se le acercó sigilosamente—. Regnus Batthory, ¿cierto?
Regnus asintió.
Esos tres animales hablaban perfectamente y tenían razonamiento.
—Son screecher —se dio cuenta—. ¿Quién los ha enviado?
Un aleteo interrumpió la respuesta y de los aires, un cuervo aterrizó en el regazo de Regnus.
—¿Azjak? ¿Eres tú? ¿Cómo me encontraste?
—¡Oh! ¡Amo! ¡Amo! ¡No sabe cuanto lo he extrañado! —Azjak le acarició con el pico y extendió las alas—. ¡Desde que nos separamos en la huida con el trineo me he sentido solo y desdichado! ¡Mate a esos sarnosos! ¡Mátelos! ¡No merecen vivir!
—Ese no era el trato, Azjak. Tenemos que llevarnos a Regnus de aquí o morirá.
—¿Quién es tu amo? —volvió a preguntar.
—¡Es ese mocoso por el cual lo atraparon! —contestó Azjak, furioso—. ¡Él nos ha enviado a buscarlo! ¡No sé que diantres tendrá en la mente pero estoy seguro que quiere vengarse de usted!
—¿El Niccals ese? —le extrañó.
Dudaba que el chico quisiera matarlo. Algo no cuadraba bien. Se secó las gotas de sudor, sangre y tierra fresca que tenía en la cara. ¿Por qué enviaría el chico a sus screecher para buscarlo? Entonces reparó en algo:
—¿Cómo es que tu amo sabe usar la virtud screecher?
—Creo que lo descubrió por sí mismo —contestó el perro—. No estoy muy seguro de eso, yo solamente quería ser útil.
—¿Cómo se llaman?
—Yo soy Rabel. Y ellos son los hermanos Norte y Sur.
—¡Sarnosos! —gritó Azjak—. ¡Vámonos amo!
El perro caminó hasta él y le tendió la pata. Regnus notó que por debajo del cuello traía un collar escondido, y atado a éste se encontraba una bolsita del mismo color del pelaje del perro para pasar desapercibido a la vista. Abrió la bolsita y dentro halló un fajo de dinares amarrados con una liga. Vaya camuflaje. Bien podría pasar una semana sin carencias. Posiblemente hasta le alcanzaría para comprarse un traje o dos y así cambiar esos harapos sucios que traía puestos.
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Editado: 22.11.2021