Cuando terminó todo

«Lo siento... ¡No pude protegerte!» Escuché mientras hombres con uniforme de enfermeros empujaban una camilla conmigo encima. Abrí mis párpados y vi el azul fuego derritiéndose en sus ojos.

Y el sonido de los cascabeles...

Desperté en un cuarto bañado del color blanco. Una venda en la cabeza y otra en ambos brazos. Me dolían las pequeñas heridas grabadas en mi cara.

Un chico con ropas interesantes observaba la escena desde el cuarto, sentado en un esquinero pequeño, tambaleando sus piernas, uno de sus tobillos sostenía una pulsera de cascabeles que sonaba al son del tambaleo, (y una extraña cola que se movía de un lado a otro) con cierta impaciencia. Su rostro lucía divertido y sonriente. Me estaba mirando a mí. «¿Por qué me miras?» Le pregunté en mi mente. «Así que el sonido de los cascabeles era tuyo...»

—¡No pueden pasar aún, señores! —oí una voz de repente—. Vengan mañana, por favor —decía.

—¡Es mi hija! —exclamó la voz desesperada de un hombre.

—¡También es mi hija! —exasperó una mujer.

Entonces la puerta se abrió bruscamente. Los tacones de la mujer resonaron con cada paso, los miré sin ninguna expresión en mi rostro, lloraban, y hacían caso omiso a las advertencias de las enfermeras.

—¡Macky! Mi hermosa hija... ¿Qué te ha pasado? —la mujer me habló con un rostro aterrado y triste, la cual se encontraba ahora, sosteniendo mi mano.

—¡Macky! ¡Estás viva! —dijo el hombre con mirada amable—. Lo sentimos, todo fue nuestra culpa.

Sintiéndose aliviados, ya sonreían. Voltearon para hablar con el recién llegado, un doctor que aparentaba estar alrededor de los cincuenta años, quien habló con ellos, tan bajo, al parecer a propósito, para que yo no escuchara nada.

¿Es que acaso no veían al extraño muchacho que nos observaba a todos tan naturalmente? Mi cabeza punzaba con ganas, ¿qué estaban haciendo esas personas llorándome? ¿Qué me había pasado? Han dicho que fue su culpa.

«¿Ellos podrían ser... mis padres?»

—Macky... ¿ese es mi nombre?