- Acuéstate conmigo y te llevo hasta donde quieras.
Sebastián quedó en shock. Si le hubiesen arrojado un baldazo de agua desde el techo, el efecto no hubiera sido peor. Dio media vuelta y caminó rápido, hacia la puerta del lugar.
Given se golpeó la sien con la mano izquierda. Por lo visto aquel chico no solamente parecía inocente, lo era. Y él acababa de comportarse como una bestia. ¿Para eso había servido todo lo que sus padres invirtieron en educarlo? Si. Era una bestia, cada día estaba más seguro de eso.
Corrió tras el chico (ni siquiera sabía su nombre) y lo tomó por una muñeca justo antes de que saliera del bar.
- Discúlpame, no quise ser grosero.
Sebastián quedó petrificado por el contacto. No tenía valor para darse vuelta ni para seguir caminando. El calor le subió a la cara. Había escuchado que algunos hombres hacían cosas entre ellos, también le habían dicho a veces, cosas raras en la calle o lo habían mirado de cierta manera, pero nunca, nunca, nadie le había propuesto de frente
algo así . No sabía cómo reaccionar. Tragó saliva y enfrentó al otro, con los ojos muy abiertos.
- Discúlpame - repitió Given sin soltarlo - esa no fue una buena manera de decirlo, te invito un trago y hablamos del viaje que quieres hacer.
La sonrisa de Given era encantadora. Sin embargo su imagen, en la mente de Sebastián había quedado hecha añicos… su ideal de pirata no era lujurioso y degenerado. No se explicaba por qué seguía allí escuchando a ese tipo malintencionado… porque era al momento la única posibilidad que tenía de cumplir su sueño, se dijo. Miraba el colgante en forma de pica que oscilaba sobre el pecho bronceado del capitán, mientras meditaba el asunto… ¿valía tanto su sueño como para perder su honor por él? Logró levantar la vista hasta los ojos de Given. Esta sonreía con elegancia y hasta parecía un hombre decente. Tal vez podrían llegar a otro tipo de acuerdo…más formal. Tal vez si había estado bromeando después de todo. Valía la pena probar, decidió.
Cuando el chico clavó su mirada en él, Given sintió que se desarmaba por dentro, que se convertía en líquido, un líquido ardiente, y que sólo la superficie de su cuerpo permanecía sólida, soportando apenas el oleaje interior. Soltó la muñeca que había tomado con tanta familiaridad. Aquel niño tenía fuego, bajo la superficie de aparente calma que eran sus ojos. Iba a jugar su última carta, decidió. Valía la pena intentarlo… si perdía, paciencia. Pero si ganaba… ¡ah! Él siempre ganaba.
Se sentaron en una mesita cerca de la puerta. Todos los otros hombres presentes en el bar, los miraban de tanto en tanto, divertidos. Estaban acostumbrados a ver al capitán Given abordando muchachitos y querían ver cómo le resultaban las cosas esta vez. Algunos incluso ya estaban apostando al respecto.
Sebastián les había llamado la atención un poco más de lo habitual, porque no lo habían visto nunca por allí, además parecía un chico bien criado, y la forma en que había hecho correr a Given tras él había causado una algarabía generalizada, que ninguno de los implicados había notado.
Sentados frente a frente, con un par de vasos de ron entre ellos, el marino le dedicó al chico la más seductora de sus sonrisas. No obtuvo ningún resultado. El joven lo miraba serio y no se percibía en él ninguna emoción. Given tomó un trago de ron y comenzó a hablar, sus modales eran los de un lord, cuando quería, le preguntó su nombre a Sebastián y luego comenzó a explicarle más o menos cuales eran las rutas marítimas que seguía , sí, como le habían dicho, su barco se había adentrado en las aguas del oeste más que ningún otro, hasta donde él sabía. Había estado en lugares extraños, pero nunca se había topado con las tan mentadas cataratas del fin del mundo ni con indicios de ellas, serpientes marinas, tampoco había visto, pero si otros animales extraños, hizo una pausa. Sebastián seguía su relato fascinado. La pasión se le escapaba por los ojos. Tal vez era el momento de inventarle algo sobre calamares gigantes o sirenas, pensó Given.
Entonces comenzó a hablar el chico, él estudiaba la vida silvestre, dijo, tenía los diarios de su abuelo, que se había dedicado a lo mismo y quería completar algunos datos y continuar con la tarea, para eso necesitaba viajar hacia el oeste, lo más que se pudiera. El abuelo había logrado llegar hasta unas islas, en el sur, en las que habitaban tortugas gigantes, entre otras maravillas, explicó. Tenía dinero para pagar, pero no había encontrado a nadie que se atreviese a ir tan lejos, todos tenían miedo de llegar muy lejos y caer por las cataratas que están en donde acaba el mundo.
Mientras hablaba de estas cosas, lo embargaba tal emoción que parecía otra persona. Given lo miraba y tenía ganas de comérselo ahí mismo, tan rebosante de vida se lo veía. Se imaginó varias formas en que podría hacerle el amor.
Mientras, a su alrededor seguían las apuestas.
- He ganado, compañeros - dijo un marino - miren la cara del rubiecito, Given ya lo embaucó con algo, ya lo tiene.
- No… - dijo otro - ahora mismo lo va a arruinar con algo.
Carcajadas.
- Ni una cosa ni la otra - observó un hombre que tenía una pata de palo - es el jovencito el que tiene a Given.
- ¡Ba! - dijo un cuarto - mírenlo, es sólo un “niño bien” buscando probar cosas nuevas. Solamente se está haciendo de rogar.