Marcelo le había dicho que darían el golpe el fin de semana siguiente. Esa semana a Abel le costó mucho conciliar el sueño, pero no por el robo sino por Victoria. ÉL sabía que ella sentía algo por él, que algo le pasaba y que tal vez no era amor pero que algo había en esa mirada. No se quería resignar pero sabía que era un imposible. Un chico de la villa, pobre, inculto, nunca puede estar con una mujer “así” como él mismo se decía. Las mujeres “así” no eran como las de la villa, eran más femeninas, más educadas, no insultaban. Eso era lo que él veía, era su idealización sin darse cuenta que el mismo se tiraba para abajo y que se discriminaba a él mismo y a los habitantes de su barrio. Victoria le daba vueltas por la cabeza, y también el robo a su casa. Pensaba que por ser un cagón y no decirle la verdad a Marcelo iba a cometer un error que tal fuera el más grande de su vida. Por eso le dijo a Marcelo que él se pondría la careta y que no hablaría ya que no quería que lo reconozcan por la voz los dueños de la casa, ya que él iba todos los fines de semana a llevarles el pedido de pizza. Marcelo lo miro como incrédulo, como podía creer que lo iban a reconocer. Pensó que no se daba cuenta que ese tipo de gente los miraban como si fueran zombis y que no los registraban a ellos. Marcelo pensaba que ni los miraban ni los oían, pero bueno le siguió la corriente.
La semana fue pasando sin sobresaltos para ambos, pero había algo que los diferenciaba y los alejaba un poco. Mientras Abel quería dejar un poco los vicios, solo tomaba alguna que otra cerveza, Marcelo vivía dopado o en pedo. Y Abel se había percatado que últimamente estaba mucho más acelerado que de costumbre, hasta que descubrió cual era el motivo: Marcelo había comenzado a consumir coca. Abel pensó que encima de lo dañino que era también era un vicio caro, demasiado caro para ellos.
Luego de esa conversación, Marcelo paro un poco de consumir coca, solo un poco. Como para estar fresco para el robo, eso le pidió Abel. Ahora la relación entre ellos había cambiado un poco, Abel era el que cuidaba a Marcelo. Toda la vida había sido al revés. El sábado luego de almorzar Abel pasó por la casa de Marcelo para ir a robar a la casa de Victoria. Abel se tomó dos litros de cerveza en el almuerzo para relajarse y desinhibirse un poco. Al llegar a la casa de Marcelo le llamó la atención lo bien que se lo veía. Le abrió la puerta de su casa y Abel pasó. Saludo a la abuela de lejos, la cual no contestó ni emitió ningún tipo de sonido. Marcelo le explicó por enésima vez como sería el atraco, mientras Abel lo escuchaba con atención. Llegó el momento de partir, antes Marcelo sacó dos caretas de uno de los cajones de la cómoda desvencijada que estaba apoyada en una de las húmedas paredes del living de la casa. Una era del Che Guevara y otra era de Trump.
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Editado: 28.05.2018