Capítulo uno: En el inicio de mis días
«Sólo los idiotas creen en la realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo»
Jacques Lacan
Recuerdo como fue el entrar ahí, era el llamado que me decía que a ese lugar pertenecía, siendo una cría de 5 años supe que ese lugar era para mí; durante mucho tiempo viví las más fantásticas anécdotas ahí... Pero ¿puede uno formar parte de algo y luego el mismo ecosistema desecharte?...
...Al parecer sí.
Lo supe cuando entré a la secundaria y vi como todas mis dulces y amables compañeras se convertían en arpías y se enzarzaban en una pelea por algo tan banal y tan insípido como lo es la popularidad. Yo no me preocupaba mucho de eso, teniendo como verdugo a la «reina abeja del insti», ese es uno de los aspectos que ya menos importaban. Aunque de hecho ya había visto esa cara algunos años antes de que comenzará toda esta bola de estupideces, eso había pasado por querer aplicar el evangelio y ayudar al prójimo. El evento pasa por mi mente como si de una película se tratase, y vaya que parecía que los involucrados en esta situación tenían perfiles de un típico drama adolescente hollywoodense; teníamos a la chica apestada, aquella que se la pasa sola y todos rehúyen de ella e incluso podríamos decir que hacían chistes y se mofaban de ella, tiene una vida difícil y por eso siempre va desarreglada; después tenemos a la chica buena onda, quien ayudará a la apestada y la integrará al ecosistema escolar, poniéndola de nuevo en el radar social. Lo malo de esta situación es que el final resulto distinto al drama hollywoodense, en vez de ser todos felices y quedar con una lección de inclusión y respeto, yo termine siendo una apestada más, pero eso sería sólo un adelanto de lo que me esperaba en mi nueva vida en la secundaria.
Con el pasar de los años aquella situación me exasperó y termine por convertirme en una persona ermitaña totalmente amargada, más bien estaba iniciando mi camino a la decepción. «Bienvenida a la vida, Helena». Mi desilusión había llegado al momento más álgido. Justo en este momento fue cuando el mismo hábitat comenzó a expulsarme.
Aún recuerdo el inicio de este decaer, que yo comparo como tirarse de un acantilado. Entré, pasé de largo el tumulto de chiquillas que aguardaban en la entrada mi llegada y simplemente me digné a entrar al salón para sentarme hasta el fondo de este. Supongo que desde entonces me condené a una vida solitaria, estaba tan harta de mis más recientes aventuras en esa escuela que decidí renunciar a todo y enclaustrarme en mi dolor. A veces me pregunto cómo hubiese sido si yo hubiese actuado de otra forma, aunque ya he pronunciado que esto era una gran frivolidad, a veces me arrepiento de no haber actuado como el común de mis conocidos y tratar de tener una adolescencia promedio. Tuve miedo y mi corazón aún guardaba algo de rencor. Ya había visto como juntarse con la persona equivocada podía arruinar mi vida... o simplemente era el clásico dicho que siempre citaba mi madre: «A la gente buena le pasan cosas malas». Y entonces ahí te das cuenta de por qué las personas que salen de un lugar similar al que yo estuve, están en dos modalidades: O salen locas o salen siendo hipócritas.
El golpe certero que me sacó totalmente del lugar tenía nombre y apellido: Oriana Soberón. La chica más popular de la escuela. Me tomó por encargo a mí, alguien que no tenía nada que ver con ella y que no le importaba en lo más mínimo lo que hiciera con su vida. Mi error fue el estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado.
Un error… quién diría que un pequeño error como el de ir al baño en el momento más inoportuno o que una etiqueta en una foto de Facebook terminaría por amargar toda mi adolescencia. En lugar de ser una chica común y corriente, me dediqué a pelear y a defenderme de todos, porque en algún momento pensé que me harían daño. La buena vida, ya no era lo que esperaba … mientras mis amigos se volvían cada vez más desconocidos para mí, algo en mi interior se fue pudriendo. Y eso sólo sería algo con lo que empezarían mis decadentes aventuras, a las cuales no he hecho más que aferrarme hasta ahorita.
Únicamente puedo recordar cómo entrar a ese baño cuando mi compañera estaba siendo arrastrada por Oriana y sus otras dos amigas, cuyas vidas son de lo más irrelevantes para mí, posaron su vista en mí, hablando con los ojos, amenazaban tajantemente que de decir alguna palabra estarían sobre mis pasos y no he de mentir que sentí miedo, al ver como entre tres chicas podían tirarte al suelo…y luego patearte hasta que sintieras que no eras un humano sino un simple gusano que se revuelca ante esos golpes sólo para su disfrute personal. Salí corriendo y mi boca cual tumba quedó sellada. Aunque eso no fue suficiente para que ellas se quedaran tranquilas.