Hortensia se fue de la habitación cerrando la puerta de un golpe fuerte. Victoria se quedó pensando en todo lo que su madre le había dicho. Y en el fondo de su ser quería que ella no tuviera razón, no solo por no sentir desilusión sino, también, para demostrarle a su madre que no todo estaba perdido, que no todo era como ella creía, que todavía hay gente buena en quien confiar. Y, sobre todo, para que se meta sus prejuicios en el fondo de su ser. A pesar de su deseo, Victoria todavía tenía ciertas dudas sobre Abel.
A la mañana siguiente, Abel se levantó bien temprano para ir a lo del herrero, el primo de su madre. Se quería sacar cuanto antes el arma del delito de encima. Se tomó un colectivo que lo llevó a la herrería, tardo aproximadamente una hora y cuarto. Era bastante lejos de su barrio. Bajó y caminó unas pocas cuadras. Llegó a la herrería y debí tocar el timbre para anunciarse. El primo de su madre salió y no lo reconoció.
Abel le explicó su situación. El primo de su madre al principio se hizo el difícil pero luego accedió a su pedido. Abel le dijo que quería presenciar cuando fundiera el arma. Al hombre no le gustó mucho ese pedido porque sintió que no confiaba en el, pero igualmente accedió. Fueron para el fondo del taller y ahí había un pequeño horno para la fundición de hierro. El primo de la madre esperó que el horno esté con la temperatura ideal y le hizo un gesto a Abel para que lo tirar en el interior del mismo. Abel vio como el arma se ponía al rojo vivo y luego se iba deformando transformándose en otra cosa que la que era antes. Abel respiró. Le pagó al hombre y se retiró del lugar. Mientras viajaba en el colectivo pensaba que ya estaba a salvo y que podía pensar en una vida junto a Victoria más adelante. Él estaba seguro que ella era el amor de su vida y creía que a ella la pasaba lo mismo. Cuando llegó a su casa se comunicó con ella.
Abel llegó a la casa de victoria. Ella le abrió la puerta con marcada ansiedad. Por suerte hortensia había salido con sus amigas para tomar el té, así que estarían tranquilos sin ninguna oreja escuchando su conversación. Se sentaron frente a frente. A pesar de ser dos adolescentes eran bastante maduros por su edad. Los dos querían hablarse más o menos de lo mismo, del futuro.
Victoria se paró y se sentó a su lado. Comenzó a tocarle la cara mirándolo a los ojos. Le dio un dulce beso en la mejilla y luego en la boca, pero no era un beso con deseo sexual, era un beso tierno, era como un sello del amor que se tenían.
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Editado: 28.05.2018