Otra razón por la que no debemos de odiar a nuestros enemigos es porque el odio deja marcas en el alma y distorsiona la personalidad.
~Martin Luther King Jr~
"TÓMALO COMO UNA DISCULPA"
Flash back:
El comienzo de toda historia no siempre parte con los protagonistas, de hecho suele iniciar por diferentes caminos, tiempos y circunstancias.
Estaba sentada en unos de los columpios del patio del jardín de niños. El sol apenas y podía esconderse tras esos enormes árboles y las nubes de aquel día estuvieron ausentes. Sostenía con fuerza uno de mis libros favoritos y mientras repetía los guiones en voz alta, el pelirrojo, cabeza de rábano, se acercó con una margarita.
—Seguirás con eso aún cuando seas grande —preguntó muy curioso.
—Seré la mejor actriz que hayas conocido, ya verás —afirmé con una sonrisa.
—Ven aquí —pronunció algo tímido.
—Si… —dije acercándome lentamente.
Mi pequeño corazón rebosaba de alegría y podía escuchar cada latido.
—Puedo darte un beso —quiso saber luego de estirarme la margarita con una mano.
A esa edad no podía diferenciar entre un sutil TE QUIERO y un beso en la mejilla. Ambas cosas parecían ser lo mismo. Sin embargo, ese día ya estaba cansada de los besos inocentes de aquel pelirrojo. Puse mis dos manos sobre su rostro y cerrando fuertemente los ojos choqué mis labios contra los suyos.
Fin del flash back…
—¡¿Qué?!—grité dando un salto en mi cama — ¡¿Mi primer beso no fue con Bastian?!
De repente, lo había recordado todo, o más bien dicho casi todo. Aún no sabía qué es lo que había pasado después de aquel beso. Lo único que tenía presente era que yo había besado a aquel pelirrojo motociclista.
«Éramos pequeños, cómo pude ser tan torpe.»
Me cubrí la cara con las sábanas de mi cama, era lunes y todos odiamos los lunes (naturalmente). De repente mi preciosa comodidad se vio abstraída por la presencia del pequeño demonio; con sus delgadas patas brincaba sin remedio por toda la cama, repitiendo mi nombre sin cesar, me era común verlo así antes de que se marchará.
—Ya basta Tayler —chillé al notar que este no paraba de brincar —me levantaré.
—Bee, hoy es un día especial —anunció sentándose al borde de la cama.
—¿Se murió Olly? —cuestioné.
—No digas eso —amenazó el parlanchín —hoy conoceré a un nuevo amigo, viene desde Boston y de seguro será mi amigo, ya ves lo cool que soy.
—Si, si —ignoré sus palabras —como sea, debo de vestirme. Largo.
—Aún no comienza la mañana y ya estás de insoportable —murmuró saliendo de mi habitación.
—Y tú pareces un viejo gruñón —repliqué casi a gritos.
Tayler y yo jamás fuimos de esos hermanos que se amaron con todo el corazón, lo odiaba a un cincuenta por ciento, y lo amaba otro tanto poco. Las cortinas de mi habitación hacían un extraño baile al son del viento que resoplaba por mi ventana; permanecí en cama por unos minutos más, pero al sentir ese maldito sentimiento de culpabilidad, como si mi cuerpo se sintiera responsable de los minutos que permanecía acostada; me levanté de golpe y fui al tocador. No había nada peor que ese sentimiento, era como una especie de maldición o brujería para aquellos que queremos dormir un poco más, obviamente yo no quería continuar el sueño, pero había una pequeña posibilidad de que eso pasará.
Al colocarme los tenis más cómodos que disipé, guardé en mi mochila unos cuadernos de apuntes y salí de volada en dirección a la cocina; la estrecha escalera que dividía el primer piso con el siguiente me dificultó un poco la carrera, pero llegué. Mi madre aún estaba en la cocina, preparaba huevos revueltos y me acomodé para desayunar.
—Bee... —susurró.
—Qué sucede, dime —indiqué con una sonrisa.
—Hoy estás de buen humor —inquirió con mucha curiosidad.
—El simple hecho de compartir el desayuno contigo es razón suficiente para estar bien —hablé mientras me servía el zumo de naranja en un vaso de cristal —. Hablando de comida —pronuncié —, hoy toca pagar el saldo del almuerzo y tranquila, está vez pagaré yo con mis ahorros.
—Bee, sabes que no es necesario…
—Ayer me dieron un pequeño empleo y sumando mis ahorros… creo que será suficiente. Además, no quiero que por culpa mía tengas que saltarte tus almuerzos.
—Hija, no quiero causarte problemas —intentó continuar.
—Deja de insistir, por favor, créeme, estoy grande, pagaré hoy el saldo.
Ella apenas delineó una sonrisa vaga y continuó cocinando.
—Sé que aún es temprano, podrías llevar esto a la sastrería —mencionó antes de que me ponga en marcha.
En las manos tenía unos de sus sacos negros que utilizaba en la empresa donde trabajaba.