—Entonces, debes asegurarte de que termine su cena antes de irse a la cama —finalizó la chica, Kristal, mientras se apoyaba de la encimera de la cocina— ¿Queda todo claro?
Sunny asintió, aunque lo único que podía pensar era que Kristal era demasiado alta y la intimidaba un poco, todo un logro tomando en cuenta que ella tenía una estatura decente.
—Nunca debes olvidar los horarios de Betty, todo debe ser casi perfecto. Vendrás por ella a las siete treinta, pasarás a recogerla al colegio a las cuatro; la traerás a casa por una ducha y algo para merendar. Lunes y miércoles, la llevarás a ajedrez, martes y jueves, a gimnasia. Los viernes necesita recreación, te pasaré una lista de los lugares que le gusta visitar...
Sunny dejó de escuchar las palabras de la chica porque le parecían instrucciones demasiado absurdas y cuadriculadas. A los once años ella solo tenía ganas de saltar en el patio trasero y matar lagartos, no creía que la gimnasia y el ajedrez realmente le preocuparan a Betty Taylor.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? —cuestionó, solo para cambiar de tema.
—Seis años haciendo lo mismo que vas a hacer ahora. Así que, cambiarlo por noches y fines de semanas son como vacaciones.
Sunny pudo haber reído, porque sin dudas esas palabras sonaban como un chiste, pero el rostro de la chica no lucía como si acabara de hacer una broma, así que se contuvo. Apenas llevaban menos de tres horas juntas y sus conversaciones se habían limitado a los horarios, gustos y pasatiempos de Betty Taylor. Toda una pesadilla si le preguntaban.
Kristal miró su reloj y luego a Sunny como si estuviera esperando alguna pregunta o comentario. Pocos segundos después, al no obtener ninguna reacción, se puso de pie y tomó de la encimera su teléfono y las llaves que Sunny suponía eran de la casa.
—Sígueme, te mostraré el lugar antes de buscar a Betty a la escuela.
Sunny la siguió en silencio mientras la chica le mostraba primero las partes de la casa que ya conocía, como el recibidor, el salón y el estudio, y luego otras que Sunny nunca había visto.
—Betty toca piano y violín, pero hace unos meses se aburrió de sus lecciones y se niega a tomarlas —comentó, cuando pasaron por el salón de música, donde había al menos media docena de instrumentos, aunque era inevitable que la mirada se desviara hacia el enorme piano de cola que ocupaba el centro de la estancia—, el ajedrez es el sustituto de la música ahora.
—¿Y qué pasará cuando se niegue a continuar con el ajedrez? —cuestionó.
La chica la miró enarcando una ceja, no sabía si porque consideraba su pregunta absurda o fuera de lugar, a Sunny le parecía muy lógica. No había pasado ni una hora con Betty y no había intercambiado ni una sola frase con la niña, pero entendía su actitud. Tenía once años y una agenda más ocupada que cualquier adulto, no creía que tuviera tiempo para ver dibujos animados, al menos.
—En ese caso la señora Taylor se encarga de encontrar algo que le guste más.
—¿Y si nada le gusta? —insistió. Ni siquiera sabía por qué le importaba tanto, pero igual lo hacía—. Es decir, ¿Si solo quiere holgazanear y comer golosinas?
Kristal se detuvo de golpe en su camino a la terraza y la miró fijamente haciendo que Sunny se arrepintiera de formular preguntas que no venían al caso.
—No estamos aquí para cuestionar o tomar decisiones, solo cuidamos de ella. Si su madre dice que debe ir al ajedrez, la llevamos, lo demás no es nuestro problema.
Dicho esto, volvió a darle la espalda y recorrió los pasos que las separaba de la puerta de cristal, al abrirla, esta dio paso a la piscina. No era demasiado grande, pero sí muy bonita, rodeada de un césped tan verde que parecía falso. Frente al resto de la casa, aquel era el único lugar que a Sunny le parecía realmente cálido y agradable.
—Betty toma sus lecciones de natación aquí, pero son los domingos, así que es mi responsabilidad ahora. Los demás días no tiene permitido meterse.
Esta vez Sunny casi necesitó morderse la lengua para no preguntar el por qué. ¿Cómo una persona no podía meterse a su piscina sólo para disfrutarla?
Al parecer, el gesto de su rostro fue muy evidente, pero su pregunta no formulada igual no obtuvo respuestas. En silencio Sunny agradeció que fuera Kristal y no la señora Taylor, de lo contrario ya estuviera despedida.
—Ahora vamos al piso superior —anunció antes de volver a entrar en la casa y dirigirse al recibidor, para luego subir las escaleras.
Como había estado haciendo en las últimas horas, Sunny la siguió hasta el segundo nivel. Ese día se había asegurado de ponerse zapatillas deportivas y ropa cómoda y ahora sabía que fue una buena decisión.
—Esta es la habitación de la señora Taylor —dijo, señalando la primera puerta—, la entrada está prohibida, sobre todo ahora que no estará en casa —siguió avanzando hasta la segunda puerta.
Antes de escucharlo, ya sabía que era la habitación de la niña porque su nombre con letras amarillas abarca toda la puerta. Al menos compartían color favorito, suponía que eso debía significar algo, ¿o no?
—Esta es la habitación de Betty —abrió la puerta y la guió al interior—. Debe estar siempre perfecta, ella odia los desastres, como puedes ver.
Sunny asintió despacio, pero por dentro, muy lejos de estar escuchando a Kristal, lo que hacía era preguntarse cómo la habitación de una niña de once lucía mejor que la suya.
» Todo aquí tiene su lugar, nunca cambies nada... Mejor no toques nada si puedes evitarlo —agregó.
Sunny asintió una vez más cuando volvieron a salir al pasillo y caminaron un poco más.
—Estas puertas —dijo señalando las dos siguientes a las de Betty— son de invitados, pero podrás usarlas si quieres ducharte o cambiarte de ropa, a la señora Taylor no le importará.
Sunny se aseguró de hacer la anotación mental. En teoría, recordar los recovecos de aquella casa no era difícil, ni siquiera era tan grande como para perderse, podía manejarlo.