Sunny dio una vuelta sobre su cama y se cubrió con su manta hasta la barbilla. Maldijo porque su tercera barra de chocolate se había acabado e intentó concentrarse en lo que estaba viendo en el televisor.
Podía escuchar uno que otro ruido en el salón, suponía que Pat estaba haciendo algunos arreglos de última hora, dado que viajarían temprano en la mañana y estarían fuera el fin de semana, y como su amigo había estado todo el día haciendo lo posible por no acercarse a ella, tenía bastante sentido lo que fuera que se encontrara haciendo con tal de matar el tiempo.
Los ruidos de Patrick se hicieron más cercanos y Sunny se cubrió un poco más con la manta, en serio no estaba de humor para él. Por eso se quedó callada cuando tocó a la puerta, pero como para su amigo ninguna señal era demasiado clara, abrió la puerta y entró en la habitación.
Por un momento, sintió ganas de hacerse la dormida, pero sabía que él no lo dejaría estar, así que se giró hacia la puerta. Esta vez ni siquiera se sorprendió de encontrarse con Max y no con Patrick, parecía que se volvería recurrente así que alarmarse ni valía la pena.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó, volviéndose a cubrir hasta la nariz.
Si no estaba de ánimos para lidiar con Patrick, lo estaba menos para Max.
—Patrick me llamó, dijo que como nos marchamos mañana temprano lo mejor era que pasara la noche aquí porque no confía en mi puntualidad. También dijo que estabas insoportable, así que te traje donas.
Sunny se contuvo para no poner los ojos en blanco. ¿Había alguna forma de quitarle las donas y deshacerse de él? No se le ocurría ninguna idea, desafortunadamente, así que decidió espantarlo con la verdad.
—Estoy menstruando —ladró.
Además del ligero movimiento de la ceja de Max, no obtuvo ninguna reacción, lo que la hizo sentirse más frustrada.
—Bueno, gracias por el dato —murmuró, dando un par de pasos hasta ella y abriendo la caja de donas que ella ni siquiera se había molestado en mirar—. Lamento no haber traído donas de chocolate.
—Se supone que deberías huir. Eso hacen los tipos cuando una mujer habla de menstruación.
—¿Con qué clase de tipos sales, Sunny?
—¿Si sabes que nosotros no estamos saliendo?
—Me consta. Como sea, ¿quieres las donas o no? A Patrick le encantan las de chispitas.
Por un momento a Sunny le causó un poco de risa ver a Max intentando sobrellevarla.
—¿Por qué tienes tanta paciencia? —dejó escapar las palabras sin poder contener su pregunta— Y cómo digas que porque estoy en mis días…
—No iba a decir eso, pero si quieres puedo ir por una cerveza, leí que te hace sentir mejor cuando estás en… ya sabes, tus días.
—¿Lo leíste en Cosmopolitan? —aquello era más una afirmación que una pregunta. Claro que lo había leído en Cosmopolitan.
—Pues sí, pero Cosmo nunca me ha mentido. Te encantaría ver las cosas que puedes aprender…
—Te puedes quedar si te callas y me pasas esas donas —lo interrumpió, fijando la vista en la caja. De repente se sentía salivar por una buena dona.
—¿Todas las donas? —murmuró, sorprendido, mirando de ella a la caja un par de veces.
—Cada una de ellas.
Al menos Max tuvo la inteligencia de no negarse y extenderle la caja repleta. Sunny lo observó mientras él se subía junto a ella en la cama, se hizo a un lado para darle espacio y sin pensarlo mucho, levantó la sábana para que él se colocara debajo.
Tomó una de las donas y le dio un mordisco, y de repente su estado de ánimo mejoró un poquito.
—¿Qué estás viendo? —cuestionó él, acomodándose. Sunny sintió como los pies de Max rozaron los suyos y por primera vez en la vida esa le pareció una sensación agradable.
—Una película —gruño—. Si te vas a quedar tienes que hacer silencio.
Él pareció tomarlo de buen ánimo, asintió y fijó su atención en la pantalla tanto que Sunny se sintió mal por como le había hablado. Terminó de engullir la primera dona, tomó una segunda y le extendió la caja.
—Puedes tomar una.
Max la miró como si le hubiera salido otra cabeza, pero terminó tomando lo que ella le ofrecía, en silencio, y volvieron a concentrarse en la película. Treinta minutos más tarde, ambos estaban envueltos entre las sábanas cubiertos de migajas de donas y a ninguno de los dos parecía importarle. El televisor se había convertido solo en ruidos de fondo mientras Max le contaba todas las tonterías que había leído en las revistas de la mamá de Mike y Sunny no sabía si era por la el montón de chocolate y azúcar que acababa de consumir, pero aquello le parecía fascinante, más por el simple placer de escucharlo que por la conversación en sí.
Al despertar, Sunny intentó no pensar en el hecho de que sus brazos y sus piernas estuvieran entrelazados con la de Max. Extendió la mano para detener el espantoso ruido de la alarma de su teléfono y se levantó de la cama.
Miró a Max un segundo. Él podía esperar un rato, ella necesitaba un momento a solas para poner sus ideas en orden. A una parte de ella se le volvían locos los nervios solo de pensar que se estaban haciendo demasiado cercanos y la otra parte estaba demasiado atontada dejando que él la envolviera con sus chistes estúpidos y su obsesión de darle de comer.