Susy

Reflejo

Héctor (42 años) es un fiscal que está investigando el caso de desaparición de dos personas cuyos nombres se pueden observar entre los tantos archivos que se ven sobre la mesa que se encuentra a su izquierda. En frente suyo está sentada en un sofá una mujer abrazando a su marido mientras escucha al fiscal.

—¿Quién es Susy?— Pregunta Héctor mientras los mira a los ojos. Rosa (39), una mujer algo flaca y pelinegra, con un rostro pálido y de ojos algo llorosos, le responde a Héctor.

—Si se lo digo, no me lo va a creer—.

—¿Por qué?—pregunta Héctor.

—Porque lo veo como una persona que no cree ni en su madre —le responde ella mientras se seca la nariz con un pañuelo y sigue abrazando a su marido que se llama Marcos (46) que está también triste mientras mira al suelo pensativo.

—En mi defensa le respondo que está equivocada, pero, por otro lado, tiene razón. Yo solo le creo a mi madre, después no hay otro al que pueda creerle al cien por cien. De todas formas necesito saber todo lo que usted sabe, después voy a definir yo si le creo o no —le responde Héctor. Rosa piensa por un momento.

—Está bien... le voy a decir lo que sé. Pero después nos va a dejar por lo menos por hoy, ya es tarde y necesitamos cenar...—

*UN DÍA ANTES*

Son las quince horas y doce minutos, el cielo está despejado, las aves cantan a lo lejos mientras otras vuelan en lo alto.

María (18) y Carolina (16) ayudan a sus padres Rosa y Marcos a subir al auto las valijas mientras se despiden a las apuradas.

—Bien mis niñas, espero que se porten bien, las voy a llamar cuando lleguemos al hotel, ¿okey?—les dice Rosa a sus hijas. María cierra el baúl del auto y se acerca a abrazar a su madre mientras Carolina abraza a su padre.

—Buen viaje, má—.

—Gracias hija, cualquier cosa vayan a la casa de Bea, ¿sí?—

—Sí— responde María y luego se acerca a abrazar a su padre y Carolina a su madre.

—Buen viaje, pá—.

—Gracias hija, pórtense bien como dice su mamá, ¿sí?—

—Sí— responde María. En ese momento se les acerca el vecino Diego (45) desde su casa que se encuentra del lado izquierdo.

—¿Ya se van?—les pregunta mientras sostiene en su mano izquierda una lata de cerveza.

—Ah, ¿cómo andás Diego? Sí, estamos medio apurados, el avión sale en una hora —le dice Marcos mientras se le acerca también él.

—Eso nos limita, vamos...— Lo apura Rosa a su marido mientras abre el auto para entrar. Marcos sonríe.

—Sí. Ya les dijimos a las chicas que si pasa algo fueran a la casa de ustedes, está bien ¿no?—

—Ah sí, no hay problema, que vengan todo el tiempo que quieran. Seguro Bea les va a preparar pizza como les gusta —le responde Diego.

—Sí, pero que no se abusen, tampoco tienen que quedarse a vivir (se ríe)... Bueno, nos vemos el otro finde —le dice Marcos.

—Dale —responde Diego, se dan la mano para despedirse.

—Chauu, nos vemos —les dice María a sus padres desde su lugar, lo mismo con Carolina.

—¡Adiós!— Entra rápido al auto Marcos y acelera mientras María y Carolina se quedan paradas una al lado de la otra a observarlos irse.

—Tengo que ir a ver qué hace Mía, nos vemos —les dice en ese momento Diego.

—Dale, chau... —le responde María.

—Mandale un abrazo de mi parte... —le dice Carolina. Luego María mira a Carolina, ambas achican sus ojos como sospechando una de la otra, hasta que María decide correr hacia dentro de la casa, Carolina la sigue.

Llegan al living.

—Ayudáme a mover esto —dice María.

—Sí... —le responde Carolina y mueven el sofá, se quedan paradas mirando hacia abajo. Se miran a los ojos, ambas se ven nerviosas, vuelven a mirar hacia abajo y se agachan a levantar la alfombra.

Debajo ven que hay una pequeña tabla incrustada como un piso más junto al resto del pavimento, el cual está hecho también de madera, pero con tamaños y formas diferentes. Levantan la tabla sin complicaciones y ven que tiene como una puerta secreta de más o menos cincuenta centímetros cuadrados, contiene un candado, pero se ve que ya está todo oxidado. María la agarra y con un tirón logra sacarla.

Abren dicha puerta y se encuentran con una escalera también hecha de madera que traslada a un sótano secreto.

—Vamos —dice María.

—¿Qué? Noo, no sabemos ni qué hay ahí —dice Carolina, asustada.

—¡Ay dale! ¡¿Hasta hace un segundo querías descubrir qué era y ahora me venís con eso?!—

—Sii, pero eso era porque no sabíamos qué era lo que había debajo. Yo me imaginaba más como un dibujo satánico sobre el piso o algo como eso, no un sótano secreto que hasta da miedo. ¿Y si los cuentos del abuelo son ciertos? —opina Carolina. María la mira a los ojos algo decepcionada.

—Son cuentos, Caro, dejáte de joder...— María baja mientras Carolina se muestra nerviosa. Bajan despacio, la escalera ya está vieja, en cualquier momento puede romperse. Al llegar en el último escalón, encuentra María un interruptor. La aprieta y se enciende un foco a unos metros de ella, no emite tanta luz, pero es suficiente como para ver lo que hay allí.



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En el texto hay: terror, relatos cortos, triller psicolgico

Editado: 07.12.2023

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