Cuando el banquete finalizó en la madrugada, la princesa se dirigió con prisas a su habitación.
Sin siquiera quitarse el vestido se sentó en su escritorio y no se movió hasta que los rayos del sol traspasaron las ventanas e iluminaron el papel donde escribía. Dejando el carboncillo a un lado, que prefería sobre esas molestas plumas con tinta, estiró su rígido cuerpo, resultado de estar en la misma posición durante horas.
— ¡Mira!—indicó mientras extendía su trabajo a Opal, viéndose orgullosa.
—Un plan sublime, como se esperaba de usted—alabó ésta mientras revisaba atentamente las elegantes palabras escritas por su maestra. Devolviendo las hojas con un gesto de aprobación, sugirió—. ¿Debería movilizar a los sublíderes de los Guerreros del Fénix?
—No será necesario. Con Lucy y Mick bastara, envíales una nota para que se preparen, quiero hacerlo hoy—luego de parecer pensar un momento, añadió—. Que los reclutas que ingresaron como espías participen, ¿quién sospecharía que secuestran a su líder? Servirá para despistar a sus jefes y con suerte perderemos uno o dos, disminuyendo la carga del grupo encargado de evitar filtros.
Cada vez que pensaba en ellos le daba un dolor de cabeza, sin embargo la rubia sabía que lo mejor no era matarlos. Si sus jefes pensaban que los Guerreros no se habían dado cuenta de sus espías, se descuidarían y podrían atraparlos. Más de uno había caído con esa estrategia. Y aunque sabían que podrían morir al intentar desentrañar los secretos de tal organización ilícita, siempre creían ser más inteligentes que sus predecesores y solo se daban cuanta de su error cuando encontraban su mismo final.
—Como ordene, princesa—aceptó Opal, antes de avanzar hacia el ventanal de la habitación y desaparecer por este.
Ocultando un bostezo, cambió el vestido del banquete por uno más sencillo, de color rosa viejo con un corsé estampado con flores y una falda que dejaba entrever sus zapatillas del mismo color del vestido.
Caminó con pereza hasta la salita al lado de su cuarto y se sentó en una pequeña mesa que utilizaba para el desayuno.
Habiendo sacudido la pequeña campanilla en la mesa, Mary y Anne entraron apresuradas con el té de rosas que la rubia habituaba tomar y unas galletas que la cocinera real siempre preparaba para la princesa.
Comiendo con los modeles inculcados en ella desde su nacimiento, no tardo más de media hora en terminar.
Cada persona que la viera quedarían cautivados por la hermosa sonrisa que alumbraba su rosto de por si hermoso. Estaba ansiosa por empezar su plan y sabía que muy pronto tendría a su primer caballero.
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Gideon Aldrich era uno de los de los mejores en las órdenes de caballeros, y habría podido ser ascendido a la primera o segunda orden hace tiempo. Sin embargo, pese a las expectativas de todos, había rechazado la oferta.
Las primeras ordenes generalmente participaban en los juegos de poder de los nobles, cosa a lo que se oponía terminantemente.
Era algo esperable, después de todo era el menor de cinco hermanos que luchaban por heredar la baronía de su padre y más de una vez conspiraron en su contra.
A pesar de su mala relación con sus hermanos, no eligió a Christopher, con quien tenía una fuerte amistad, como su señor como muestra de respeto a su familia, que apoyaba la facción de Robert.
No podía inclinarse a ningún lado de la balanza, así que había decidido permanecer neutral.
Sus días se gastaban tranquilamente en las guardias, entrenamientos y uno que otro problema de los que debía encargarse como caballero. Por eso no esperaba que en una de sus rondas por la ciudad viese una conocida cabellera rubia.
Reviso la multitud una vez más, asegurándose a sí mismo que era su imaginación, cuando volvió a verla. Ahora podía reconocer su rostro y a pesar de sus vanas esperanzas no se había equivocado. Ella estaba aquí.
Maldiciendo en su corazón por ser el quien la encontrase y no otro caballero, avanzó hasta la hermana menor de su mejor amigo.
— ¿Puedo preguntar a su alteza que hace en medio de la ciudad sin sus guardias?—asiéndola del brazo, susurró con temor de que alguien lo escuchase y se creara un alboroto.
— ¿No puedes verlo? Estoy en un paseo de incognito—contestó con un gesto hacia su camisa blanca y su larga falda negra a la que había cambiado después del almuerzo.
—Le ruego disculpe mi descortesía, pero no es bueno para alguien de su posición pasear desprotegida. ¿Qué cree que sucederá si alguien la ataca?—la regañó sin parecer arrepentido en absoluto.
— ¿Acaso no estás tú aquí? Puedes protegerme. Aunque claro, si decides que esta princesa no es lo suficientemente digna de tu poderosa presencia, aunque solo sea para ocultar tu miedo a la aventura, siempre puedes irte—replicó con una sonrisa que no tenía relación con sus afiladas palabras.
Gideon estaba bastante sorprendido. Había escuchado rumores, como todas las personas del reino, sobre la apacible y gentil princesa, que era como un ángel caído del cielo. Ahora pensó que un demonio podía describirla mejor.