Unos zapatos brillantes resonaban en el amplio pasillo que llevaba al comedor real. La princesa Charlotte sonreía con amabilidad ante los sirvientes y guardias que se inclinaban a su paso. Sin embargo, pese a su hermoso y pacifico semblante, un aluvión de improperios ocurrían en su mente.
Solo su primo Hakum sabia cuanto detestaba las formalidades a las que se vio forzada desde niña. Pero eso no era el origen de su malestar, ya que veinte años como princesa la habían acostumbrado, sino el anuncio que esa misma mañana el rey había hecho a sus ministros y que deducía anunciaría al imperio en el aniversario de la muerte de la reina Survine.
Ella sería reina.
Por ciertas circunstancias, la rubia sabía que sucedería. Desde que era una niña se había preparado para algún día sentarse en el trono, a pesar de que solo era una posibilidad. Podía manejar la situación incluso en los casos más extremos, pero que pudiese manejarla no era lo mismo a que no le diese dolores de cabeza.
Su mente seguía divagando cuando llego frente a una gran puerta de roble tallado, con leones, dragones y tigres por toda la extensión de la madera.
Cerró sus ojos con fuerza, centrándose. Sus madrastras y hermanos ya debían saber lo sucedido, y debían estar indignados. Sus hermanos mantendrían la calma, eran listos y dedujeron que sucedería. Sus madres, por otro lado, solo querían ser la madre del rey.
Sonriendo hacia la mirada preocupada de los guardias, le pidió que abran la puerta.
Al entrar, observo a la hermosa mujer sentada en el primer asiento a la izquierda desde la cabecera de la mesa, la reina Amelia. La madre del primer hijo, Christopher, y quien debía ser la Madre Emperatriz, que miró a Charlotte con sus ojos castaños llenos de odio. A su lado estaba la concubina real Marianne, la única de sus madrastras que apreciaba a la rubia. Su hijo Andrew se retiró de la competencia poco después de Alexander y se convirtió en el representante de Survine en los demás imperios, por lo que fue la única en el Harén Real que aceptaba el hecho de que la primera hija fuese la reina.
—Madre real, madre concubina—doblando sus rodillas con gracia en un movimiento fluido, la rubia saludó con voz suave antes de sentarse en el cuarto asiento a la derecha del rey.
Poco después que tomo asiento, las puertas se abrieron, revelando a la segunda concubina, Giselle, seguida del tercer príncipe y la segunda princesa. Giselle asintió hacia los presentes, mientras que Robert y Camille saludaron a las presentes con las formalidades adecuadas.
Charlotte sonrió hacia los ojos bañados en hielo de su madrastra antes levantarse y saludarla con voz apacible a ella y a sus hermanos.
Robert, como en cada recuerdo que la rubia tenía de él, no cambio su expresión y se dirigió al asiento a su derecha. Camille, de solo catorce años, le sonrió y tomo su gran vestido para hacer una leve reverencia.
No tuvo tiempo para volver a sentarse, cuando Alexander y Christopher entraron platicando animadamente. Christopher palmeo el hombro de la rubia y le sonrió cuando pasó a su lado para llegar a su asiento, el primero a la derecha del rey.
—Hermana mayor, encontré la hierba plotus, te hable de ella, ¿recuerdas?—dijo su hermano menor al sentarse a su izquierda, con tal entusiasmo que solo muestra cuando habla de su investigación.
— ¿Era la que refinada con la flor Ñeilutik y las raíces de platecio podían refinarse en un antídoto para el veneno mariposa? Felicidades, ahora puedes empezar a refinar. Estoy ansiosa por ver los resultados.
—Como se esperaba de la hermana mayor, aún lo recuerda. Luego de dárselo a padre, el segundo lote será para hermana mayor, naturalmente. Después de todo, sin tu ayuda no hubiese podido conseguir ni un tercio de los materiales.
—Ese antídoto ayudaría a padre y al imperio, es mi deber aportar lo que pueda—con una sonrisa modesta, la rubia sonrió hacia su único hermano de la misma madre.
Su charla se extendió sobre otras investigaciones, incluida la de su primo Hakum, hasta que anunciaron la llegada del rey. Todos se levantaron y se inclinaron ante el gobernante.
—Buen día tengas, mi rey—exclamaron Amelia, Marianne y Giselle juntas.
Éste solo asintió ante su saludo y tomó asiento, seguido de todos los presentes. El mayordomo en jefe, mano derecha del rey, se situó detrás del asiento del monarca.
—Buen día padre—dijeron Charlotte y sus hermanos sincronizadamente.
—Buen día queridos—ignorando las miradas de Amelia y Giselle, Charlotte asintió ante el saludo de su padre. —Marianne, Andrew termino las negociaciones con Gabanet, estará de vuelta en unas semanas.
— ¿Cómo le ha ido?—sin permitirle a la Concubina Real responder, Christopher preguntó.
—Aceptaron con unas pequeñas modificaciones, pero seguimos obteniendo ganancia—contestó su padre, aprobando el interés de su primer hijo.
—Padre, presenté el presupuesto para los festejos venideros en la mañana, los ministros ya deben haberlo discutido—sin cambiar su expresión, Robert comentó.
—Ya me lo han comentado, es impecable—dice el rey sin levantar la mirada de su plato. El silencio cae en la sala mientras todos se concentran en el alimento traído por los sirvientes.