—Mira, que linda, Solecito —exclamó Patrick, entrando en la cocina a primera hora de la mañana— ¿Preparada para tu primer día a solas con la pequeña?
Sunny le dedicó una mirada de desprecio y luego dio un trago a su café. Despertarse temprano nunca había sido su punto fuerte y acababa de confirmar que era horrible para su humor. Pat, por el contrario, parecía feliz por algo que ella no podía entender.
—Siendo sincera, nunca lo estaré. No has visto como me mira esa niña, Patrick.
Pat la miró intentando disimular el gesto de pena en su rostro.
—Bueno, que mal. Me voy —se despidió, dejando un beso en su frente. De repente tenía demasiada prisa.
—¿Qué? No, Patrick, recuerda que anoche dijiste que me llevarías al trabajo.
En la última semana Sunny había optado tomar los servicios de taxista de su amigo, porque le parecía demasiado deprimente llegar a la casa de los Taylor en su auto para tener que dejarlo aparcado y pasar todo el día dando vueltas por la ciudad con Betty en un auto tan feo. Patrick la llevaba y volvía por ella en la noche, además tenía la amabilidad de comprarle papas fritas para el camino.
No podía perderlo. No cuando sería su primer día a solas con Betty Taylor. Sería como comenzar el día con el pie izquierdo.
—Dije que te llevaría —asintió él—, pero eso fue justo antes de recibir un mensaje de Venus en el que me decía que su auto se ha averiado y necesita ayuda para llegar temprano a sus aeróbicos —le explicó guiñando un ojo.
Sunny suponía que en la cabeza de Patrick aquello debía tener algo de sentido y en cualquier otra circunstancia lo habría dejado pasar, pero ese día en serio lo necesitaba.
—Soy tu mejor amiga, animal, no puedes abandonarme así.
—Efectivamente, solecito, eres mi mejor amiga, no quiero acostarme contigo, con Venus si —se encogió de hombros, como si fuera más que evidente—. Además no te estoy abandonando, tienes un auto.
—Ya sabes que no quiero tener que dejarlo en casa de los Taylor. Sería demasiado doloroso verlo y no poder tocarlo —se quejó. Tal vez estuviera siendo algo dramática respecto al tema, pero no le importaba. Ella se aguantaba a Patrick con todos sus trastornos, un poco de drama no debía ser mucho para él.
Él pareció meditarlo, como si en serio estuviera buscando una solución. Como si en verdad le importara algo más que encontrar el camino hasta la entrepierna de la tal Venus. Sunny no la conocía y ya la odiaba.
—¿Por qué no te vas en tu vieja bicicleta? La que te regalé para navidad hace dos años.
—¿Estás loco, Pat? ¿Has visto la distancia que hay hasta la casa de los Taylor? —chilló.
—Ni siquiera es tanto, te servirá como ejercicio y cuando veas el auto de los Taylor será como el Santo Grial para ti, ya no lo odiarás tanto después de recorrer doce kilómetros en bicicleta.
—No tengo diez años.
—Ya lo había notado, pero gracias por la información de todos modos —murmuró su amigo ignorándola y caminando hasta la puerta—. Ya tengo que irme, ¿Quieres que te ayude a sacar la bicicleta del depósito o puedes con ello? Vas a llegar tarde.
Sunny le lanzó una mirada asesina mientras intentaba encontrar una buena excusa para manipular a Patrick y obligarlo a llevarla, pero no se le ocurrió nada. El "te cuidé cuando te dio paperas en la secundaria" ya había dejado de funcionar muchos años atrás.
—Sí, ayúdame, Patrick —gruñó entre dientes.
Sunny había pensado que irse conduciendo una estúpida bicicleta hasta la casa de los Taylor sería espantoso, agotador y que llegaría empapada en sudor y, bueno... Justo eso había sucedido. Aún le faltaba una esquina para llegar y ya la idea de tirarse a llorar al suelo en medio del camino había cruzado su cabeza en tres ocasiones.
O a la casa de los Taylor le habían salido patas en el fin de semana y se había movido treinta kilómetros más lejos o, tal como decía Pat, estaba en muy mala forma física. Sonrió y suspiró cuando vio la casa color marfil al final de la calle, al menos había llegado, aunque tarde, lo que implicaba que no tendría mucho tiempo para reponerse.
Una música espantosamente alta la distrajo mientras cruzaba la última intersección y se fijó en el auto rojo, apenas tuvo tres segundos para echarse a un lado antes de que este pasara junto a ella a una velocidad que la hizo caer sobre el césped. Un segundo más y tal vez la habría atropellado.
Maldijo para sus adentros en todos los idiomas que podía recordar, pero contuvo su ira cuando vio que el auto se detenía tres casas más adelante, justo frente a su destino. Respiró profundo, al menos podría gritarle a la cara a ese imbécil.
Tomó su bicicleta sin molestarse en volver a subir en ella y caminó a paso acelerado hacia el auto. Quienquiera que estuviera ahí dentro debía estar más que sordo. Sunny ni siquiera intentó ser civilizada, se acercó al vehículo y dio una patada contra la puerta del conductor, enfurecida.
—¿Estás loco, imbécil de mierda? ¡Casi me atropellas!
La puerta se abrió de inmediato y Sunny se echó hacia atrás, no por miedo, sino por el montón de humo que salía, un poco más y hubiera pensado que se trataba de un acto de magia, pero no. Se movía demasiado por los círculos sociales para saber que era solo marihuana. A las siete de la mañana de un lunes.