Su amado

capítulo único

Roberto escaneo el perímetro con sus vinculares infrarrojos e hizo un gesto con la mano a su equipo avisando que el terreno estaba despejado; el grupo avanzó arrastrándose sobre el piso. Cuando el último de los soldados atravesó la cerca de alambre, él los siguió. Su vista vigilando la espalda de Miguel. 

El escuadrón se agazapó tras un grupo de arbustos y aguardó las órdenes de su capitán; él les indicó que esperarán. Su mirada, de nuevo se dirigió hacia Miguel. El chico aferraba con fuerza su rifle, la impaciencia latente en sus facciones. No eran muchos los años que los separaban; sin embargo,  para él siempre sería el muchachito escuálido, con brazos y piernas de fideo, que lo seguía a todos lados y lo veía como su ídolo. Pese a que su cuerpo esbelto había crecido para convertirse en un hombre apuesto, con músculos definidos y rostro varonil, la ternura que sentía por él no había disminuido. Por el contrario, una nueva emoción se le había sumado.

Roberto no había querido que se uniera al ejército. La cantidad de cosas que había visto, las innumerables vidas que había cegado; no deseaba que él lo experimentará. No obstante, la falta de fuentes laborales por causa de la última guerra lo hacían el empleo más rentable y, para el chico, siempre había sido su sueño. 

El muchacho se giró para mirarlo. El nerviosismo opacaba sus ojos; el rictus de su boca, tensaba su rostro. Roberto suspiró. Hubiese querido avanzar hacia él, acariciar su cabeza para asegurarle que todo iba a estar bien, estrecharlo entre sus brazos para calmar su miedo y besar sus labios finos como había soñado durante los últimos meses, pero no podía; estaban en medio de una misión y el joven jamás se lo permitiría. Para este, representaba al hermano mayor que nunca tuvo, la figura paterna que le había faltado mientras crecía.

Desvío la mirada para echar otro vistazo a la construcción de concreto y vio aparecer a los primeros guardia haciendo sus rondas: tres se dirigían al frente, dos hacia la parte trasera. Devolvió su atención a sus hombres: se veían desgastados. El ataque constante de los grupos guerrilleros que habían surgido luego de que los recursos disminuyeran producto de la guerra, empañaban sus ánimos. Ninguno de ellos quería asesinar más gente.

Levantó la mano y todos se pusieron en guardia. Las órdenes eran claras: aprovechar la oscuridad, aliarse de las sombras y avanzar hacia el edificio sin ser detectados. En la escuelita que servía de centro de acopio para distribuir las cajas de comida a las familias de la zona rural, había varios civiles como rehenes; la mayoría, profesores de la misma. Había que evitar el derramamiento de sangre.

El primer grupo avanzó sin ser detectados y alcanzó el objetivo; el segundo, Roberto a la cabeza, no tuvo tanta suerte. Los guardias los divisaron y comenzaron a disparar.

—¡Avancen! —ordenó. Más guerrilleros salieron para unirse a los primeros—. López, García, Curvas, conmigo a la retaguardia. Los demás, continúen como lo acordamos.

—Pero… —refutó, Miguel.

—¡Cuevas! —exclamó, Roberto— ¡No pierdas el tiempo!

El joven buscó refugio y comenzó a disparar. Vacío todas sus municiones; mas su inusual nerviosismo, le impidió acertar a ningún objetivo. De pronto, salió de su escondite y avanzó sin tomar resguardo: había detectado a los rehenes siendo sacados del edificio a punta de pistola y su cuerpo se movió por sí solo.

—¡Cuevas! ¡Vuelve a tu sitio! —ordenó, Roberto. 

Pero el joven no se devolvió; continuó avanzando, cegado por sus emociones.

—¡Cuevas! ¡Te di una orden! ¡Cuevas! ¡¡Miguel!!

Salió a descubierto. Varios rebeldes corrían apuntando sus escopetas; el chico en su punto de mira. Les disparó, los otros soldados hicieron lo mismo; no obstante, uno de ellos continuó en pie. No lo pensó, saltó sobre Miguel interponiéndose entre la bala y su objetivo. El cuerpo de ambos cayó al piso. Roberto gimió. La bala había perforado su chaleco, la sangre escurría de su pecho. Gimió de nuevo, al sentir como se apagaba su vida; sus ojos nublados, fijos en su amado niño.

—¡Soldado herido! —gritó, el segundo al mando—. ¡El capitán ha caído...! ¡Avancen, avancen! ¡Hay que completar la misión!

Miguel se levantó y se dio la vuelta. Lo sentía por su hermano, sabía que lo extrañaría, que echaría en falta sus consejos, sus cuidados, pero tenía una misión que completar. Le urgía poner en resguardo a los rehenes y rescatar a Raúl, su profesor, su amado profesor, el amor de su vida, y enviarlo de vuelta con su esposa. 



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En el texto hay: bl, drama, amornocorrespondido

Editado: 27.02.2021

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