CORAZONES ROTOS
Amy Donovan recordaba mucho de lo que había sucedido la noche anterior, pero sí lo suficiente como para que su rostro se encendiera violento ante el recuerdo. Giró el rostro entre preocupada y sorprendida en busca de Reece posiblemente durmiendo a su lado. Pero fue aún más decepcionante encontrarse sola, desnuda y en una casa que no conocía en lo absoluto. Su rostro estaba hecho un desastre por el maquillaje y su ropa había terminado hecho trizas por la calentura de la noche anterior. Estaba varada en medio de algún lugar y sin prendas qué vestir.
—¿Hay alguien ahí? —oyó una voz gritar con fuerza mientras tocaban la puerta.
Se levantó al instante y sin saber qué hacer exactamente se dirigió al armario y retiró la primera camiseta que encontró ahí. Se vistió como pudo y salió corriendo de aquella casa con toda la vergüenza que pudo sentir. Mientras, cuando llegó a casa lo primero que vio fue a Peyton llorando a todo pulmón en medio del salón.
—Peyton, ¿qué sucede? —murmuró extrañada, sentándose al lado de la rubia y colocándole una mano sobre los hombros para reconfortarla en aquello que no conocía—. ¿Qué ha pasado?
—Es Jake —fue lo único que dijo antes de llorar aún más fuerte. Tardó largos segundos que le supieron interminables en sorber por la nariz y limpiarse las lágrimas antes de levantar la mirada para verla con tristeza—. Tengo que regresar al internado en una semana y no lo volveré a ver.
Oh, vaya, qué triste.
—Pero esto iba a suceder de todas formas, ¿no?
—Y a él no le importa. Parece como si estuviese aburrido de mí, apenas me mira, no me habla y siempre luce fastidiado cada vez que intentó hablarle de algo. ¡¿Qué hice mal?!
No podía entenderlo. Conocía a muchos chicos que podrían estar dispuestos a estar con su hermana, ¿por qué de pronto Jackson se comportaba de esa manera? Quizá así era él o, lo más probable, era que extrañara a Ariel y se sintiera culpable por cómo terminó con ella.
—Deberías hablar con él y...
—Me dejó tirada allá. No le importé y cuando pregunté por él me dijeron que se había ido con un grupo —Apoyó la cabeza sobre la palma de la mano y la miró con tristeza—. Fue tu amigo Reece quién me trajo. Es muy amable —sonrió—. Estuvo muy preocupado en dejarme aquí.
Un agrio sabor acunó la boca de su pecho y, al contrario de sentirse triste, estuvo furiosa al oír aquello. Fue como sentir una patada en el estómago que la dejó sin aire y la desencajó por completo. Mientras a ella la dejaba sola una vez más, iba a rescatar a su hermana como el príncipe azul que era él. No había hablado con él ni mucho menos oído sobre qué le sucedía. Creía que quizá las cosas entre ellos serían ahora mejor, que Reece le diría que después de tanto tiempo juntos había gustado de ella o que, de alguna manera, la quería. Era eso lo que hubiese querido que sucediera, que, por un momento, alguien la toma de en cuenta a ella y a sus sentimientos. Deseaba ser querida por alguien alguna vez, a alguien que realmente la quisiera tal y como era.
¿Por qué era tan difícil?
Por un momento creyó que estaba huyendo de ella hasta el día siguiente. Tuvo qué levantarse más temprano de lo normal al oír que tocaban a la puerta de su casa con desesperación e insistencia. Una vez de pie, fue a abrir la puerta y a encontrarse con un serio Reece Wood frente a ella.
Un sonrojo calentó sus mejillas y apenas pudo sonreír con timidez ante él.
—Hola, Reece —saludó ella, inclinándose para saludarlo cuando él la detuvo repentinamente.
—Tenemos que hablar. Ve a abrigarte, te espero —fue lo único que dijo antes de girarse y digiriese con pereza al auto.
Para Reece Wood, las cosas eran un tanto diferentes. Mientras la observaba alejarse de él, la contemplaba con los pensamientos gritándole internamente, algo en su corazón derritiéndose de una manera bastante extraña. Decir que le fascinaba era poco. Verla sentada bajo la escasa iluminación de aquella habitación, la cabeza gacha y escondida en la almohada mientras claros mechones le caían con suavidad sobre la frente, hacía que su corazón frenara y palpitara violento contra su pecho.
Vaya, cómo le gustaba.
Amaba ver esa casi imperceptible sonrisa en sus delgados y rosados labios. Era como una calmante inyectado en sus venas cuando aquellos preciosos ojos verdes se alzaban con inocencia en demasía hacia él. Su cuerpo vibrada de tranquilidad absoluta con tenerla tan cerca. Cada vez que la miraba, cuando la veía apenas sonreír o la besaba sentía estar tocar el cielo. Era aquello tan precioso y pacífico que necesitaba en su vida. Aquello que lo había envuelto para nunca dejarlo ir. Se había encaprichado hasta lo más profundo de ella, quería con cada detalle y defecto, con todas sus miradas y cada centímetro de su piel.
Y ahora Reece no sabía qué hacer con ella. Tenía que dejarle en claro que entre ellos no había ninguna relación y que, si todo salía bien, le diría alguna típica tontería sobre que no quería perder su preciada amistad. De ser así incluso podría obtener alguna ventaja del asunto. Tardó horas en convencerse de lo que debía hacer. Entonces, a la mañana siguiente, fue a su casa y mentalizó que no debía ser tan duro con ella. Es decir, Reece no quería ataduras de ninguna clase y eso implicaba no tener relaciones serias con nadie. Pero tampoco sentía correcto tratarla como a una más de las chicas que habían pasado por él, aunque fuese la dura verdad.
—Bueno, hablemos —dijo ella al regresar, sentada a su lado y siempre con una pequeña sonrisa en los labios—. Reece, estaba algo...
—Amy, eres una buena amiga para mí y no quisiera perder tu amistad por una estupidez —Le cortó bruscamente—. La pasamos siempre muy bien y no quisiera que eso cambie por lo que sucedió una noche. Estuvo muy bien pero simplemente no es lo correcto, eres importante para mí, ¿sabes? Sólo... —suspiró y volvió a hablar—. Somos muy jóvenes para atarnos a una persona, quiero aún vivir y conocer a otras, sabes a qué... me refiero. Eres muy dulce y tú mereces a alguien más, yo solo soy tu amigo y nada más.