“Está recolectando almas” Las palabras cruzaron por su mente en un fugaz momento, de haber estado concentrada en otra cosa, ese pensamiento habría quedado reducido a algo tan pequeño que podría pasar por el ojo de una aguja.
El ave de color negro se encontraba parada sobre el alfeizar de la ventana, ni siquiera había desperdiciado una sola mirada en la joven que lo observaba con curiosidad.
Quizá si ella utilizara alguna de las cosas que guardaban en el ático para lanzarla en dirección al ave, llamaría su atención.
Negó un par de veces, ese no era el modo de comportarse, su madre estaría decepcionada… si tan solo estuviera ahí, aunque fuera para reprenderla, pero no, se encontraba lejos.
La madre de Catarina era una mujer de carácter fuerte, y de una inteligencia notoria, tanto que su padre, después de tantos años no había podido someterla, así que se sometió a sí mismo a los bajos instintos, a tabernas y burdeles.
La mujer había decidido partir en el carruaje hacia tres días, para acompañar a la hermana mayor de Catarina en su segundo parto, le habría gustado estar ahí, pero su salud nunca había sido un punto fuerte.
Con un suspiro de resignación decidió que el cuervo parado en la ventana no estaba ahí por su vida, así que se dio la vuelta y miró el resto del ático, como la luz del atardecer entraba por las ventanas, haciendo que los finos rayos del sol le permitieran observar como las motas de polvo se levantaban cuando caminaba… “polvo eres y en polvo te convertirás”
Sabía que su estado de ánimo era fúnebre en esos días, ya que esperaba con ansias alguna noticia de su madre, para saber sobre su hermana Catalina, y el nuevo integrante de la familia. Una carta, un heraldo… algo.
Con resignación bajó las viejas escaleras de madera, deteniéndose por la mitad, sintiendo su corazón acelerado palpitar de manera desbocada, incluso podía ver como los holanes grises del vestido verde se movían en sincronía con sus latidos. Por un momento respirar se hizo difícil, así que cerró los ojos y contuvo las ganas de gritar, no iba a alarmar a nadie por algo que sabía no era nada. Su piel se cubrió de una capa de sudor frío, por unos segundos parecía que su cabeza daba vueltas, así que se recargó sobre la pared y esperó.
Escuchó un carruaje llegar a la entrada de la casa, fue consciente del ajetreo de los sirvientes para recibir a quien llegaba ¡Quizá al fin tendría noticias de su madre!
Se puso de pie, sin saber cuánto tiempo había pasado sentada sumida dentro de su malestar. Caminó con cuidado mientras alisaba su vestido y verificaba que su cabello estuviera en el lugar adecuado. Salió por la puerta que la separaba de la casa y la cerró con cuidado, esperando poder volver al ático cuando no hubiera visitas.
No sabía en qué lugar de la casa se estaba ocultando su padre con la resaca correspondiente de ese día. Ella tenía una opinión sobre ese hombre, mas decidía mantenerla dentro de sus pensamientos e ideas, no todos aceptarían que una mujer solterona se quejara sobre el patriarca de la familia.
Avanzó rápido por el pasillo, observando las grandes ventanas con las cortinas doradas, los suelos limpios en los que sus zapatos provocaban un desesperante sonido, libros abandonados por cada rincón, ignoró la entrada a la biblioteca y fue directamente a las escaleras que la guiarían al recibidor de la casa. Apretó fuerte la madera para evitar que la visita se diera cuenta de cuan mal se encontraba su dolor de cabeza. Observó las flores sobre la redonda mesa del centro.
Víctor, el mayordomo, abrió la puerta doble de madera finamente tallada y cristal que dejaba traslucir la hermosa luz cada mañana.
―Señorita Catarina― saludó una de las ayudantes nuevas, mientras pasaba con un montón de sabanas limpias sobre sus manos.
― ¿A dónde llevas eso?― preguntó desconcertada. Ella no había dado la orden de alistar los cuartos― ¿La señora Úrsula ha regresado ya?
―No, señorita― respondió la sirvienta agachando la cabeza―. Pero su hermano ha llegado en el carruaje, nos ordenó limpiar los cuartos. Su esposa e hijos lo acompañaran más tarde.
―Puedes irte.
Terminó de bajar las escaleras y se detuvo junto a la puerta, justo a tiempo para ver como llegaba otro carruaje.
―Habrá vida de nuevo en esta casa, Víctor― comentó para que el mayordomo la escuchara.
―Estoy seguro de eso, señorita.
―Pide que preparen una cena especial, seremos seis esta noche.
El mayordomo asintió y se apresuró hacia los tres escalones que separaban la puerta principal del lugar al que los coches llegaban.
Un par de mozos se acercaron a llevarse los caballos.
Y tres maravillosos niños de oscuro cabello bajaron corriendo y se lanzaron a sus brazos.
― ¡Tía Catarina!― exclamaban― ¡Se me ha caído un diente!
― ¡A mí me han comprado un libro nuevo!
― ¡Pronto me presentaran ante la comunidad!
― ¡Estoy tan feliz de verlos!― sonrió Catarina mientras los recibía.
―Saben dónde nos quedaremos. Vayan a lavarse para cenar― ordenó Mireya, la madre de los niños.
―Es un gusto verte― dijo Catarina, al tomar las manos de Mireya―. Me alegra tenerlos en casa.
Mireya le regaló una sonrisa y regresó el apretón de manos.
―No dejaron de hablar sobre ti en todo el camino. Creo que Nicolás está ansioso por hablar contigo acerca de su nuevo libro. Jonatán te mostrara su diente caído cada vez que tenga la oportunidad… Y Sebastián, no sé cómo explicarle que la presentación con la comunidad no requiere demasiada preparación.
―Estoy segura de que lo entenderá. Buscaré a mi hermano para cuidar los detalles de todo, mientras tanto descansa.