Su sonrisa

Wanda sonríe, dice algo, pero Loki no escucha. Ella ríe y él ríe por reflejo, pero su mente vaga por parajes muy lejanos, tal vez olvidados.

—Loki, cariño.

Levanta la cabeza con un sobresalto. Wanda lo está mirando con las manos en las caderas.

—¿Qué?

—Te estoy hablando y estás en la luna. Te pregunté si vas a llevar a los niños a pedir dulce o truco, o lo hago yo.

—Dulce o truco... —murmura él, otra vez abstrayéndose en los recuerdos. Ha vivido tanto que todo le recuerda algo, y cada vez es más difícil evitar la nostalgia. Algunas cosas eran mejores antes.

—Ya —dice la bruja con un suspiro. Se deja caer sentada en el sofá a su lado y se recarga en su hombro—. Venga la lección de historia.

—¿Qué? —repite él, haciendo un esfuerzo por volver a la realidad. Wanda ríe otra vez, y él jamás se cansaría de escucharla.

—Siempre que te pones así es porque estás reviviendo algún siglo pasado. Ya, dime, cuenta, ¿qué sucedía en esta fecha antes? ¿Se celebraba algo?

—Muchas cosas —responde él, rodeando a su mujer con el brazo y dejando un beso en su cabello pelirrojo.

—¿En cuál pensabas?

—Samhain. Es celta. El origen de Halloween. Nada que ver con nosotros, los dioses nórdicos, pero llegué a celebrarlo en persona, bajando a Midgard. Haciéndome pasar por humano, por supuesto. Tenían otros dioses.

—¿Y qué se hacía en Samhain?

—Era bastante parecido a Halloween de ahora. La fecha en que se celebraba variaba dependiendo de la zona o la persona en particular. Lo más común era una fiesta de tres días, o de uno solo, del treinta y uno de octubre al primero de noviembre, aunque los meses no se llamaban así. Había quien elegía celebrarlo en el fin de semana o la luna llena o nueva más cercana a esa fecha. Algunos, en cambio, esperaban hasta alrededor del seis de noviembre para celebrar Samhain en el punto medio entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno.

—¿Y cuál era el motivo de la celebración? ¿También se trataba del contacto con los muertos y espíritus? —pregunta Wanda, jugando con los dedos de Loki. Él la deja moverlos como quiere, encontrándolo extrañamente relajante.

—Se celebraba el final de la cosecha y la llegada del otoño, y con él la mitad oscura del año. No tenían cuatro estaciones, sino sólo dos, que dividían al año entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. Samhain se celebraba tanto con los vivos como con los fallecidos por igual, poniendo a todos un plato en la misma mesa. Se invitaba a amigos y familia, y era algo privado, no público como todo el teatro de Halloween de hoy en día en general. Era una fiesta para apreciar la vida y terminar el duelo por los muertos, ajustándose espiritualmente a los que estaban en el otro mundo. El velo entre el mundo de los vivos y los muertos se volvía delgado, facilitando el contacto y la comunicación entre ambos. Se hacía un altar de los ancestros, con fotos y objetos de los fallecidos, ya fuesen familia, amigos o incluso mascotas. Se encendían velas diciendo sus nombres en voz alta, expresando buenos deseos y agradecimientos, y luego se sentaban en silencio, prestando atención a lo que sentían, porque los espíritus podían comunicarse en ese momento.

—¿Se pedía dulce o truco? ¿La gente se disfrazaba?

Loki ríe entre dientes ante ambas preguntas.

—El primero no, en absoluto. Era una festividad seria y, como dije antes, privada. La gente no salía a la calle, sino que se quedaba en casa. A lo sumo daba un paseo meditativo por la naturaleza, contemplando el lugar de uno en el Círculo de la Vida, pensando en la muerte y el renacimiento. Sobre los disfraces, a veces se vestían con pieles de animales, para ahuyentar o confundir a los malos espíritus. Era la noche de las brujas y las hadas. Todo lo sobrenatural tenía un poder más fuerte en Samhain. Se rendía culto a las deidades, más específicamente a las asociadas a Samhain, como la Diosa Bruja y el Dios Astado de la Naturaleza. Ambos no son un solo dios, sino que se utilizan sus nombres para referirse a múltiples deidades bajo una misma denominación.

—¿Esos dioses son reales? ¿Cómo tú?

—Sí, y no. Son otro tipo de ser. Son deidades de Midgard únicamente. Viven y existen sólo en esta tierra humana, pero aquí pueden ser más poderosos que cualquiera, incluso que Odín o yo mismo. Están ligados a la naturaleza, la vida y la muerte en especial. Hace tiempo se les ha dejado de rendir el culto correcto, al menos por parte de la mayoría de la población. Están los que practican la Wicca y el Neopaganismo, pero no es exactamente lo mismo que antes, cuando todo giraba alrededor de la tierra y la naturaleza.

Wanda chasquea la lengua y lo abraza fuerte por la cintura. Luego lo mira desde el refugio en su pecho, con los ojos brillándole.

—¿Lo celebramos?

—¿Samhain?

—Sí, ¿por qué no? Tú puedes enseñarnos los rituales y todo. Eso sí, luego de llevar a los niños a pedir dulce o truco, o nos odiarán de por vida.

Ambos ríen y la bruja se levanta tirando de Loki para que él haga lo mismo.

—Vamos —dice ella—. Veamos qué disfraces quieren.

El dios le planta un beso en los labios y camina a su lado saliendo de la habitación, recorriendo el pasillo, bajando las escaleras y entrando a la sala de estudio. Se encuentran con una batalla campal, chicos contra chicas, atrincherados en ambos lados del lugar. Es claro quién ha construido las barreras del grupo femenino, porque resplandecen con un tono azul brillante, mientras que las de los hombres son sólo mesas y sillas apiladas.

—¡Alessandra! —dice Wanda con voz firme, alzando el tono para hacerse oír sobre el griterío.

Las trincheras de luz parpadean y se desmoronan, dejando ver a Alessandra haciendo un puchero de frustración. Todos los niños se callan más o menos al mismo tiempo, mientras Loki y su mujer se detienen en el centro de la sala.

—Amonéstalos —dice Wanda, tocando a Loki con el codo.