Por primera vez tenía pánico de entrar en mi propia casa.
Eran las ocho de la noche, el viento era tan frío que, posiblemente, mañana tendría un terrible resfriado por pasar tanto tiempo de pie en el pórtico de casa sin moverme. Sin embargo, no terminaba de tomar la iniciativa y entrar.
¿Por qué? No lo tenía en claro. Quizá miedo de que me digan algo cuando nunca antes lo han hecho o, tal vez, que al entrar, vuelva a la monotonía de la casa aburrida de la cuál había tratado de huir todo el día. Eso, incluyendo que, al hacerlo, podría simplemente pisar tierra dándome cuenta de que, tal vez, todo lo que sucedió hoy fue producto de mi mente.
Quería no pensar mucho en lo último, sin embargo, me era un poco imposible no hacerlo.
Lamí mis labios, abrazándome fuertemente tratando de seguir temblando con el frío. Si no entras puede ser peor, pensé. Tomé una bocanada de aire y puse la mano en la manija abriéndola rápidamente.
Las luces seguían encendidas, haciendo que el nerviosismo entero me recorriera. Quería huir, o simplemente evadir el protocolo de entrada que daría mi madre.
Y, así fue, lo primero que ví al cerrar la puerta, fue el rostro malhumorado, cansado y un poco nervioso de mi madre; viéndome con una ceja alzada. Suspiré con titubeos por el frío cuando conectamos miradas.
Por primera vez, quise decirle tantas cosas por verme de esa forma tan desaprobatoria, cuando claramente, no había hecho nada. Es decir, ella debería sentirse afortunada más bien, soy el mejor hijo que ella alguna vez pudo tener a diferencia del resto de los adolescentes del país. Valga la redundancia.
Y a mucha diferencia de Tenesse. Mi hermana, podría tener todos los veinticinco años que quisiera. Sin embargo, seguía siendo la misma chiquilla irresponsable que era desde los dieciocho.
Si mal no recordaba, la última estupidez que había hecho fue traer a su novio a casa y comenzar a hacer esas escenas las cuales mi progenitora denominan horrorosas y inapropiadas. A todo esto, fue en el sofá a media hora antes de que la misma llegara, y adivinen qué, ella llego una hora antes, claramente.
Yo los había visto desde hace un buen rato e incluso sabía que mi madre estaba por llegar, solo que...al verlos tan animados quise pasar por el que nunca sabía nada. Simplemente fui hasta la cocina, sigilosamente, tomando para preparar un sándwich rápidamente para volver y sentarme en las escaleras, en la espera de que la señora entrara por la puerta.
Una gran noche.
No me malinterpreten, ella ama muchísimo a Teodoro, creo que, incluso lo hace con mucha más efusividad con la que mi hermana lo hace. Pero, como ya lo dije, Madine, mi madre, dice que esos actos son impuros. Cómo si ella no lo hubiese hecho para traernos al mundo. En fin, ese es otro tema.
Teodoro, es un chico bastante atento, sincero y muy apegado a nosotros. Tanto, que algunas veces, Tenesse llega a sentirse incómoda de que él esté mucho tiempo a nuestro alrededor. No he podido sentarme a pensar con claridad porque ella se comporta de esa manera cuando afirma amarlo. ¿Miedo, quizá de que nos acostumbremos a su presencia y luego se vaya? Lo comprendo, no sería la primera vez. O, ¿no se siente segura de lo que siente? No lo sabía y tampoco era algo que me apetecía preguntar.
El punto era que mi madre no tenía mucho que reprocharme. Otro día les hablaría de las travesuras de Tenesse
Parpadee, volviendo a la realidad, casi al mismo tiempo en el que los labios de mi madre dejaron de moverse.
Uy, ¿que me estaba diciendo?
—¿Me estás escuchando? —repitió, poniendo las manos en sus caderas.
—Siendo muy, muy sincero, querida madre, no lo escuché, ni una palabra de lo que dijiste.
Metí ambas manos en mi espalda en un movimiento inocente y rápido para esconder mi muñeca malograda. Escuché un grito ahogado salir de su boca.
Por segundos ella no dijo nada. Lo que me pareció bastante extraño. Se limitó a escudriñar mi rostro detenidamente. En eso, el amargo olor a tinte de uñas llegó a mi nariz, haciendo que arrugara el gesto en dirección al sofá.
En él se encontraban el simpático de Teodoro tendiendome una de sus características sonrisas, acompañado de mi hermana, que mientras fingia masticar un chicle, mantenía sus pies desnudos sobre el chico pintandolos con poca atención.
—¿Cómo sigue tu muñeca?
La mitad de mi rostro se paralizó al escucharla decir eso.
Miré a la odiosa pelinegra que dirigió su mirada hasta a mí con algo de ¿burla? Creo que era eso. Mi madre no pudo quedarse más de escarlata mientras que yo quería huir.
Trate de forzar una sonrisa cuándo la mujer arrojó la pregunta:
—¿Qué con tu muñeca?
Solo que, respondí sumamente rápido, y en otras ocasiones, nunca decía nada o simplemente hacía un gesto. Eso me dejó muy expuesto.
—Nada.
Otra vez ella abrió la bocota haciendo que cerrara mis ojos de golpe.
—¿Y la chica, que pasa con ella?
—¿Que chica? —repitió mi madre.
La ignore completamente para mirar a mi contrincante con los ojos encendidos en llamas, literalmente. ¿Por qué hacía esto? Por un momento pensé que no le diría nada a mi madre. Es decir, que quedaría cómo un momento del día el cuál mañana dejaría de tener importancia.
Porque no tenía importancia.
Además, ¿por qué tanto interés? ¿Y por qué disfruta hacer esas preguntas? Quiero refutar y decirle muchas cosas, pero a su vez, también quiero dejar este tema en paz. Porque no quiero que ninguno de los presentes aborde el tema de Danna cómo si les importara.
Entonces, hice lo mismo de siempre, las excusas.
—Hijo, creo que tu...
—Mamá, ahora mismo un espantoso dolor se cabeza está arrasandome, y el noventa y nueve por ciento de la población no lo resiste ocasionado derrames cerebrales, estoy seguro que formo parte de ese grupo. ¿Puedo subir a mi habitación o esperarás que algo me suceda?
#13959 en Novela romántica
#8244 en Otros
#1212 en Humor
amistad amigos, depresion juvenil, amistad amoramor adolescente
Editado: 08.05.2023