Diogo, flamante capitán de aquel barco, salió a cubierta. Allí se encontró a una anciana solemne, que sostenía una buena cantidad de perlas entre sus manos.
Diogo se quedó viéndola con los brazos cruzados… le resultaba conocida. De todos modos no temía ninguna treta porque ya había ubicado a varios de sus hombres en el barco y en los alrededores. Y vigilaban atentos… eso pensaba él.
- Dice que las perlas son para el capitán - explicó el subalterno, divertido.
- ¿Ah si?, pues el capitán (ahora) soy yo, señora, así que entréguemelas a mí. - rió entre dientes pensando en todo lo que le estaba robando a Given.
La anciana asintió con la cabeza y comenzó un complicado ceremonial, que incluía una plegaria a los dioses del mar y algunos gestos mágicos antes de ir entregando, una por una, las perlas en las manos del hombre.
Cuando iba por la número siete, Diogo perdió la paciencia y se las arrebató de un manotazo. Luego se dirigió de nuevo al camarote
- Ya estoy aquí - anunció. Notó un gran cambio de actitud en Sebastián. Estaba sentado en la cama muy tranquilo, y su rostro ya no expresaba temor ni desesperación sino…¿satisfacción?
- ¡Ah! Parece que has pensado mejor las cosas… - observó Diogo, y se sentó muy junto a él.
El chico lo miró como a un insecto insignificante y dijo:
- ¿Así que le ganaste el barco a Given? Es verdad que perdió su suerte entonces.
- Dicen que tú se la robaste. - contestó Diogo, y posó una mano sobre el muslo de Sebastián. El chico no reaccionó, así que lo sujetó por el pelo e intentó besarlo, lo atrajo hacia sí y le dijo al oído una obscenidad tal, que no puede escribirse aquí.
Entonces, Sebastián indignado le propinó un golpe tan certero como imprevisto cerca del oído.
El tipo se desplomó, enorme, sin sentido, sobre la alfombra. Sebastián se paró de un salto y se quedó mirándolo, un poco sorprendido.
- Vaya… ¿no era que yo tenía que golpearlo? - dijo Given, también sorprendido, saliendo de su escondite tras unas cortinas. Sosteniendo todavía un pesado jarrón en sus manos. - Al final, no me necesitabas para nada…
- es que… no soporto las palabrotas - dijo Sebastián encogiéndose de hombros - pero es bueno saber que te preocupas por las consecuencias de tus actos.
- ¿consecuencias? Me preocupo por ti… no te hizo daño, ¿no?
Sebastián hizo un gesto negativo con la cabeza y se quedó mirándolo, serio.
Given se acercó y lo abrazó, ahora había tiempo para un buen beso, pensó. Pero el chico no lo dejó aproximarse mucho.
- este no es momento, como tú mismo dijiste - Hizo a un lado a Given y levantó los diarios y las otras cosas del suelo.
Given estaba desconcertado. - ¿Estas enojado? - preguntó - pero si hace un momento casi… y ahora no quieres…
- ¿Y qué hacemos con él ahora? - lo interrumpió Sebastián, refiriéndose a Diogo.
- enviarlo a tierra en un bote, supongo. - dijo Given, que tuvo que recuperar la sangre fría. Comenzó a atar al desmayado con unas sábanas.
-¿Y sus hombres?
- Las gemelas están dando una función especial en la playa, y mis hombres se están ocupando de los pocos “corazones fríos” - lo miró con intención y sonrió - que no disfrutan de ver… mujeres danzando.
- “Danzando”, si claro. -También Sebastián sonrió.
Given terminó de inmovilizar a Diogo y se acercó a él.
Perdía una vez en cien, se equivocaba una vez en cien, le decían que “no” una vez en cien… Ya le habían salido mal todas las cosas aquel día, así que ahora no podía fallar. Esta tirada iba a ser favorable.
Atrapó a Sebastián y le dio un beso largo y apasionado. No fue rechazado. Lo acostó sobre la cama y se puso encima. Con delicadeza arrebató los diarios del abuelo, que el chico abrazaba contra su pecho y los colocó lo mejor que pudo, bajo una almohada. Allí estarían seguros.
Momentos después, las alegres voces de los hombres de Given, que habían reducido a sus adversarios y retornaban al navío, los interrumpieron.
Pero ya tendrían mucho tiempo para terminar lo que había quedado inconcluso.
Epílogo
El sol se perdía, magnífico, en el horizonte rosa y anaranjado.
Seguían viaje al oeste, hacia el fin del mundo.
“Se ve muchas gaviotas últimamente. Señal de que hay tierra cerca. Tal vez pronto veamos con nuestros propios ojos las maravillas que relata mi abuelo en sus diarios…” escribía Sebastián en su propio cuaderno de viaje, recostado entre los almohadones multicolores, mientras Given dormía a su lado, en el camarote que ahora compartían.
Sebastián lo miró de reojo y se rió. Antes no había como hacer que se durmiera, y ahora no podía mantenerlo despierto…qué rápido se cansaba.
Como si oyera sus pensamientos Given abrió los ojos, bostezó y giró para abrazarlo. Su cabeza quedó sobre el estómago de Sebastián y comenzó a besarlo ahí.
- No fastidies - dijo el chico, en broma - ¿no ves que estoy escribiendo?, además ya tuvimos mucha “acción” hoy, después te quejas de que estás agotado y no te ocupas de mi barco como corresponde…
Pocos días después del encuentro con Diogo, Sebastián le había ganado el barco a Given jugando a los dados, la tripulación también estaba incluida en la apuesta y a ninguno de los hombres molestó el cambio de propietario. Given seguía siendo el capitán, claro.
- Tengo que confesarte algo. Antes de que lleguemos al fin del mundo - dijo Given, sin cambiar de posición.
Sebastián hizo a un lado los cuadernos y lo miró intrigado.
- La primera vez que jugamos a los dados, allá en el puerto, hice trampa. Te di mis dados cargados para que ganaras. Quería estar seguro de tenerte en mi barco…
- …
- Bueno, eso ya no importa ahora pero… quería que lo supieras. - volvió a cerrar los ojos plácidamente, acostado sobre Sebastián.