El frío ambiente de una tarde otoñal, era el que se percibía en el ambiente del pintoresco pueblo Inglés. El frío allí era incluso más intenso que en el resto del país, pero cada uno de los pueblerinos se sentían extrañamente a gusto con ello, más en ese momento, ya que una gran celebración se esperaba para la noche de ese mismo día.
Ethelanta, la joven hija de un noble, cumplía las 15 lunas es esa tarde, una hermosa tarde de mediados de Octubre, para ser más específicos, la tarde de un 13 de octubre. El festejo sería celebrado por todo lo alto, pues asistirían a baile en honor a la joven señorita muchos nobles de Inglaterra y de muchos otros lugares de la gran Europa.
El día en la mansión se volvió tedioso para la joven, pues nunca le dejaron en paz para leer el libro que ella había elegido para ese día. Las doncellas, todas contratadas exclusivamente para la ocasión por la familia, pasaron toda la tarde corriendo de un lado a otro, buscándole a la jovencita un vestido apropiado para la ocasión.
Entrada la tarde, la festejada se encontraba arreglada y con un mal humor que se veía a leguas, pues no pudo terminar la obra que con tantas ganas había escogido para ese día.
Si algo odiaba Ethelanta Howard, era que no le dejasen hacer lo que ella quería. Lo que demostraba, que, sin lugar a duda alguna, era hija y descendiente de la difunta Ealeen de Howard.
—Puedo jurar que odio los festejos—dijo la joven pelirroja en cuanto su hermano mayor, Edric Howard, fue a por ella a su alcoba.
—No seas exagerada, hermana mía. Recuerdo perfectamente el cómo te alegrabas cada vez que se hacía un baile en los años anteriores. —musito el mayor en respuesta.
—Eso era antes, mi forma de ver tales celebraciones tan ostentosas ha cambiado al ver que me corresponde ser el centro de atención.
—Claro, estoy seguro de que cambiaras de opinión cuando sea el cumpleaños de nuestro hermano.
—Y que lo digas—susurró Ethelanta en cuanto llegaron al salón.
...
La joven se veía obligada a plasmar una sonrisa en su rostro, para que los invitados, quienes apenas iban llegando, creyeran que la joven se encontraba dichosa por su celebración. El salón de baile encontraba iluminado por preciosas velas y candelabros, había variedad de mesas llenas de comida y muchos sirvientes que, vestidos de gala, se encargaban de llevarles a los invitados pequeños abrebocas y bebidas para que se mantuviesen activos durante la velada.
En ese baile la vio por primera vez.
El era solo un joven a quien habían contratado con el fin de que sirviera en la fiesta, pues una fiesta tan grande ameritaba muchos sirvientes que ayudaran a satisfacer las necesidades de los invitados que con cortesía y frialdad menospreciaban a los pobres chicos que en esa ocasión se encargaban de servirles. El estaba parado al costado de la larga hilera de mesas, donde se encargaba de servirles aperitivos a los invitados que se acercaran.
En algún momento de la velada, los ojos del joven Cassander, el sirviente, dieron con el voluminoso vestido verde de la pelirroja cumpleañera. Cassander subió lentamente su mirada, observando cada detalle del vestido con atención, enamorándose de cada perfecto detalle del vestido, incluso el joven llegó a pensar que ninguna joven le haría justicia al vestido, que ninguna joven opacaría la grandiosa belleza del vestido; eso pensaba hasta que, su curiosa mirada llegó al rostro de la cumpleañera. Cuando vio su rostro, no pudo dejar de verle, pues embobado se había quedado apenas visualizó la belleza de la joven noble.
Sus compañeros de trabajo, a los que apenas conocía pero con quienes rápidamente había enzarzado una amistad, se dieron cuenta de que el joven miraba embobado a Ethelanta, la joven cumpleañera, y comenzaron a burlarse del joven, unos que otros temerosos de que su jefe se diera cuenta del escándalo que estaban haciendo.
— ¿Habéis observado a la señorita Howard? —Preguntó un sirviente que estaba casi tan embelesado con la joven como el mismo Cassander.
Y quizás no eran los únicos, muchos de los invitados también veían a la joven, en la mayoría, los caballeros jóvenes y solteros. La belleza de esa joven le convertía en una de las jóvenes solteras con más pretendientes de su región.
—Cass no ha dejado de hacerlo en toda la velada. —respondió uno de los chicos.
—Ella está fuera de tu alcance, Cassander. Ella es la hija del noble a quien servimos. — La sorpresa en el rostro del chico fue bastante visible, pero prontamente se vio reemplazada por la vergüenza.
¡Le habían descubierto mientras babeaba por una dama!
Se sonrojo vistosamente y algunos de los invitados al darse cuenta, rieron silenciosamente de lo lindo que se veía el joven sonrojado. Un grupo de señoritas paso frente a donde el joven se encontraba, y pasándole por el frente, dos señoritas de ese grupo, le sonrieron con genuina atracción. El chico bajó la mirada, sintiendo como se le subía la sangre a las orejas, reforzando el fuerte sonrojo que ya tenía en el rostro.
—Solo admiraba su belleza. Jamás había visto a una dama tan hermosa— se sinceró el joven, quien solo dejaba de admirar a la joven cada vez que alguno de sus otros compañeros, los que estaban encargados de repartir comida a los invitados, se acercaban a él en busca de más comida.
—Te entiendo. Ethelanta Howard es una señorita hermosa, después de todo es la hija de la anterior condesa, Ealeen de Howard. Mi madre dice que era una mujer de gran corazón y además era hermosa.
— ¿Qué sucedió con ella Pierre? Mi madre siempre habla de ella pero jamás me contó que le sucedió—Le pregunto Cassander a su compañero, quien levantó los hombros en señal de indiferencia y sacudió la cabeza, indicando así que no sabía nada. Y se volvieron a trabajar con prisas, sabedores de que si les pillaban haciendo nada lo único que les esperaba era que les despidieran antes de que cobrasen las horas que llevaban trabajando.