Capítulo 19

• Podemos pasar a la casa así estamos más cómodos – dijo Abel con aparente seguridad –
• Claro que vamos a pasar a tu casa, tenemos que revisarla un poco.
• Adelante.

Los tres policías entraron a la casa y empezaron a inspeccionar todos los rincones. Abrían los cajones y tiraban al suelo todo lo que tenían en su interior. Abel miraba desde la puerta con la seguridad de quien tiene la certeza que nada de lo que buscaban iban a encontrar. Les ofreció tomar algo, solo uno aceptó. Abel le sirvió un vaso de agua con hielo y se lo acercó. Abel quedó sorprendido cuando el policía le agradeció con una sonrisa sincera. Estuvieron aproximadamente unos veinte minutos revisando todo, dejaron la casa patas para arriba, pero a Abel poco le importó ya que él tampoco era demasiado ordenado.

• No hay nada de nada, jefe.
• Ya veo…a ver…revisen en el fondo a ver si hay tierra removida.

Los efectivos fueron al pequeño jardincito que tenía la casa de Abel pero otra vez nada lograron encontrar.

• Nada de nada.
• A ver muchacho… ¿Qué estaba haciendo usted la noche del robo?
• ¿Qué robo? – contesto lacónicamente Abel –
• El robo en la casa de las García Ureña. ¿Qué robo va a ser?
• Por acá hay robo todos los días, por ese motivo le pregunte a cual se refería. Ni siquiera sé cuándo fue ese robo.
• Fue el quince del mes pasado a la noche, a eso de las veintitrés horas
• El día quince a esa hora estaba trabajando.
• ¿Cómo recordó tan rápido?
• No es que lo recordé, era martes y yo de lunes a sábado trabajo a esa hora. Así que es fácil para mi saber que estaba trabajando.
• Vamos al grano, Abel. Su gran amigo, Marcelo, entró a la casa de las García Ureña a esa hora con un cómplice. Ambos tenían una careta. Las mujeres no pueden reconocer al cómplice de ese chorrito. Pero sabe que pasa…usted es el íntimo amigo de él. Yo creo que quien estaba con él no puede ser otro que usted. Lo que nunca entenderé es el tiro que le pego en la cabeza.
• Oficial, lo que usted crea poco importa. Usted tiene que tener pruebas. Yo estaba trabajando o volviendo del trabajo. Dependiendo la hora exacta en que fue el robo. Siga revisando, no tengo nada que ocultar.
• Pero es verdad que usted es íntimo amigo de Macelo.
• Eso es verdad y lo sabe todo el mundo. No puedo ni quiero ocultarlo.
• Ok. Seguiremos con nuestra investigación por otro lado. Lo voy a tener en la mira.
• ¿Es una amenaza?
• No, es que quiero que estés atento cuando te venga a buscar. Yo sé que fuiste vos.
• Buenas noches, oficial. Buenas noches, agentes.
• Buenas noches, Abel. Nos veremos pronto.

Abel cerró la puerta y se desinfló literalmente. Le transpiraban las manos y la frente. Había sido tan convincente su actuación que había logrado no demostrar nada de miedo ni inseguridad antes los policías. Ni siquiera transpiró. Tomó un vaso de agua que terminó rápidamente. Mientras recordaba adonde había dejado el arma. Estaba en el placard de la habitación de Victoria. Debería ir a buscarla para no involucrarla a ella y, de paso, esconderla en lugar en donde nadie la pudiera encontrar. A pesar de la hora Abel le mandó un mensaje a victoria.

• Hola Vicky.
• ¿Cómo anda Abel?
• Todo bien.
• ¡Qué pena que no viniste a cenar a casa!
• Puedo ir ahora…
• ¡Ja! ¡Después las que no sabemos que queremos somos nosotras! ¿pasa algo?
• No…
• Te conozco…
• Hablamos bien en tu casa.

Abel llegó a la casa de Victoria y mientras cenaron Abel le contó lo que había pasado con los policías. Victoria estaba con mucho miedo, no quería ver a Abel en la cárcel.

• Otra cosa…yo dejé escondida en tu placar el arma con la que le disparé a Marcelo…
• ¡Cómo no me dijiste! ¿Estás loco?
• Si, estuve mal. Ya te iba a decir. Lo que pasa que con todo este lío…
• Bueno, anda y sacala por favor.