Ya habían pasado dos semanas desde nuestro último encuentro con Mafera, y nada ocurría. Tanto mi madre como yo nos habíamos comenzado a calmar. Sin embargo, mi vida nunca había vuelto a la normalidad. Desde que supe que mi padre estaba vivo, todos los días al finalizar las clases, me subía a la terraza de la escuela y observaba. Desde allí se podía ver el palacio de la reina cubierto de hielo y nieve, como siempre. No había mucho más para observar, pero era justo lo que quería. Cuando divisaba a los sirvientes de Mafera entrar y salir del palacio, me preguntaba dónde se hallaba mi padre, qué había sido de él. Me preguntaba constantemente si él sufría aún en una celda oscura y helada, o si lo habían convertido en un esclavo. Era necesario, y completamente normal que me hiciera estas preguntas, pero cada vez que aparecían en mi cabeza, me llenaba de culpa y tormento. Todo era mi culpa. Él no merecía estar ahí.
— ¡Desearía poder verlo, mostrarle mi gratitud!— grité una tarde desde allí, como si esperara que mi padre me oyera. Claro, era algo imposible, pero necesitaba descargar mi furia de alguna forma.
— Rachel... Deja de gritar— dijo Jenna con el mismo tono neutro de siempre, mientras se sentaba a mi lado. Ante este gesto no pude evitar sonreír. A partir de que me enteré cuanto sufrían realmente los habitantes de Catwell, había comenzado a verlos de otra forma. Ahora sabía lo que ocurría dentro de sus almas.
— Jenna, ¿qué haces aquí?— pregunté mirándola a los ojos. Se encontraban tan grises como siempre, pero por un momento me pareció ver una pequeña chispa encendida en algún lado.
Se encogió de hombros con indiferencia; luego de unos minutos me contestó:
— No lo sé. Desde que soy niña subo aquí sin tener motivo. Realmente, hay algo en este lugar que me hace sentir bien, feliz. Yo jamás siento felicidad, excepto cuando estoy aquí.
— Eso es genial, pero dime, ¿qué es eso que te trae tanta felicidad?— pregunté extrañada.
— Sentir. Una vida sin sentimientos es una vida llena de tortura. Cuando estoy aquí y miro al palacio helado siento algo: furia. No será el mejor de los sentimientos, pero es mejor que nada. Sentir, al menos por unos segundos, me trae una felicidad inmensa. Y tú, ¿qué haces aquí?
Al oír sus palabras la miré asombrada. A pesar de no tener las gotas del Sol, esas personas no estaban completamente perdidas, como si el Sol jamás las hubiese abandonado del todo.
— Yo vengo aquí a pensar. Hace unas semanas me enteré de algo espantoso: esa bruja a la que llamamos reina se llevó a mi padre. Supongo que él está en algún lado dentro de ese inmenso castillo— expliqué sin despegar mi vista de él. Jenna se llevó una mano a la boca.
— Gracias, en serio— fue lo único que me dijo. Sus palabras me cautivaron. Jamás había esperado que alguien me agradeciera por hacer algo, mucho menos lo esperaba de alguien como Jenna. Pero no comprendía cuál era exactamente el motivo.
— ¿Por qué?— pregunté intrigada, mientras presenciaba algo maravilloso: sus ojos se iban tornado verdes, y su tez comenzaba a cobrar color.
—¡Ahora lo recuerdo, ella también se llevó a mi padre! Ahora comprendo porque vengo aquí: por la misma razón que tú. De repente me siento viva, como si hubiera estado durmiendo toda mi vida entera y tú llegaras para despertarme.
Sentí la emoción invadir mi alma, y a través de ella, todo mi cuerpo: "No sabía que la gente pudiera recuperar sus sentimientos sin la luz del Sol" pensé entusiasmada. "Sin embargo, solo espero que los cambios en Jenna sean permanentes".
— Entonces, Jenna, déjame invitarte a tomar algo al café de Roldán— le tendí la mano. Ahora que estaba bien, podríamos ser amigas. Siempre había querido tener una...
La chica asintió, y juntas salimos del colegio. Cruzamos la calle hasta la esquina del café. Era bastante pequeño y acogedor, no porque fuera colorido o bien decorado, sino por el fuego de la inmensa chimenea. El bar pertenecía a un hombre de mediana edad, con barba larga y enmarañada. En el resto de sus características, era igual a todos los habitantes de Catwell.
Al entrar decidimos sentarnos en una de las mesas más cercanas a la ventana, y fue solo cuestión de segundos hasta que vimos a Roldán. Se acercó lentamente hasta nuestra mesa y dejó el menú.
— ¿Cómo es que aguantas que la gente sea tan lenta haciendo todo?— preguntó Jenna irritada.
— Estoy acostumbrada a esto, Jenna— respondí sin ánimo. Por alguna razón, mi amiga encontró graciosa mi respuesta. Luego de hacer nuestro pedido, conversamos un rato sobre la escuela. A los treinta minutos, el dueño del lugar se acercó con dos cafés y un par de tostados de jamón y queso, en una bandeja negra y oxidada.
Tan pronto como Jenna tomó el primer sorbo, todo se desvaneció: su sonrisa, y los colores de sus ojos y piel volvieron a ser como antes. En un principio no me percaté de ello, pues estaba ocupada bebiendo mi café. Pero cuando ella se levantó de su asiento automáticamente y se dirigió hacia la puerta, bajé mi taza. Corrí tras ella y no tardé en alcanzarla. Me sorprendí mucho al darme cuenta de que había regresado a su estado de antes. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible?
— Rachel... ¿qué quieres?— preguntó ella sin ni una pizca de emoción.
— ¿Qué pasó? Tú habías recuperado tus sentimientos, no entiendo nada— grité por sobre el ruido de los autos.
— Bien por ti— dijo ella dándose la vuelta y marchándose. Me quedé allí plantada. Su respuesta ni siquiera había tenido sentido.
Por un momento creí que lo había logrado, sentía que tenía el poder para despertar a los demás, pero era un error. Sin embargo, era difícil no notar que aquella azotea tenía algo mágico, algo con la suficiente fuerza para despertar a una persona por al menos unos cuantos minutos. Debía descubrir qué era. Si había funcionado con Jenna, funcionaría con el resto, ¿Cierto?
Editado: 26.06.2020